Por Dr. Pablo Kaplún, asesor ambiental de Geografía Viva

El Vallecito es la vertiente derecha de la cuenca del río Mucujún en Mérida. Menos conocido que el Valle Grande (la vertiente izquierda, la misma que los foráneos suelen llamar “San Javier de El Valle” o simplemente “El Valle”), es un paraje hermoso como pocos.

El río Mucujún es portentoso, de esos que puede, con una crecida, llevarse todo por delante. ¿Lo ubica usted?. Sí, ese mismo, quizás aún más importante para la ciudad de Mérida que el famoso río Chama, porque del antedicho se obtiene 80% del agua que abastece a la “ciudad de los caballeros”. El mismo que, en el puente en curva de la carretera nacional trasandina, tiene la inmensa roca donde se practica rapel, muy poco antes de llegar a la “Vuelta de Lola”, la entrada formal al casco urbano emeritense.

El Maitín es una comunidad (sí, la misma que usted encuentra en cuanto empieza la parte recta de la carretera principal de El Vallecito, la que tiene la parada bien construida y bonita…antes de la escuela, el ambulatorio y el estadio). Sí, claro, apenas un caserío (como se conocen los pequeños poblados de la Tierra de Gracia de Venezuela)…en los Andes las llamamos ”aldeas”.

Bajo el nombre “maitín” se denomina entre “gochos” a un árbol que, cuando llega a su mejor majestuosidad, luce frondoso, pero su tamaño depende mucho de las condiciones del suelo y el microclima local. Los científicos, que todo lo enredan, lo apodan maythenuos boaria. Tal vez, en eso de enredarse tengan razón, los maitenes nuestros son de tronco enrevesado, bastante parecidos en su tronco a los “matapalos”…

Árbol con tronco “enrevesado”, tipo “Maitín” de Mérida, Venezuela, foto original de “ As. Cultural “Sabinius Sabinianus”(www. http://sabinius.org/)

Los Ramírez, los Meza, los Sánchez, los Salas y varios apellidos son los fundadores y constructores de la comunidad de El Maitín, donde conocieron al señor Román Meza desde pequeño o joven. Me cuentan que tuvo otros tiempos distintos al que yo le conocí. Todos tenemos nuestras luces y nuestras sombras. Yo lo vine a conocer de maestro y de santo. Pocas veces he visto a un hombre tan genial. Sabía exactamente dónde debía ir cada planta y hacerla crecer con amor; nunca vi en el jardín de mi parcelita que se perdiese una mata o una flor si de él dependiese. Mis perros varias veces, lo admito, echaban a perder sus esfuerzos y por eso no todo salía a la perfección.

Pero esta relación que mantuvimos con el señor Román Meza fue mucho más allá de lo que puede ser con un vecino, con un jardinero o con un parcelero agricultor o con un «arregla tutti», como se lo podía considerar en mi casa de vecino nuevo.

Román Meza

Román se convirtió en nuestro abuelito, en nuestro consejero, en nuestro avisador, en nuestro amigo, en nuestro compañero… lo que sabemos sobre los restos del trapiche que hay en la parcela de mi familia lo aprendí con él, también el porqué y el para qué de cada luna nueva, creciente o menguante, el tener la palabra dada de andino como contrato sagrado… cuál cura o tratamiento necesita cada mata en los Andes….y nunca tuvimos una sola queja para con él…

O tal vez sí, tocaba la puerta de mi casa de una manera tal que, aunque por el tronar que eso suponía parecía que iba a tumbarla, en realidad no era sino el toque exactamente necesario para saber que sería escuchado sin hacer ningún daño al material de la misma. ¡Já!, como para él la madrugada era antes que la de los gallos, alguna vez me hizo saltar de la cama asustado… pero, cuando eso pasaba, su sonrisa, que a en mi cara terminaba convirtiéndose en risa a carcajadas compartida por ambos, era una muy alegre forma de comenzar el día, al menos para mí, que suelo llevar como internalizado el estrés que supone haber vivido en la ciudad casi toda mi vida.

Cuando escribo estas líneas, en medio de velitas para recordar, entre mi esposa y  yo, a nuestras más queridas pérdidas -por haber sido quienes nos dieron luces en nuestra vida- hace 9 días que le dio un infarto. Y después vino lo inevitable… maestro, confieso que nunca terminé de manejarme bien con tus “pintas”, lejos tuyo no voy a saber para nada qué significarán cada uno de los primeros días del año 2020, que ya se nos viene.  “Pintas” y “repintas” (según de qué aldea de Mérida se trate) es una forma de los agricultores predecir cuáles meses serán lluviosos o secos durante el año….y eso es conocimiento netamente indígena. Se calculan tomando como comienzo el 1° de enero y finalizan el 12, aunque, cuando se consideran las “repintas”, la cuenta se puede extender hasta el día 24. Claro, en Madrid, mientras tanto, se discutía de cambio climático, y nuestro Román no dejaba de calcularlas, aunque lo hacía en medio de críticas y válidas dudas de que ya los tiempos no eran los mismos… Román, practicaba una agricultura ancestral que, de haber sido tomada en cuenta, hoy el mundo tendría cumplida la Agenda 2030, sin necesidad de foros o convenciones.

¿Puede usted imaginarse lo difícil que es conseguir que una orquídea floree? ¿Y que eso pueda darlo por seguro, contra todo pronóstico? Busque un Román Meza y solo así tendrá mejor garantía que la suministrada con artefacto sacado de fábrica. ¿Y una mata de lechosa puede crecer entre las pailas y la torre de un trapiche, sin tierra abajo? Déjeme decirle que sí.

Hoy lloramos a la distancia esta pérdida, concretada justo el día previo al solsticio de invierno,  de un santo varón del sitio que más quiero en el mundo y doy gracias a Dios por haber compartido tanto en tan poco tiempo. Me duele, sí -y por más que le doy vueltas no entiendo- que mi país, Venezuela, se haya vuelto lo que hoy es, donde sea necesario que un señor de ochenta y dele de años tenga que hacer un sobreesfuerzo inhumano de cargar leña hasta más no poder porque, en pleno siglo XXI, en su casa no hay gas. Por eso le vino el infarto, y con esto se me agrega a la larga lista de seres queridos muertos en medio de la emergencia compleja nacional, que algunos se emperran en negar. Prefieren seguir soñando con lluvias de perniles mientras, en mi vecindario, una familia más entre miles se quedó sin Navidad.

Nuestro Román, como tantos de nuestros mayores, sin perder su capacidad de aguantar y asomar sonrisas, no entendía cómo es que un pensionado, después de trabajar de sol a sol toda una vida, no tenía derecho de cobrar en efectivo, ni terminaba de asimilar lo de “bolívares fuertes y soberanos”, que no le alcanzaban ni para volver a su casa con “recado de olla”, pero sus limitaciones para entender no se pueden calificar con menosprecio pues a mí, académicos en el exterior con los que me ha tocado intercambiar, me han confesado que ellos sí no saben qué hacer con un país, que, hasta hace poco tiempo, era de los de mejor desempeño de la región.

Román, con trabajo e ingenio, seguía aportando al hogar, y daba gracias por estar, a una edad digna para el retiro, “alentadito para ayudar”. Contaba que ni en su infancia, en los tiempos del general Gómez, se había visto nada comparable a la Venezuela de hoy.

 


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