Observen que en el titular el verbo “desconocer” está conjugado en tiempo presente; es decir, la comunidad internacional desde ya desconoce las elecciones parlamentarias venezolanas que se prevén realizar en los primeros días de diciembre de este año. De una vez, a cinco meses aproximadamente de estas votaciones para escoger los nuevos diputados, adelantan criterio y toman la decisión de declararlas írritas.

Centrémonos en el hecho de que al régimen de Nicolás Maduro poco le importan las acciones internas que asuma la Asamblea Nacional, pues, sencillamente para eso tiene un Tribunal Supremo de Justicia a su mandar, para ignorar olímpicamente y terminar actuando como una aplanadora que aplasta lo que salga del Parlamento. La AN solo le interesa para darle un barniz de legalidad, para contratar en el extranjero, para solicitar créditos de financiamientos con las bancas internacionales, designar el cuerpo diplomático: embajadores y cónsules; en fin, su utilidad es extrafronteras, exclusivamente.

De modo que la oposición democrática no debe ocupar su tiempo en discusiones de este tipo, si participar o no en esa bufonada electoral, sino buscar más bien la fórmula legal, que debe existir, para la continuidad del actual Parlamento que preside Juan Guaidó. Ocuparse, de una vez, sin abrir ni discutir alternativas sobre esta cuestión y, por el contrario, aferrarse del valor práctico sobre cualquier otro valor, en otras palabras, jugar el rol fundamental del pragmatismo…

¿Cuál sería entonces la estrategia de la oposición? Seguir andando por el camino de las presiones internacionales que cada día son más severas, aunque para algunos se hagan invisibles; pero que en realidad le ha abierto un boquete al gobierno que cada vez se hace más grande. Ocupar el tiempo en cuestiones más útiles, más productivas, como construir, reconstruir, fortalecer la unidad. Abrir las puertas de par en par para que pase todo el que quiera sumarse a la causa de la lucha por la libertad. Fortalecer, mantener viva la llama del apoyo del hemisferio, del Grupo de Lima, que en los últimos meses, probablemente como consecuencia del coronavirus, ha perdido entusiasmo, se nota apagado. Esos son trabajos que hay que retomar, que hay que intensificar y estrechar, aún más las relaciones internacionales para mantenerlas vivas. La salida de este infierno en el que está inmerso nuestro país está en las acciones que se hagan adentro, pero también con el aporte de fuera, el uno sin el otro siempre caminará cojitranco.

Nuestra crisis no se limita a un lapso de unos pocos meses; no tenemos un tiempo aproximado de cuándo vamos a superar esta crisis ocasionada por un grupo de individuos que se aferran al poder con la finalidad de enriquecerse a cualquier costo. La preocupación del gobierno de Nicolás Maduro no se centra en cómo solucionar las penurias de los compatriotas, eso dejó de preocuparles hace largo tiempo. El caso es que ellos perdieron todo hálito de probidad. Su tiempo lo ocupan en cualquier maraña para distraer la atención de quienes los adversan, por ejemplo, la fábula de las elecciones parlamentarias.

Para nuestra fortuna —esto debe ser repetido muchas veces— Juan Guaidó es el líder innegable de esta corriente democrática que no cesa en sus luchas liberadoras a pesar de todos los contratiempos. Que cuenta para cualquier proyecto político con el respaldo de cerca de 90% de los venezolanos que no tienen militancia partidista, que pesa y pesará mucho sobre los hombros magullados de los expendedores del mostrador de Miraflores.

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