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El común del venezolano descubrió intuitivamente el valor del dólar, lo maneja sin saber su verdadero poder adquisitivo, dolarizó sus oficios adoptando y ajustando sus actividades de emprendedor informal al usar la divisa indiscriminadamente. Fija los precios a su conveniencia, cada actividad artesanal o no, de cualquier nivel ya funciona con la modalidad de cobro de visitas domiciliarias, decide sobre la compra de los suministros para hacer las reparaciones y percibe un margen comercial adicional, y lógicamente, tasa su trabajo a precios de un profesional norteamericano.

El efecto de ese fenómeno está generando una singular dinámica que ha permitido llegar a niveles de ingreso aceptables para mucha gente, y está provocando un cambio de conducta social, caracterizada por el hecho de que ya no se preocupan por la política doméstica, ni por la usurpación del régimen; en general, no les interesa la actividad de los partidos y en cierta medida se sienten confortables.

La conducta social de un segmento de la población emergente, comprobada con diversos grupos focales, permite percibir que han comenzado a modificar su personalidad, superando los complejos de dependencia; miran a los demás, especialmente a los profesionales y a ciertos sectores de la llamada clase media, con displicencia.

La resultante de este escenario es que, logrado el efecto político neutralizador diseñado por el régimen de aplanar las estructuras sociales, se viene fortaleciendo y, como consecuencia, la clase popular tiende a constituirse en nueva clase media en un efecto de reflujo social, independientemente de que la clase media profesional que permanece en el país adopta ahora oficios como emprendedores informales con la necesidad de sobrevivir o simplemente se marcha.

El efecto político es que la población se deja llevar, es tolerante con el régimen mientras no limite su acción de percibir divisas y estará adoptándose cada vez más para disponer de recursos que elevan su nivel de ingreso y les permita mantener la gratuidad de los servicios públicos y las prebendas de los aportes del sistema Patria. Al contrario de lo que le ocurre a la clase media, que tiene que pagarlos a precios inflacionarios indiscriminados –qué bueno es vivir de otros, especialidad socialista–.

Se percibe sin profundizar por las limitaciones investigativas que la población activa, popular, que se dice mayoritariamente pobre es opositora por antonomasia, pero ella ha venido mutando poco a poco, y su desinterés se hace evidente dejando el campo abierto para los intereses del régimen.

Es particularmente interesante el efecto de esta política que se proyecta como recuperación económica, por cierto, inducida por la inundación de dólares producto del lavado de dinero, del narcotráfico y de las muy honorables remesas de una diáspora para mantener a los que se quedaron, cuyos montos anuales son significativos y que lamentablemente son acaparados para favorecer triquiñuelas económicas y dar sensación de falso bienestar.

Este fenómeno social nos permite reorientar la visión política actual, en efecto, cuan distante se han puesto los elementos éticos fundamentados en que el verdadero valor agregado a la sociedad se logra armonizando los intereses personales con el bien común. Este viejo tema aristotélico nos muestra el cambio en la conducta del llamado hombre nuevo, producto fantasioso de los objetivos del régimen que nos ha conducido a la abulia, la inhibición por el interés común, la falta de compromiso, la conformidad y a lo poco que le importan los demás frente al interés personal. Frases como aquella de “haré lo que sea para mantener a mi familia, no importa que sea enchufado” o voltear para otro lado ante la represión oficial y los efectos dantesco de su actuación.

Hemos llegado a una situación crítica denunciada y sustentada por referencias intelectuales, académicas o profesionales, en la que, por la condición de marginalidad económica y de pérdida de libertad de los proponentes, casi por despecho opina, disiente y rebate lo que afecta al colectivo. Para tal fin, se aparta, y rechaza todo lo que moralmente considera fuera de ley o incorrecto, Induciendo diferencias importantes con aquellos que así no actúan y no precisamente por ignorancia.

Este tema lleva al concepto de moralidad como aquella de la pretendida honorabilidad cuya expresión usan los militantes oficiales o comprometidos con un discurso torpe de acusar de corrupción o de golpista como un contragolpe a cualquier hijo de vecino a quien en realidad lo que siente es desinterés o indiferencia inducida, y públicamente, se sale de la suerte ignorando tales extremos.

La mayoría de esa población ante cualquier planteamiento contragolpea solicitando soluciones, con la popular frase de “dame soluciones, dime cómo y deja de diagnosticar”, ciertamente, lo que espera es que otros actúen y, por supuesto, no arriesgan y nada permite hacer para motivar un cambio, sino que usa la expresión de cambio metafóricamente al solicitarlo vehemente sin querer cambiar.

De manera contrapuesta a toda esta situación compleja dentro de los límites democráticos y éticos, debemos hacer lo que tenemos que hacer, sin excusas ni titubeos, aceptando eventuales sacrificios por causas justas, las cuales nos obligan a mantener y defender donde el silencio y la omisión no son opción. Dentro de ese entorno, la responsabilidad debería estar centrada en las organizaciones políticas que en lugar de asociarse con una gobernanza bizarra  para rebanar un poco de  fortuna y beneficios innobles deberían asumir la representatividad legítima, pero que contra toda ética en este desiderátum, los viejos y nuevos dirigentes han violado como aprovechadores de la nueva era, por tanto deben ser barridos y una nueva clase debe asumir el liderazgo mediante la construcción de nuevos partidos que resuelvan el hipercomplejo mundo social venezolano.

Voy a usar una construcción hermosa de Ángel Valecillo en su trabajo El Octavo Pecado para referirme a los dirigentes del oprobioso régimen y de sus colaboradores. “Desde el irremediable olvido, en esas trincheras de su desvergüenza, intentan demostrar aquello que no hicieron cuando era necesario y pertinente.  Como si la moral se pudiera moldear a capricho y conveniencia… siempre complaciente con la mentira, la inmoralidad y la injusticia que nos salpica. Y también expresiones de Vladimiro Mujica en su trabajo sobre “La reparación del liderazgo opositor”: “Lo que es indudablemente cierto es que, si no actuamos con audacia e imaginación, seremos testigos conscientes o inconscientes de la pérdida final de la República… Podemos culpar al chavismo de todo lo que ocurre en Venezuela, excepto de nuestras propias carencias como oposición”.

 


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