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Preguntarse por el futuro de un conjunto societario es un interrogante bien complejo. En efecto, así como para explicar el ser humano individual es preciso tener presente varios componentes, lo mismo y más sucede cuando se considera el conglomerado social. Es la razón de las múltiples explicaciones propuestas tanto desde el punto de vista científico, como filosófico e ideológico.

A la caída del Muro de Berlín se patentizó la crisis del materialismo histórico, de un lado, y del otro, se abrió la ilusión de un fin de la historia con la síntesis de libre mercado y sistema democrático. La historia posterior ha demostrado que la realidad no es tan simple y que en el decurso de la humanidad intervienen más factores de los que se piensa ordinariamente. El desarrollo de un marxismo cultural, que diversifica sus prioridades saliendo del encajonamiento clasista tradicional, así como los cuestionamientos que generan un liberalismo tocado de libertinismo y un economicismo deshumanizado, son factores que impulsan a interpretaciones más integradoras y flexibles del quehacer humano.

El ”microcosmos” humano se resiste a reduccionismos antropológicos. Un humanismo genuino plantea una concepción pluridimensional de la persona humana y de la convivencia que ésta construye. Y la reconoce abierta a factores que le vienen de otros ámbitos más trascendentes. Un ejemplo de esto lo constituye algo que la tradición judeocristiana reconoce como un ingrediente lamentablemente clave y omnipresente en el hombre histórico: su condición de pecador. Hiroshima-Nagasaki, Holocausto y Gulags, son ejemplos salientes de que el devenir humano no sólo registra vaivenes de racionalidad o tecnociencia, sino también de perversidad.

Cuando se plantean preguntas como la que titula estas líneas, la invitación es clara para un análisis y una valoración multifactoriales. En este sentido ayuda la consideración de los varios ámbitos antropológicos y societarios de desarrollo humano, como los que explicita la conocida tríada de lo económico, lo político y lo ético-cultural. Un desarrollo o liberación auténticamente humanistas no podrá menos de atender a lo que sucede en estos tres campos, aplicados a la sociedad en sus varios círculos de asociación, desde el primero e inmediato de la familia hasta el internacional o global.

Algunas enseñanzas de Jesús vienen muy directas al presente tema, como las siguientes, una que relativiza lo económico, “no solo de pan vive el hombre” (Mt 4,4); y otra, que relativiza aún lo temporal, “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?” (Mc 8, 36).

Últimamente han surgido voces acerca de una recuperación del país y para ello se alegan algunos índices y se exhiben extrañas burbujas. Pero ¿qué significa eso con respecto al conjunto, al país en su integralidad? El desastre del país es global, económico, político, ético-cultural. La recuperación del país exige ser acometida, consiguientemente, en su integralidad -por eso se habla de refundación nacional-, aunque todo no pueda ser hecho a la vez. Es indispensable priorizar bien y planificar mejor.

Algo que debe valorarse debidamente desde el comienzo, para no dejarlo para lo último, es la recuperación en el ámbito ético-cultural. Esto subraya la importancia de lo educativo y lo comunicacional, y la necesidad de un apoyo muy serio de instituciones como las religiosas, que pueden y deben contribuir muy seriamente en esta tarea. Porque además del económico y político, el daño antropológico ético espiritual es muy grande. La metástasis de la corrupción está a la vista, así como la masificación-aplastamiento del ciudadano, la multitudinaria emigración forzada y la debacle en materia de derechos humanos.

Pero Venezuela, con todo, tiene grandes reservas materiales y especialmente humanas. Yo soy miembro del partido de la esperanza. Porque soy cristiano y quiero a este país, mi país, hay gente capacitada y buena que está dispuesta a la refundación de Venezuela. Es la hora de juntar buenas voluntades y conjugar esfuerzos.


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