Venezuela sigue siendo un país altamente polarizado, aunque en algunos círculos se piense lo contrario. El hecho de que hoy el país no esté dividido “por partes iguales” (50/50) en cuanto a sus preferencias políticas no significa que no haya ningún tipo de polarización. En efecto, la mayoría de la población manifiesta su preferencia por un cambio político, aun cuando no se vislumbre una alternativa política al régimen autoritario con clara capacidad de concretar la transición. Pero Venezuela se mantiene sumergida en múltiples polarizaciones, entre ellas, en torno a las ideologías políticas (a lo largo del espectro izquierda-derecha), eje cívico-militar, chavismo-antichavismo, intrachavismo e intraoposición, entre otros. En este artículo abordaré solo un tipo de polarización, aquella que podemos categorizar como “tóxica” o extrema para la democracia, visto que favorece el pensamiento binario, la lógica suma-cero, la desconfianza, los señalamientos y descalificaciones, al mismo tiempo que imposibilita acuerdos, entre otros.

Varios estudios de la ciencia política comparada han señalado que la polarización extrema contribuye a la erosión de la democracia, tal como ha podido constatarse en Venezuela. Por años, la población estuvo sometida a la polarización discursiva de Hugo Chávez, quien, a través del discurso populista, buscó deliberadamente dividir a la sociedad en dos polos homogéneos: “los patriotas” (chavistas) y los “escuálidos” o “apátridas” (antichavistas). Con el uso de slogans políticos como “no volverán”, el chavismo ha buscado erradicar el pasado, y con este, cualquier alternativa política a su proyecto hegemónico de poder. Así como otros líderes populistas y autoritarios han utilizado la polarización como estrategia política a nivel mundial porque, de hecho, suele ser muy efectiva, Chávez promovió y normalizó el pensamiento de bloques, la confrontación a través de la polarización que se mantiene hasta hoy.

¿Cómo opera la polarización tóxica? Usualmente los dirigentes populistas, como Chávez, suelen identificar malestares o injusticias existentes en una sociedad para luego culpabilizar al único “enemigo” –en nuestro caso, los políticos de la “IV república” de tales males. De esa forma simplifican la complejidad de los procesos políticos e imparten una visión binaria de la realidad. Esa estrategia política, a su vez, va creando y reafirmando posiciones en contra y a favor de esa visión polarizante. Los procesos de polarización extrema por dirigentes autoritarios son altamente destructivos porque minan la confianza hacia las instituciones democráticas, socavan el tejido social y los vínculos interpersonales. Una vez implantado este “chip binario” en el discurso público del “bien contra el mal” o “los corruptos contra los honestos”, es difícil encontrar los matices, que tanto importan a la hora de dirimir los conflictos subyacentes en cualquier sociedad. Es así, entonces, como los ciudadanos se vuelven menos tolerantes, más intransigentes y propensos a apoyar líderes o narrativas que complazcan su forma de ver el mundo.

Este tipo de comportamientos lo podemos observar en el seno opositor. El uso de frases como “el lado correcto de la historia” o el entendido de que toda crítica proviene de “traidores” o personas que “se han rendido” también contribuye al pensamiento binario y a la división entre opositores “reales” y “falsos”, es decir, a la polarización extrema. Esto a su vez fortalece la fragmentación entre actores opositores e inhibe una coordinación estratégica para fines comunes. Una oposición que se desacredita y deslegitima constantemente difícilmente podrá incrementar su fuerza doméstica para abrir campo al cambio político.

¿Cómo puede la oposición romper con este círculo vicioso de la polarización tóxica? Jennifer McCoy y Murat Somer (2019) en su artículo “Toward a Theory of Pernicious Polarization and How It Harms Democracies: Comparative Evidence and Possible Remedies” sostienen que, en general, las oposiciones democráticas deben i) despolarizar regenerando el centro político a través de narrativas de interés común y ii) repolarizar en torno a valores democráticos. Este argumento parece de mucha utilidad en nuestro caso, sobre todo si queremos construir una transición a la democracia en Venezuela.

Despolarizar el discurso y crear una narrativa inclusiva que pueda ganar la confianza, tanto de las personas que suelen apoyar a la oposición como de las personas que aún se identifican con el chavismo pero que están descontentas con el actual gobierno, es una tarea pendiente para la oposición democrática. Más allá de ser deseable, esta es una pieza estratégica en la lucha por el cambio.

Despolarizar no implicará restarle responsabilidad al régimen autoritario y “lavarle la cara” o promover la impunidad. Sí consistirá en cohesionar a la población bajo un mismo proyecto de vida democrática, que pase por la reconciliación nacional, sin que esto implique dejar de lado la impartición de justicia por las violaciones sistemáticas de los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad con foco en las víctimas. Es a la oposición a quien corresponde e interesa asumir esta bandera de la despolarización, promoviendo la confianza, tolerancia, pluralismo, esperanza y, con ello, la suma de voluntades en el país y en nuestros aliados internacionales. Para ello, la alternativa democrática necesita abrirse a visiones provenientes de distintos sectores del país, eliminar las lógicas suma-cero y despolarizarse internamente.


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