Nadie imaginaba en 1865 que el libro de Julio Verne recién publicado, De la Tierra a la Luna, iba a hacerse realidad unos cien años después con el viaje de Armstrong. Otros, también anuncian el fin del mundo desde tiempo inmemorial, augurio que, obviamente, no se ha cumplido.

Pretender adivinar, pues, cómo será el futuro es tarea difícil, pero sí se pueden ver tendencias que existen hoy en día y que nos pueden guiar en esta tarea.

La digitalización será imparable. En primer lugar, en el aspecto económico y monetario. Cada vez más se pagan menos las operaciones en efectivo, que al final probablemente desaparecerá. Además, habrá monedas digitales, ya sean dentro del sistema monetario actual, las criptomonedas de los bancos centrales, o monedas digitales fuera del sistema monetario actual, como el bitcoin. Estas dos opciones significarán una ruptura o un continuismo con el sistema actual.

Las empresas en el sector de las nuevas tecnologías continuarán creciendo y acabarán con la burocracia en el mundo, que se hará más amigable para los usuarios. Esto implicará muchas menos horas de trabajo para conseguir los mismos resultados. Lo que podría traer jornadas laborales de menos horas con el mismo sueldo, o ingentes cantidades de mano de obra en el paro inadaptada al nuevo cambio económico.

Los métodos de producción también mejorarán con las nuevas tecnologías, y el efecto será el mismo que el descrito en el párrafo anterior. La inteligencia artificial creará ordenadores y robots inteligentes que sustituirán al ser humano en muchas tareas. Si se organiza bien, la transición a este mundo será un gran salto en la calidad de vida de la gente.

Las enfermedades se verán reducidas drásticamente, entre otras cosas por un nivel de vida económico mucho más alto y por la aplicación de las nuevas tecnologías a la investigación. Se vivirá más tiempo y probablemente aumente la edad de jubilación ampliamente, ya que se realizarán trabajos cada vez más intelectuales y menos físicos.

La industria del ocio seguirá viviendo un boom imparable. Según crece la economía y las necesidades básicas son cubiertas, aumentan las necesidades no básicas, principalmente el ocio. Se viajará más, habrá más vacaciones, más gente en edad de jubilación, se disfrutará más del tiempo libre.

Pero no todo será positivo. La transición a este “mundo ideal” puede ser suave o traumática. Principalmente en el tema económico. La acumulación de riqueza, guardada en activos refugio, como son las monedas fiat y el inmobiliario, puede perder gran parte de su valor en una transición a otro orden monetario. Mucha gente estará en contra y se podrán producir fricciones de mucha intensidad.

Habrá una transición energética, ya comenzada, hacía las energías renovables. Este cambio también puede afectar a los equilibrios geopolíticos y traer luchas de poder entre distintos países.

Viviremos más y tendremos menos hijos. Al llevar una vida donde existen más satisfacciones derivadas de una vida profesional más atractiva y una vida de ocio y aficiones más completa, más gente optará por no tener hijos como estilo de vida.

El ser humano, como tal, progresará. Tras una popularización del arte, donde éste se hace accesible a más gente, pero donde desaparecen las élites, (P.ej. hay muchas representaciones de ópera, pero no hay grandes compositores) surgirá el arte en muchas esferas de la vida.

El materialismo llegará a su fin, pues el crecimiento económico, a pesar de las nuevas tecnologías y la industria del ocio, será menor. Este será sustituido por una mayor espiritualidad, donde podrían surgir religiones de nuevo cuño que, basadas en las antiguas, intenten dar respuestas a cuestiones que la ciencia no llega a responder, como la vida y la muerte.


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