Los dos últimos años de la economía colombiana han sido buenos. Un promedio de crecimiento de 10,8% entre 2019 y 2022 dan cuenta de un gran esfuerzo por revertir el golpe de la caída significativa que ocasionó la pandemia. No solo asistimos a un efecto rebote, hay bastante más que eso. Sostener el timón de un buque que se vio enfrentado con problemas de paralización inducida por el paro en el año precedente a las elecciones no fue cantar y coser. Aun así, los vecinos exhiben el crecimiento poscovid más pronunciado del continente y se ubican en el sexto lugar entre los países emergentes. El avance de 2021 fue de 11% y el de 2022, por el viento de cola que traía, terminará en cerca de 8%.

Pero no hay que cantar victoria ante el buen comportamiento de la dinámica económica de estos últimos dos años cargados de “atipicidad” y del efecto benéfico del incremento de los precios de los combustibles en el espectro internacional. El 2023 no va a experimentar una expansión inercial por encima del 8% porque el Estado haya podido acometer programas sociales, haya dispuesto de recursos para inversión, las remesas hayan crecido significativamente, y todo ello haya motorizado el gasto de los hogares. No es posible tampoco pensar que, dados los ajustes que es imperativo implementar, Colombia puede fácilmente retornar a las épocas en que el país crecía, año tras año, por encima del 3%.

El país cuenta con un historial de manejo económico muy positivo. Para el Banco Mundial es esto lo que permitió que la economía creciera ininterrumpidamente desde el año 2000 y proporcionó el espacio político para responder a la crisis de covid-19. Pero el año que se inicia en pocos días está siendo visto por la economía productiva colombiana con algo de desconfianza. Si bien es cierto que “la gestión macroeconómica y fiscal colombiana ha sido prudente y está anclada en un régimen de inflación objetivo, un tipo de cambio flexible y un marco fiscal basado en reglas”, es preciso esperar los impactos que se generarán en la economía por las medidas que el nuevo gobierno comienza apenas a implementar y, particularmente, el nuevo esquema tributario.

Estudios efectuados por el sector bancario internacional dictaminan que la Colombia del futuro se verá impactada por la recesión de Europa y de Estados Unidos, lo que ubicaría su cifra de expansión del PIB para 2023 por debajo del 1%. Estos consideran que el sector de la construcción podría, a partir de 2023, convertirse en un poderoso motor para vitalizar el resto de la economía ya que solo él impacta a 36 subsegmentos de la economía y genera 1,2 millones de empleos. Y al parecer, en tiempos de crisis, la vivienda es un activo de baja volatilidad, cuyo valor tiende a aumentar cuando el crecimiento económico se contrae o existe incertidumbre. Pero para ello es necesario que la política integral de vivienda del gobierno se afiance, se mantengan los subsidios para incentivar la demanda y se estimule igualmente la oferta.

Sin embargo, la incertidumbre mina el ánimo del inversionista. La falta de sindéresis en el manejo de lo político y del objetivo de lo que se ha dado en llamar la Paz Total alimenta la indecisión de los sectores privados. El sector industrial, en particular, no se inclina a arriesgar recursos dentro del país. Nada hay mas cobarde que el capital y este solo se anima en un ambiente proclive a la estabilidad.

El gran problema subyacente en Colombia en 2023 no será diferente de los años precedentes: será un desequilibrio de carácter estructural. El Banco Mundial lo pone de relieve cuando dice que “Colombia sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo. Para reducir la pobreza de forma duradera y aumentar la resiliencia entre los no pobres es necesario ampliar la cobertura del sistema de seguridad social, reducir las rigideces en la inclusión automática a los programas sociales, hacer que los mercados laborales sean más eficientes e inclusivos y mejorar el nivel y la calidad de la educación, la salud y la infraestructura”. En definitiva, una tarea ciclópea e inaplazable.

Así, pues, Colombia ha llegado a esta crisis con un bagaje de solidez económica y de fortaleza que es preciso preservar. Nada impide que el país pueda continuar en una senda de crecimiento, si las medidas correctas se mantienen y no se impulsan virajes insensatos en momentos en que el ambiente de los mercados es turbulento. Todo ello depende de sensatez con la que el timonel aborde las prioridades del país.


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