Calificado como «El Príncipe» de los hoteles barquisimetanos, al comienzo una modesta posada y de típico menú italiano, minestrone y espaguetis, fundada por los hermanos David y Sergio Salutti, hasta convertirse en una inmensa torre con piscina, bar, amplio restaurante y salones para fiestas, conferencias, reuniones políticas y por excelencia, en el centro cívico de Barquisimeto, con un interesante detalle. Sobre el terreno donde fue edificado surgió la leyenda de que allí estuvo guardado el tesoro del Tirano Aguirre, pero cierto es que también fue la casa de los abuelos del doctor Ramón Escovar León, que pudiera contarnos algo.

La precedente historia del Hotel Príncipe viene al caso porque en ese lugar se llegó a hospedar una clase política que incluía a candidatos presidenciales algunos, electos después jefes de Estado, ministros, gobernadores, diputados que propiciaban encuentros privados y públicos. De los primeros tuvo conocimiento David Salutti, porque su hermano Sergio dirigía la cocina, lo que le permitió con eficiente oído y admirable prudencia enterarse del chismorreo intrigante, de un modo de hacer la política barquisimetana desde los tiempos de Guzmán Blanco, cuando en una visita a la ciudad concediera audiencia a una docena de personas, llamándole la atención que al retirarse cada uno, conociendo al siguiente que vendría a conversar con el presidente, le advertía…

—Ése es un ladrón, abandonó a la familia, es un borracho, habla mal de todo el mundo — por supuesto, que se repetían, lo que motivó a Guzmán a decirle a su edecán: «Este es un pueblo de chismosos y pulperos enfranelados».

Pues bien, el Hotel Príncipe era epicentro para incontables reuniones políticas, llegándose a decir que allí vivía el espíritu de Nicolás Maquiavelo, porque David era una especie de secretario, solo a él daba cuenta de las satisfacciones o desengaños de los encuentros políticos que entre cafecitos, tragos, desayunos o almuerzos, aunque de aquellas andanzas indagaron periodistas, como Salvador Macías, Migdala Coello, Julio Pérez Rojas, Luis Rodríguez Moreno, Víctor Barranco Castillo y Manuel Felipe López, en sus columnas políticas, acerca del fantasma del florentino, muy leído por los concurrentes, que les animaba a practicar su tesis de «ser astuto y engañoso». De esos particulares, el político larense Guillermo Meléndez Guédez (el Negro) le sugirió a David Salutti la idea de escribir sus memorias y cuando lo visité me respondió: «Si algo aprendí de Maquiavelo fue la prudencia», frustrándose la idea. Al respecto, es de recordar que Bolívar, visitando al general O’Leary, vio sobre una mesa el libro El Príncipe de Maquiavelo y por la forma en que lo miró, cuenta Simón Alberto Consalvi que O’Leary le preguntó: ¿lo ha leído?, respondiendo este «hace 25 años que no lo he hecho», lo que indica no haber sido maquiavélico, que sí lo fue Francisco de Paula Santander.

Ahora, lo que no llegaron a pensar los Salutti es que su prestigioso hotel, el primero por más de 50 años, sería sujeto a imposiciones tributarias o medidas sanitarias inventadas por albergar a la ciudadana María Corina Machado. Una práctica de acoso no solo a la persona, sino a todo lo que huela a ella, sin darse cuenta del daño que se le hace al comercio hotelero, con el agravante de que sobre ese particular reina el silencio. Todo indica que es el régimen el que advierte a la red hotelera del país, a quien o quienes deben prestar sus servicios, violándose elementales derechos constitucionales, que a juicio de Jean Francois Revel no es otra cosa que «utilizar los controles fiscales no para que reine la equidad fiscal, sino para satisfacer venganzas partidarias e intimidar adversarios».

Nosotros quisiéramos creer que detrás de todo ello hay una mano peluda sin el consentimiento del presidente Nicolás Maduro, más por la torpeza que la intimidación, que requiere de inteligencia, porque según Maquiavelo: «El orden de las cosas humanas es tal que nunca se puede huir de un inconveniente sin caer en otro… la prudencia consiste en saber conocer la calidad de esos inconvenientes y elegir el mejor como bueno» y no todo lo contrario, como diría Carlos Andrés Pérez.

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