La invasión rusa a Ucrania ha llevado a Europa a uno de sus momentos más oscuros desde la Segunda Guerra Mundial. La decisión del presidente de Rusia, Vladmir Putin, que sin duda califica como un crimen contra la humanidad, significa que un número inaceptablemente alto de personas inocentes morirán en las próximas semanas y meses.

En América Latina un grupo importante de gobiernos ha condenado la invasión y se han solidarizado con el pueblo ucraniano. Pero otro grupo ha respaldado a Putin o emitido comunicados gaseosos en los que se niegan a criticar las acciones criminales del dictador ruso. Lo curioso es que en el segundo grupo se han juntado gobiernos que representan a ambos extremos ideológicos de la región. En su simpatía a Putin la derecha radical se ha fundido con la izquierda populista autoritaria, prueba de que los extremos a veces se tocan.

Pero antes de tocar este tema hablemos del interés de Rusia en América Latina.

Para Putin el concepto de «esferas de influencia» es clave en su visión geopolítica del mundo. Su convicción de que Estados Unidos y la OTAN no tienen derecho a entrometerse en territorios que pertenecieron o estuvieron bajo la esfera de influencia de la Unión Soviética explica en parte la invasión a Ucrania.

Bajo esta luz se debe ver la ambición de Putin de aumentar su presencia en América Latina. Rusia, por supuesto, tiene varios objetivos en la región pero uno importante es enviar un mensaje a Estados Unidos: «Si ustedes se entrometen en nuestra esfera de influencia, nosotros vamos a hacer lo mismo».

En las últimas semanas, mientras Rusia se preparaba para la invasión, Putin lanzó una pseudo ofensiva diplomática en América Latina para reafirmar los vínculos ya establecidos, así como para tratar de expandir su influencia. Además de llamar a sus aliados incondicionales, los dictadores de Venezuela, Cuba y Nicaragua, cortejó a otros líderes con más poder e influencia regional, recibiendo en el Kremlin al presidente de Argentina Alberto Fernández, y al de Brasil, Jair Bolsonaro.

Estas movidas dieron frutos. Durante su visita a Rusia a principios de mes, Alberto Fernández dijo que estaba trabajando empecinadamente para librar a Argentina de su dependencia a Estados Unidos y en ese esfuerzo Rusia ocupaba «un lugar muy importante».

Bolsonaro, que estuvo en Moscú días antes de la invasión, también fue efusivo con el dictador ruso. Ignorando la presión de Estados Unidos para que no visitara a Putin en un momento tan delicado, el presidente de Brasil se declaró en «solidaridad con Rusia» (sin dejar claro si se refería al tema de Ucrania) y expresó su intención de colaborar con Moscú en muchas áreas.

¿Cómo reaccionaron estos líderes a la invasión? Previsiblemente, las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua respaldaron la acción de Putin, demostrando una vez más la vacuidad de su discurso. El respeto a la «soberanía», no hay que olvidar, es un supuesto valor fundacional de estos gobiernos. En el caso de Venezuela, por ejemplo, el término aparece más de treinta veces en la Constitución de 1999 impulsada por Hugo Chávez y desde que ascendió al poder el chavismo ha abusado el término hablando de soberanía alimentaria, energética, tecnológica y militar. Pero ahora la dictadura respaldó casi automáticamente la más flagrante violación de la soberanía que ha sufrido Europa desde los tiempos de Hitler.

La reacción de Bolivia y Brasil ha sido más vaga pero no por eso menos vergonzosa. Bolivia lamentó «la falta de diálogo y entendimiento» y «exhortó a todas las partes» a la búsqueda de soluciones diplomáticas. Esto es como si después de una violación le pidiéramos tanto al violador como a la víctima («todas las partes») que traten de resolver sus diferencias dialogando y sin violencia.

En el caso de Brasil, la Cancillería emitió un comunicado similar al de Bolivia  (sin condena explícita a Rusia), pero casi simultáneamente el vicepresidente Hamilton Mourao criticó duramente la invasión. ¿Cómo reaccionó Bolsonaro? Inmediatamente desautorizó al vicepresidente y aclaró que solo él podía hablar de la crisis en Europa. Como los izquierdistas radicales, Bolsonaro demostró la facilidad con que está dispuesto a ignorar crímenes contra la humanidad si siente que eso lo beneficia políticamente.

El gobierno de México respondió mucho mejor, después de unos extraños titubeos iniciales. En su primeras declaraciones el presidente Andrés Manuel López Obrador reaccionó de un modo similar al de Bolivia, negándose a condenar directamente a Rusia. Pero desde entonces López Obrador ha endurecido significativamente su posición y México votó a favor de una resolución en contra de Rusia en la ONU.

La buena noticia que muchos gobiernos latinoamericanos no han reaccionado como Bolsonaro y Nicolás Maduro. Líderes de derecha e izquierda que gobiernan más cerca del centro han condenado la invasión rusa, incluyendo el presidente de Chile, Gabriel Boric; el de Colombia, Iván Duque; el de Ecuador, Guillermo Lazo; y el de Uruguay, Luis Lacalle Pou. Incluso Argentina y Perú emitieron comunicados haciendo un llamado explícito a Rusia a cesar las acciones militares.

¿Extraña que sean extremistas de derecha e izquierda los que han apoyado a Putin? En realidad no porque todos los líderes autoritarios y populistas, vengan de donde vengan, comparten ciertas características y una de ellas es la incapacidad de poner el bien común sobre los instintos tribales, los juegos políticos y la ambición de poder.

En eso Bolsonaro y Maduro se parecen a Putin.


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