En anteriores entregas hemos comentado cómo el tema Venezuela se ha convertido en punto de debate y  fuerte polémica en la campaña electoral norteamericana conjuntamente con la oferta de los candidatos prometiendo ser más duros o menos duros frente a los gobiernos autoritarios o dictatoriales del continente, teniendo en cuenta que en muchos estados (California, Nuevo Mexico, Arizona, Texas, Florida, Illinois, Nueva York, etc.) el electorado latino asume ya proporciones de suficiente importancia como para poder influir decisivamente en los resultados del comicio del 3 de noviembre venidero.

Tan es así la cosa que para el sur de Florida los candidatos Trump y Biden han preparado comerciales de televisión exclusivos para la zona de los condados de Miami-Dade y Broward, diferentes a los que se exhiben en otras latitudes, especialmente las rurales, del estado donde el componente latino es menos relevante.

En dichos anuncios televisivos el candidato Trump machaca hasta el cansancio  la noción de que Biden y su Partido Demócrata son “socialistas”, lo cual en el “imperio” equivale a una descalificación tan exagerada como inexacta. Lo más que pudiera afirmarse es que el ala progresista del actual partido de la oposición es que exhibe una mayor sensibilidad social –lo cual ha sido tradicional para ellos– y que en la actualidad alberga un número de dirigentes cuyas posiciones lucen radicales en el panorama electoral norteamericano, pero que distan años luz del discurso filocomunista/chavista que arropa a líderes continentales como Lula, Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Maduro,  Correa, etc.  Sea como fuere el giro está bien buscado y ha tomado algún cuerpo en la opinión pública.

En la otra acera el presidente Trump, quien al momento va bastante rezagado en las encuestas, se afinca en el éxito que tuvo en el aspecto económico hasta que llegó la pandemia, pero debe enfrentar la muy mala imagen que ha venido cosechando como consecuencia del manejo de la misma cuyos números hablan por sí solos.

Es conveniente destacar que contrario a la creencia generalizada, la influencia electoral de los venezolanos es aún muy reducida, pues si bien es cierto que existen solamente en Florida más de 200.000 compatriotas, no son sino una reducida minoría (cerca de 40.000) quienes son ciudadanos norteamericanos y como tales habilitados para votar. La mayoría favorecería a Trump a quien –con justicia– reconocen como el único que ha plantado cara al chavismo/madurismo en forma frontal y concreta con sanciones cuya consecuencia se hace sentir a lo interno de Venezuela. Sin embargo, un número considerable resiente la política antiinmigración que se ha venido adelantando sin concesiones  desde que asumió la presente administración. Distinto el caso de los cubanos cuya mayoría sí son ya ciudadanos estadounidenses y votan.

En los últimos días se ha colado el rumor no confirmado de que en la plataforma del Partido Demócrata, próxima a hacerse pública, se incluiría la oferta de descontinuar los esfuerzos por lograr cambios de régimen en aquellos países cuya conducción violatoria de derechos humanos y deterioro de su realidad económica no sea afrontada y resuelta por quienes la padecen siempre y cuando ello no amenace la seguridad nacional de Estados Unidos. De ser ello cierto pudiera concluirse que el triunfo del candidato Biden conduciría a una suavización de las sanciones contra la usurpación venezolana a la espera de que sean los propios interesados quienes resuelvan su entuerto. Por eso es que la diáspora  venezolana favorece decididamente a Trump aun cuando –como se ha explicado– su influencia numérica no es determinante, lo cual no implica olvidar que en 2008 la victoria de Bush (h) sobre Al Gore fue por solo 600 votos.

Lo anterior revela con crudeza la realidad de que las decisiones sobre Venezuela se tomarán según el interés político interno de Estados Unidos. En consecuencia, llenarse la cabeza de “pajaritos preñados” como  aspiran los sectores más radicales de la oposición venezolana es totalmente ilusorio, tanto más cuanto que la percepción de lo que es la tan deseable unidad tiene sobradas razones para ponerse en tela de juicio.

Quienes seguimos de cerca la forma como desde el Norte se percibe a la alternativa democrática venezolana constatamos con pena que tal percepción es lamentable, pudiéndose casi que asegurar que se encuentra en su punto más bajo. Lo que hay que hacer es de anteojito, pero hacerlo no parece tarea fácil.


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