I

Este régimen nos quita la vida. Nos quita la posibilidad de estar juntos, de vivir como familia muchos capítulos. Y aunque el amor no conoce distancias, a veces la ausencia duele como una catástrofe.

Son culpables de las despedidas, de las ganas de irse. Son culpables de los huecos en el corazón que no se llenan con los abrazos virtuales. Ya lo dijo bien la Conferencia Episcopal de Venezuela, como siempre, miles de venezolanos han tenido que dejar todo para conseguir medios de subsistencia en otros lugares. Pero en vez de poner fin al sufrimiento, se prolonga hasta el infinito.

Esos que lograron irse dejan medio cuerpo en Venezuela. Sus querencias y sus amigos, sus mascotas y sus plantas, la luz del cielo con la que crecieron. Se ha dicho hasta el cansancio, nada de lo que escriba aquí es nuevo.

II

Alguna vez intenté buscar trabajo en otros países. En una oportunidad me dieron esta respuesta: no nos gusta contratar a venezolanos, porque son como zombies, siempre tienen la cabeza en su país.

Creo que es la mejor descripción, aunque no es excusa, porque miles han probado ser excelentes empleados, preparados y dedicados. Pero cómo no pensar en Venezuela cuando se está lejos si sabemos cómo la dejamos, en manos de unos desalmados que lo que quieren es destruirla por completo.

Las despedidas a las que nos hemos tenido que enfrentar los venezolanos son terribles, nos parten en dos. Y estando lejos, la tragedia puede profundizarse.

III

Hipólito nos dejó. Y aunque ya sabíamos que iba a pasar en cualquier momento, nunca se está preparado para la muerte. No lo digo por él, que estaba sufriendo mucho y ahora sé que está mejor. Lo digo por los que no pueden ir a decirle adiós.

Su nieta y yo lo recordaremos siempre, pero su hijo está lejos. Eso es lo que más duele de esta despedida, que los que se fueron no pueden despedirse sino llorarlo por dentro.

Alguna vez me confesó que su mayor miedo era la soledad y que no quería eso para ninguno de sus hijos. En eso la vida lo complació. Adiós Polo.

@anammatute


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