Uno de los enigmas (o no tanto) de la Segunda Guerra Mundial es a dónde fue a parar el oro acumulado por el régimen nazi, a veces obtenido en forma siniestra, como el que procedía de sus víctimas en los campos de concentración, y a veces en forma misteriosa, como el que, supuestamente, se transportaba en cargueros procedentes de Sudamérica, o en trenes perdidos en algún lugar de Europa. Pero más reciente, y más pertinente, es la información proporcionada por el periodista Nelson Bocaranda, según la cual un avión procedente de Venezuela, con destino a Dubai, tuvo que aterrizar de emergencia en Frankfurt, en donde, al revisarlo, encontraron 700 kilos de oro.

Comparado con todo el oro (y el coltán y los diamantes) que ha salido del país en los últimos años, 700 kilos no es mucho. Sólo en marzo de este año se informaba de 73 toneladas de oro venezolano que habría salido con destino a Turquía, Dubai y Uganda. Antes salían maletines cargados con dólares para financiar campañas electorales en toda Sudamérica; ahora, lo que sale son lingotes de oro, seguramente para financiar los próximos años de exilio de una élite corrupta que ya está preparando sus maletas.

El Banco Central de Venezuela, que supuestamente tiene autonomía para la formulación y el ejercicio de las políticas de su competencia, entre las que se incluye la administración de las reservas internacionales, no ha dicho ni una sola palabra sobre estos hechos, comportándose como si fuera un apéndice del gobierno. No nos hemos enterado de esta noticia porque el Banco Central de Venezuela haya informado sobre alguna operación realizada por esa entidad, con la debida autorización de la Asamblea Nacional, según manda la Constitución. Ha sido gracias a la acuciosa labor de un periodista que hemos tenido conocimiento de este hecho que, a pesar de su gravedad, no ha sido reportado por otros medios de comunicación social, ya sea porque están controlados por el gobierno o porque son víctimas de la censura.

No obstante ser un asunto de interés público, en sus largas y frecuentes alocuciones presidenciales, Nicolás Maduro no ha hecho ninguna referencia a estos hechos, que le conciernen y que no son intrascendentes. Tampoco hemos sabido de ninguna medida adoptada por la Fiscalía General de la República para investigar, entre otras cosas, el origen de ese oro, cómo salió del país sin que la Guardia Nacional lo impidiera, quiénes viajaban en ese avión, y quiénes están detrás de esa operación. Desde luego, es imposible que un cargamento de esa naturaleza pudiera salir de Venezuela sin el conocimiento y sin la complicidad de altos funcionarios de gobierno. Es cierto que no es primera vez que ocurre; pero, esta vez, ese cargamento no ha pasado inadvertido y ha llegado a conocimiento de la opinión pública. Por eso, el fiscal general de la República no debería mirar para otro lado y comportarse como los monitos que no ven, no oyen, ni hablan.

A diferencia del oro nazi, no hay nada de misterioso en esos lingotes de oro que, en estos últimos años, salen con absoluta regularidad desde Venezuela. Podrá cambiar el medio de transporte, la ruta o el destino, pero quienes lo van a reclamar como suyo serán siempre los mismos “hombres nuevos” que, desde hace dos décadas, están saqueando el tesoro de la nación.


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