«Tal vez François está muerto, tal vez yo estoy vivo.

No hay diferencia, no».

Jean-Luc Godard

«Como todo el mundo, te prefieres a ti mismo y sabes que es así, posees la verdad sobre la vida, la política, el compromiso político, el cine, el amor, todo eso es muy claro para ti y cualquiera que piense distinto es un cretino, incluso si tú no piensas lo mismo en junio que en abril».

Francois Truffaut en respuesta a Godard.

Hay un relato que no cuenta la crítica comprometida con el progresismo lefty, con la narrativa del marxismo cultural, que todavía cuenta con múltiples adeptos en el mundo, al punto de censurar a sus propios colegas y excluirlos de los festivales en donde ejercen un control “empático”, de sonrisa hipócrita, pero férreo como un puño de hierro, de origen soviet.

Es la historia de cómo la doctrina del marxismo llegó al seno de la nueva ola francesa, para dividirla, poner a pelear a sus principales líderes e inaugurar la “edad oscura” de la revista Cahiers Du Cinema.

No en balde, la imposición de las ideas comunistas en la publicación, compaginó con la sonada ruptura entre Godard y Truffaut, dos popes fundadores de la revista, a partir de las sentencias lapidarias y las condenas del primero contra el segundo, a quien acusó por “serio, conservador, clásico y burgués”.

Usted puede pensar que exageramos o inventamos, pero ahí están los archivos y los testimonios de críticos como Serge Toubiana, uno de los reconstructores de Cahiers Du Cinema, bajo la batuta de Serge Daney, tras los años de plomo y binarismo dogmático de la revista, entre finales de los sesenta y principios de los setenta.

A propósito, tuvimos un encuentro con Serge Toubiana, de dos horas de duración, con motivo de celebrarse los 90 años de Francois Truffaut, el seis de febrero.

Interrogado por sus gustos, Serge Toubiana prefiere no tener que elegir entre Godard o Truffaut, porque los considera el binomio de oro de la nueva ola.

Sin embargo, su investigación y obra no pueden ocultar un mayor amor y dedicación por preservar la memoria de Francois Truffaut, como la quintaesencia del realizador romántico y libertario, cuya máxima independencia lo curó de las posiciones extremas asumidas por Godard, en defensa de la revolución cultural.

Una lectura complaciente hacia el maoísmo, la de Godard, que nunca pidió disculpas y menos revisó el horror de los millones de muertos que generaron las purgas en China.

De igual modo, el período leninista de Cahiers Du Cinema se concentró en una lectura condescendiente de la vanguardia soviética y de las luchas de descolonización de la posguerra, silenciando las violaciones de derechos humanos cometidas por Stalin, evitando juzgar y condenar los fiascos estéticos que amparó la industria rusa al servicio de la ideología del Estado.

Por ejemplo, el marxismo cultural tuvo su propia versión del macartismo, con listas negras, mártires, guiones tachados, cineastas perseguidos y filmografías prohibidas.

Caso prototípico de Einsentein y Vertov, venerados cuando hicieron propaganda, más vigilados y discriminados al momento de proponer vías experimentales que molestaban a los funcionarios que exigían un cine pedagógico y adaptado al canon del realismo social.

Lo propio ocurre, más adelante, con la obra y la vida del poeta Andrei Tarkovsky, incomprendido por el status soviético y finalmente obligado a exiliarse como un artista objetor de conciencia y abiertamente disidente de las líneas del partido.

En tal sentido, compartimos una cita contundente del teórico David Oubiña: “La propia Cahiers du cinéma denomina ese período de fuerte politización como sus ‘años no legendarios’ y suele considerarlo como un error, como un desvío contraproducente, como un paréntesis inútil (Bouquet, Burdeau, Ramone, 2008)”.

Recuerda el profesor de la Universidad de Buenos Aires, en su valiente alegato, que la revista se embarcó en un proyecto netamente político, que buscaba explotar el descontento de los años posteriores a mayo del 68, olvidándose del cine mainstream, renegando de la política de los autores, porque supuestamente no apoyaba la lucha de la clase obrera y el proletariado.

El colectivismo de Cahiers Du Cinema se traduce en una revista de puro texto, casi un manifiesto abstracto y hermético de Althuser, que ilustraba poco con fotos de algunas películas “antipopulistas” y autorizadas por la nueva línea editorial de la publicación.

Algo monótono, triste y predecible como una portada del periódico Granma de Cuba.

En dicha etapa, argumenta Serge Toubiana, Francois Truffaut rompe con la revista, por diferencias con su diseño partisano, mientras Godard se convierte en un faro para el consejo de redacción, a la sombra de sus panfletos y ensayos a favor de los rojos.

Cabe aportar otra conclusión del profesor David Oubiña: “Es un entusiasmo romántico que idealiza la revolución china de una manera ingenua. Pero que, durante un corto tiempo, funciona. Se elimina el Comité de Rédaction y toda jerarquía institucional (en beneficio de la elaboración grupal), se reduce la teoría cinematográfica (que es reemplazada por la militancia y la pedagogía revolucionaria), se suprimen casi totalmente las imágenes (en caso de ser necesario, sólo fotogramas pero ya no fotografías de rodaje), se privilegia la escritura colectiva de largo aliento y a menudo sin firma. Después de tantos años, los Cahiers han logrado romper con su propia tradición: las individualidades se funden en un proceso de colectivización total pero que exige, en contrapartida, el abandono de lo cinematográfico. Lo cierto es que entre 1970 y 1973 Cahiers sólo ha publicado un total de veinticuatro números y ya casi no parece una revista de cine. Y lo que es peor: sus integrantes se han olvidado cómo hacerla”.

Según lo planteado por Oubiña y Toubiana, de la política de autor solo queda la política y un existencialismo, un nihilismo, un absoluto relativismo que paraliza a la revista y la lleva por un callejón sin salida.

En el medio, Godard y Truffaut que fueron hermanos y trabajaron juntos como críticos y productores en Sin aliento, vivirán un sonado divorcio, que amerita un documental o una película de ficción, como mínimo.

Una separación que dejará dos bandos resentidos y separados, como en Venezuela, salvando las distancias.

Hubo intentos por establecer puentes y conseguir una reconciliación de ambos, por parte de intermediarios como Serge Toubiana.

Pero el ego del marxista Godard, jamás logró superar el problema, renunciando a un posible reencuentro con Truffaut, quien era más flexible al respecto y más abierto a dar el asunto por terminado, en pro de la historia del cine francés y de Cahiers Du Cinema.

Me dice la profesora Malena Ferrer, que conociendo a Jean Luc, el verdadero villano de este “rifirrafe” se llama Godard, dado que tampoco aceptó el afecto de Agnés Vardá, cuando lo visitó y le llevó un obsequio a su casa, antes de fallecer.

Sin duda, las películas de Truffaut envejecieron mejor que las del Godard maoísta, hoy vistas más como un documento de la época o una reliquia de culto, que como un cine que siga tan vigente como el de “400 Golpes” o la misma “Sin aliento”.

Cuestión de gustos, al final del día. Porque Godard continúa proponiendo, desde su encierro monástico, aunque veces no entendamos mucho de qué va su onda contemporánea. Lo veneran igual como un dios del cine, y sus ensayos circulan en Cannes, como mensajes encriptados de un iluminado que viene del futuro.

Personalmente, no soy tan fan del Godard actual, y visto lo visto, me inclino por recomendar a Truffaut en mis clases, porque como afirma Serge, así los chicos aprenden de la libertad, del amor y la capacidad de contar una historia, sin las interferencias ideológicas y las cargas políticas de los autores del siglo XX.

Quiero tomar la historia de este sonado divorcio para abogar por una tregua politiquera en el cine venezolano.

Ya lo estamos viendo en las pantallas nacionales con los estrenos criollos.

Los directores optan por entender y comunicarse con un público, que se hartó de los falsos imitadores de Godard en el país, los que hacen panfletos progresistas.

Hoy ni rastros de ello en la cartelera.

Por un cine de autor que abarque todas las tendencias, incluso las de la no política.


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