Sea en el entorno familiar, desde el más cercano al más distendido, de parejas, en asuntos de trabajo o de vecindad, de amistades longevas o recientes, permanentes o circunstanciales, discusiones de contención política o social, en todo ámbito siempre habrá un imbécil, o como quiera que denominemos a estos personajes, idiotas, estúpidos, necios, igualmente los aduladores y hasta las más particulares menciones propias de cada sociedad. Lo cierto es que en su misión y ejercicio de su obra no existe  tiempo libre y se perfeccionan cada vez más con su misión, y es que desde el inicio de la humanidad hasta el final de los tiempos siempre ha habido y siempre habrá un necio.

Cuántas habrán sido las discusiones entre padres e hijos, amigos o simples conocidos, por imbecilidad de uno, o imbecilidad compartida, entre los padres entre sí, del que cada quien achaca la imbecilidad al otro, su determinación es una tarea imposible de acometer.

Con la llegada de las nuevas tecnologías y redes sociales, la relación y discusión ha alcanzado niveles nunca antes imaginados. Ahora cualquier estúpido puede, en su legítimo ejercicio de serlo, manifestar abiertamente el derecho a la libertad de expresión y por cualquier medio divulgar el producto de su idiotez, lanzar una personal conclusión que siempre la hará ver como producto de un elevado estudio o erudición providencial, ante lo cual, también en el genuino ejercicio del mismo derecho, pueden quienes quieran sustentar su posición o por el contrario rebatirla, expresar con similar vehemencia sus pareceres.

En la Venezuela de hoy, en la que se genera a través de la crisis no solo política, social, económica, política y a la que ha de agregarse la idea de crisis de la razón, la inteligencia y la sindéresis, encontramos cientos, miles de situaciones que son perfectos ejemplos de discusiones, conversaciones, «diálogos» con estos personajes, con estos idiotas, con estos estúpidos.

Pero ¿cómo hemos de tratar, de «dialogar» con estos imbéciles? Esta es una tarea a la que si bien no ha sido formalmente, si le he dedicado alguna mediana intención.

Me ha llamado la atención una frase que a pesar de no existir evidencia concluyente se le ha atribuido a Mark Twain y que más o menos reza:

«Nunca discutas con un idiota, ya que te arrastrará a su nivel y te vencerá por su experiencia»

Se refirió que no existe prueba definitiva de su autoría, pero lo que sí es cierto y demostrable es que sobre el tratamiento para con los necios, entendiendo esta voz extendida a toda clase de estúpidos, imbéciles, idiotas y cualquier otra denominación, es que uno de los más importantes y más difundidos textos, principalmente en la cultura occidental, ya desde hace siglos nos da algunas pistas de cómo tratar a estos personajes. Nos referimos a la propia Biblia, en el Antiguo Testamento, específicamente en los Proverbios del rey Salomón, donde se señala entre otras cosas:

(Tomados de Proverbios 26)

“Como no conviene la nieve en el verano, ni la lluvia en la siega. Así no conviene al necio la honra”.

“El látigo para el caballo, el cabestro para el asno y la vara para la espalda del necio”.

“Nunca respondas al necio de acuerdo con su necedad, para que no seas tú también como él”.

“Responde al necio como merece su necedad, para que no se estime sabio en su propia opinión”.

Así, pues, tenemos ya algunas luces de cómo acometer una eventual discusión o ”diálogo» con un imbécil, siendo la conclusión más plausible la de no prestarse a entrar en una situación de argumentación circular que en nada contribuya, no solo a superar el diferendo existente, sea este espontáneo o inducido, a veces creado por los que creemos imbéciles, sino para lograr estadios superiores de conciencia y razón individual del mayor número de personas posibles, algo así como un proceso de desimbecilización.

En lo personal, el aprendizaje que saco de estas reflexiones es que, si bien uno tiene alguna obligación de tratar de ayudar a las personas en condición de idiotez, ello debe hacerse siempre que las mismas deseen hacerlo y salir de su profundo mar de desconocimiento y tribalidad, y jamás se deberá insistir al punto de verse afectado por la necedad ajena en el sentido de que las actuaciones de sus actores se exterioricen de modo tal que pongan en riesgo nuestra integridad, ya que el legítimo derecho al ejercicio activo de la estupidez no debe acarrear consecuencias o efecto alguno para los terceros, por tal razón el grave peligro de que los imbéciles ocupen posiciones públicas que comprometan la sanidad de otros.

Pero en fin, esta es solo mi opinión y cada quien podrá pensar, creer y actuar como a bien tenga, y a pesar de que mucho apreciaría tu opinión sobre todo lo que aquí expongo, también he de entender que no lo hagas, ya que muchas son las probabilidades de que el necio sea yo.


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