En una de las últimas cadenas presidenciales Nicolás Maduro mostró su molestia cuando exhibieron un video del fallecido presidente Hugo Chávez antes que el suyo. Recriminó de manera contundente al encargado de la emisión televisiva con algunas palabras de desagrado. La primera impresión que dejó el casi imperceptible hecho fue que todo estaba fríamente calculado, un mensaje para indicar que anda en la búsqueda de romper con un modelo dentro de las mismas entrañas de la revolución. Pulverizar a sus mecenas, para desligarse de eventos históricos, que son una mancha resistente y pegajosa, a la hora de negociar con Estados Unidos, su permanencia es el propósito. Las acciones de su antecesor son los vientos que trajeron estas tempestades, el ser rechazados por el mundo libre, para poder lograr sobrevivir, es una carga atómica sobre los alicaídos hombros revolucionarios. Para lograrlo tendrá que hacer muchas concesiones, levar anclas del pantano aborrecible, para transitar el camino que conduzca a una salida consensuada. Minutos después se  deshizo en elogios para su líder histórico, una manera elegante de suavizar el golpe con un concierto de panegíricos. Sin embargo, el mensaje que anhelaba asentar quedó bien marcado. Desde hace algún tiempo su administración trabaja: en la idea de ir despojándose de todo lo que significa la radicalización del proceso. Ir moldeándose ante la circunstancia para presentarse, como alguien dispuesto al acuerdo político. La idea que tienen es ir paulatinamente clausurando todas aquellas prácticas que mostraron al gobierno como un descuartizador de libertades. Por ello han ido vistiéndose de otros colores menos amenazantes. Nicolás Maduro quiere escribir su propia narrativa, la versión edulcorada de un proceso cada día con menos tendencia al extremismo. Su lucha es contra el ala violenta que puja por mantener al comandante como guía. Viene dando pasos para el deslinde. La derrota de los Chávez y Diosdado Cabello en Barinas fue una jugada de ajedrez. Recibir al gobernador electo Sergio Garrido en Barinas, con mucha camaradería, demostró que para su proyecto político era fundamental quitarles el poco poder que les quedaba a la familia del líder. Exponer civilidad para calmar los ímpetus de Washington. Auspiciar que la Corte Penal Internacional tenga una oficina en Caracas, es otro paso. Ya sus adversarios tendrían al enemigo procesal a pocas cuadras de su andar. Devolverle el Sambil- La Candelaria, a sus legítimos dueños, ante las rabietas del PSUV radical, junto a la promesa de regresarle a sus dueños, las fincas expropiadas, son un buen indicador. ¿Quién fue el autor de todos estos desatinos? Sencillamente Hugo Chávez y su manía troglodita. De estos episodios aberrantes tiene responsabilidad igualmente Nicolás Maduro, pero con la certeza de no ser el protagonista estelar del caso. Tratar de exponer rectificación, con respecto a una medida celebrada por Hugo Chávez, es otro clavo en el ataúd. Cada expresión de la deslegitimación histórica apunta en esa dirección. Esa una estrategia bien urdida, por cerebros pragmáticos, que saben que de no hacerlo seguirán entrampados. Lo que viene es ir borrándolo de la vida nacional. Irlo reduciendo al mínimo. Que solo sea un accidente en la historia. Ya poco hablan sus cadenas del interplanetario. Por supuesto, el pésimo gobierno de Nicolás Maduro, es responsable de este desastre. El haber acabado con el presente y futuro de Venezuela es el legado de ambos. Solo que el actual mandatario tiene el control de poder negociar. Cosa que un muerto no puede. En el mundo de la política la realidad se devora al pasado, no hay tiempo para la reminiscencia, solo la fatuidad mantiene los soportes donde descansa la estatua, para este proceso -echar abajo- todo lo que se anteponga al deseo de permanecer, será demolido, así se trate de Hugo Chávez.

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