Los pueblos aspiran a que quienes asumen el poder propongan políticas para lograr una vida digna, pero luego se topan con la terrible condición del gobernante que, en lugar de ser un campeón de la justicia y la democracia, acaba convertido en el autor de la amarga realidad que sufre la población, en el enconado victimario de la verdad, como sucede en las guerras.

Mantener el poder a toda costa transforma a los mandatarios en seres abominables, pues hacen de la mentira, la manipulación, la enconada subestimación de su “amado pueblo”, su única divisa… Y, sobre todo, están convencidos de que pueden engañar infinitamente al ciudadano.

El cementerio de la historia contiene un museo de estafas de esos seres todopoderosos, quienes sin ir muy lejos creyeron en su entorno adulador, ese que los endiosó al extremo de ungirlos como próceres de la patria, para luego rodar por el despeñadero del desprecio popular. En nuestro continente tenemos recientemente  a uno, Evo Morales, que se saltó a la torera la Constitución boliviana, utilizando sus raíces aymaras como justificativo para ser presidente eterno del país del altiplano.

En nuestro caso hemos sido víctimas en las 2 últimas décadas de un bombardeo informativo, orientado a hacernos creer que el derrumbe de los servicios públicos: la electricidad, el agua, la salud, la educación, el transporte y la falta de gasolina, entre otros, es culpa del Gran Satán del Norte y no de la incapaz gestión del régimen.

En la actual situación de la pandemia universal del coronavirus se pretende publicitar eficiencia y preocupación por parte de un mandatario nacional, convertido hoy en salvador de la patria y mansa paloma amorosa del pueblo venezolano, cuando los fallecidos por miles en Venezuela no son por el covid-19, sino por la carencia de medicamentos, equipos, tratamientos que han derivado en la muerte de miles de niños, enfermos victimas de males que se erradicaron hace décadas y han retornado por el abandono de hospitales y centros de salud en todo el territorio nacional.

Ante esta cruenta realidad la población absorta conoce de los miles de millones de dólares despilfarrados en armamento militar, en ejercicios militares de pacotilla, que provocan la sorna de la comunidad internacional, y que en nada resuelven los problemas cotidianos de la población.

Ahora bien, el objetivo soterrado del régimen es el control de la población mediante una cuarentena que solapadamente mantiene en toque de queda la protesta social, laboral y política, que aspira a un país mejor con gobernantes que no utilicen la miseria humana para emplearla como anillo al dedo para sus oscuros intereses.

Reconocemos que la crisis mundial desatada por la actual pandemia es una realidad que afecta al globo terráqueo, pero cómo quisiéramos que se reprodujera acá en Venezuela la actitud que han tenido los gobiernos del mundo hacia sus ciudadanos, sin escatimar recurso alguno. Actitud que lamentablemente no hemos visto de los actuales gobernantes que padecemos los venezolanos, sino el afán de aprovechar el momento para sofocar la protesta social por la escasez de gasolina entre tantas desdichas y los males que nos azotan en medio de la indiferencia soez de la tiranía.


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