Desde su elección en 2019 a la presidencia de El Salvador, Nayib Bukele ha empezado un típico proceso de retroceso democrático: concentrando el poder político, socavando pesos y contrapesos y manipulando las instituciones. La prueba más cruda se reveló en mayo de 2021, cuando usó su mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa para destituir a los jueces de la Sala Constitucional de la CSJ. La nueva Sala desmanteló la prohibición constitucional sobre la reelección presidencial inmediata, permitiendo a Bukele buscar otro mandato para el ciclo 2024-2029. Bukele ha amasado increíble popularidad debido a su aparentemente efectiva lucha contra las pandillas, al mismo tiempo oscureciendo su ambicioso plan Bitcoin, el cual 65% de la población rechaza. Aún así, el presidente de El Salvador ha logrado posicionarse como el líder más popular de Latinoamérica.

El problema mayor a largo plazo para El Salvador recae en la paulatina instauración de un régimen autocrático personalista por Bukele. De todas las dictaduras, las personalistas son las más longevas no solo porque nadie se atreve a “señalar que el Emperador no lleva ropa” por miedo a la represión, sino que la personalización autocrática merma los prospectos para una vía democrática, debido a los altos costos de perder el poder. En el contexto centroamericano, Bukele lo sabe perfectamente: Evita encarcelamiento como Manuel Noriega (Panamá), ser fugitivo como Jimmy Morales (Guatemala) o enjuiciamiento como Juan Orlando Hernández (Honduras). Sucintamente, las dictaduras personalistas son las más represivas y las menos propensas a la democratización entre todos los regímenes autoritarios.

Muchos caracterizan como positiva la gestión del presidente de El Salvador, a pesar de su viraje autoritario. Pero ¿si continúa el fracaso del Bitcoin? ¿Si la situación insostenible de endeudamiento se mantiene en los próximos años? Será en estas coyunturas críticas, cuando la mayoría de los salvadoreños exija un cambio político-democrático, que entenderán el peligro del personalismo autoritario de Bukele.

Ahora, la pregunta es ¿cómo abordar este retroceso democrático? Existen dos vías: la doméstica y la internacional.

La vía doméstica está totalmente paralizada. Bukele posee apoyo absoluto de las instituciones del Estado y de una mayoría colosal de la población. Contrariamente, la oposición tradicional del viejo bipartidismo está totalmente deslegitimada; la población les recrimina los males del país y con razón. La poca organización y deslegitimación, junto con una efectiva imagen de invencibilidad de Bukele, deja sin oportunidad alguna a la oposición. Quizás la estrategia más prudente para la oposición, siguiendo a la politóloga Laura Gamboa, recae en ejercer influencia dentro de las instituciones democráticas que, al largo plazo, será más efectivo para la democratización que ejercer vías extrainstitucionales.

Dicho esto, aún existe la vía internacional. La forma más efectiva de lidiar con Bukele requiere de políticas serias de democratización, siguiendo una brújula estratégica clara que sitúe la democracia en El Salvador como un objetivo final, alcanzable y factible, para todas las partes. La alternativa más prudente y responsable es mantener una política de status quo que no empeore la relación con El Salvador. Pero “políticas a medias”—que carecen de planificación estratégica e ignoran los intereses de otros Estados— solo empeorarán las relaciones con el país autoritario, truncan la democratización creíble en el horizonte y despejan el camino para que competidores como China aumenten su influencia.

Lamentablemente, Estados Unidos, el actor más influyente, ya ha empezado a ejercer estas fallidas “políticas a medias”. La administración Biden se ha enfocado únicamente en “acciones” sin componente estratégico, como simples condenas públicas al gobierno de Bukele por socavar la institucionalidad y violar derechos humanos; restricción de canales diplomáticos;y congelamiento de visas a miembros de su gabinete. Asimismo, y en línea con Estados Unidos, Luis Almagro (OEA) ha criticado el retroceso democrático de Bukele, mientras que el FMI ha hecho lo mismo con la legislación Bitcoin.

¿Qué efectos han tenido estas “acciones” sobre Bukele? Como actor racional, Bukele no ha tenido opción sino desalinearse del “orden liberal internacional” y re-alineamiento con China. En lo primero, Bukele ha confrontado a Occidente, sosteniendo que “la verdadera guerra no es en Ucrania” sino dentro de los países Occidentales que le critican su viraje autoritario. Sobre la guerra en Ucrania, El Salvador se ha abstenido de apoyar resoluciones en la ONU, propuestas por Occidente, que condenan la invasión rusa en Ucrania. Similarmente, Bukele ha desvinculado sus tratos con la OEA —inspirándose en pares como Fidel Castro y Hugo Chávez— tuiteando que el “Ministerio de Colonias de Washington, también conocido como la OEA, ya no tiene ninguna razón de ser”. Finalmente, también se ha mofado del FMI por cuestionar sus políticas económicas. En fin, “nadie puede señalar que el Emperador no lleva ropa”.

Las torpes políticas de “presión” también han llevado a Bukele a profundizar sus relaciones con China. Recientemente, el vicepresidente salvadoreño anunció que China ofreció comprar toda la deuda soberana del país. Si bien los chinos expresaron desconocimiento, esto no nubla el hecho de que El Salvador se encuentra en una “senda de endeudamiento insostenible”, según el FMI, la cual China capitalizará estratégicamente. Asimismo, mientras China donaba fertilizantes a El Salvador, Bukele anunció el inicio de negociaciones para firmar un Tratado de Libre Comercio con Pekín. Al largo plazo, la apuesta con China puede ser arriesgada. En el corto plazo, desde la perspectiva de Bukele, alinearse con China es la mejor opción para contar con un aliado poderoso que neutralice las criticas y posibles sanciones económicas, y que defienda la no intervención en El Salvador.

En conclusión,es imposible no calificar de torpe la idealista “política pro-democracia” de Washington. La promoción democrática “solo porque sí” no logrará que Bukele se enrumbe en la democratización.¡Ha hecho todo lo contrario! Estados Unidos debe comprender seriamente la realidad de la política mundial, reflexionar sobre su pobre historial de democratización y revisar sus políticas pro democráticas en busca de alternativas informadas principalmente por intereses, no ideales. Para ser justos, es un desafío embarcar a una autocracia popular-personalista en el camino democrático, pero esto no excusa el hecho de que las estrategias de democratización estadounidenses carezcan inexplicablemente de una brújula estratégica en un sistema internacional multipolar.Se necesitan políticas más eficaces. Para ello, los círculos de política exterior en Washington harían bien en practicar lo expuesto por John Dewey en 1933: “No aprendemos de la experiencia. Aprendemos de la reflexión sobre la experiencia”.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!