La década de los años veinte marcó el siglo XX. La que inicia mañana promete hacerlo con el siglo XXI. Al borde de lo que se anticipa como el comienzo de un decenio simultáneamente prometedor y preocupante, las pistas para otear el horizonte habrá que buscarlas tanto en el pasado más reciente como en las promesas y compromisos hacia el futuro.

En este esfuerzo de buscar referencias resulta de mucha ayuda revisar, por ejemplo, el reciente análisis del Grupo Eurasia sobre Latinoamérica, a raíz de los acontecimientos que marcaron el año que termina. Su conclusión, según la cual los disturbios llegaron para quedarse, no es alentadora pero refleja la profundidad de las causas que los produjeron: frustración e ira de los votantes, desencanto general, especialmente de la clase media, necesidad de ajustes en materia económica, escasa capacidad de los gobiernos para abordar las demandas de la sociedad.

Los políticos, dice el estudio, están siendo empujados en dos direcciones conflictivas. Por un lado, tienen que hacer modificaciones a menudo políticamente dolorosas para mantener la estabilidad macroeconómica y atraer inversiones. Por otro lado, se enfrentan a votantes que exigen una continuación del alto crecimiento, bajo desempleo y gastos adicionales para expandir y mejorar los servicios públicos.

Ya no basta la explicación de los ciclos de prosperidad estimulados por el auge de los productos básicos. La gran dificultad estriba en compaginar los intereses económicos y financieros globales con los de cada país y de las personas. La ira de los votantes obedece en parte a la percepción de que en la mesa de los acuerdos y en la definición de las políticas se salva el capital y gana la corrupción, pero pierde la gente. No hay duda sobre el hecho de que crecerán las demandas. La incertidumbre nace de la capacidad para satisfacerlas.

Desde otra perspectiva, el reciente Informe sobre Desarrollo Humano 2019 de las Naciones Unidas plantea como preocupación sustancial hacia el futuro lo que llama las nuevas dimensiones de la desigualdad. Frente a la miopía de reducirla al terreno económico, el documento apunta la tendencia cada vez más presente de analizarla en función del poder, del reconocimiento, de las oportunidades. El desequilibrio más importante, dice el informe, no se reduce a la posición de bienes. Tiene, en cambio, que ver con el poder, con los espacios de participación, la atención a los intereses de la gente, el reconocimiento mismo de las desigualdades, y las que se manifiestan en la distribución de oportunidades y el acceso a la educación de calidad, la salud, la información, el trabajo.

Cuando el informe habla de una nueva generación de desigualdades se refiere, entre otras, a las que vienen creciendo por la crisis climática y el cambio tecnológico. La discusión antagónica entre quienes optan de manera prioritaria por el crecimiento frente a quienes lo hacen por el ambiente y su preservación no termina en un simple desacuerdo. El resultado del desacuerdo arrastra nuevas formas de desigualdad. La tecnología, por su parte, no solo está cambiando el mercado de trabajo sino la vida misma y las relaciones político-sociales. Como advierte el informe, desconocemos en qué medida podrán las máquinas sustituir a las personas, pero no hay duda sobre el hecho de que los avances científicos, que han impulsado importantes mejoras en los niveles de vida, tendrán también efectos preocupantes en la distribución del trabajo, las formas de producción, la creación o afirmación de monopolios, la brecha de oportunidades entre quienes tengan acceso a la tecnología y quienes no, entre quienes puedan disponer de la información y quienes tengan acceso a ella solo en forma limitada.

El documento constata que estas desigualdades del desarrollo humano constituyen un obstáculo crucial para hacer realidad la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. La gobernabilidad y la sostenibilidad dependerán en buena medida de la atención que se preste a los nuevos fenómenos y a los reclamos de una sociedad sometida a cambios insospechados. En resumen, la década que arranca llega con una gran carga de promesas, pero también de incertidumbre.

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