Foto Bozal de arepa, de Daniel Rafael Centeno Perdomo, ganador del concurso #expresate de la SIP

“¿Qué te parece?”, me preguntó un buen amigo. “Ahora resulta que, por el hecho de tener un cargo en un ministerio, que forma parte de la estructura del Estado que administra el gobierno de turno, debo permanecer en silencio y no opinar sobre los desmanes, desatinos y excesos de la política gubernamental y sobre graves hechos de corrupción”. Y agregó: “Muchos me han dicho que cómo es eso, que estoy comiendo del gobierno y me atrevo a criticarlo”. No te preocupes –le dije–, trataré el tema en una próxima entrega y ojalá sea visto mi parecer sobre el particular.

Muchos son los que creen que el ejercicio de un cargo en la administración pública significa colocarse un bozal de arepa, no solo en la boca sino en los ojos. Son muchos los que en lugar de corazón tienen una alcancía, y los que antes se daban golpes de pecho, hoy aplauden como focas todo cuanto haga piense u ordene el gobierno. Dicho de otro modo, no le ven errores, omisiones o desaciertos, y todo les parece color de rosa.

Recordemos algunos conceptos: La nación está formada por el conjunto de los ciudadanos que habitan un territorio, con diferencias y convergencias, identidad, valores y principios. Al servicio de la nación deben estar Estado y gobierno. Al Estado lo integran las reglas que habrán de regir el destino, el desarrollo y las instituciones; y el gobierno es el encargado de administrar dichas reglas. Repito, siempre subordinados a la nación integrada por los ciudadanos, que en el caso venezolano (por fortuna) hemos decidido adoptar la democracia como sistema de gobierno, y en ese sentido, hace algunos años, le dijimos no a la pretensión autocrática de una reforma constitucional (sic), violatoria de principios elementales de la misma Constitución vigente, concentradora de poder y orientada a un mayor control social.

Por suerte, la nación venezolana ha alcanzado niveles significativos de madurez política, de profunda e inalienable convicción democrática y sencillamente, no se deja meter gato por liebre. No obstante, conviene recordar que aquel delirante milico golpista propuso, durante el mismo período presidencial, la enmienda que por desgracia consagró la reelección indefinida.

En Venezuela, un país declarado constitucionalmente como un Estado democrático y social de derecho y de justicia, en cuya carta magna se propugna: Artículo 19. «El Estado garantizará a toda persona, conforme al principio de progresividad y sin discriminación alguna, el goce y ejercicio irrenunciable, indivisible e interdependiente de los derechos humanos. (omissis)” el Estado, a través del gobierno que es su administrador, debe asumir su responsabilidad en este delicado campo de atención social y ofrecer garantías para que ningún derecho sea vulnerado, dar una respuesta completa, oportuna, integral y acorde con los postulados de la Constitución Nacional para que la justicia, que es un valor fundamental de la democracia, se imparta sin discriminación alguna.

Así las cosas, al amigo y a todos quienes se encuentren en similar situación, ustedes trabajan para el Estado, les paga el gobierno, de modo que ejerzan libremente y a plenitud su derecho a expresar su opinión acerca de los acontecimientos que hoy se viven en nuestro país, sin más limitaciones que las previstas en la ley. Séneca dijo: “Quien no evita un error pudiendo, es como si ayudase a cometerlo”.

Hay que continuar civilizando la política como todas las actividades humanas, como el deporte, el amor o la cortesía. Hay que enfriar a los fanáticos que aprendieron una sola consigna, se cristalizan en un solo eslogan y no se afanarán en comprender y discutir lo distinto para que no se les quebrante su único y desesperado esquema.

No se requiere de mucho talento o filosofía para comprender cuando un hombre es falso o hipócrita. Venezuela, desgraciadamente, ha sabido desenmascarar a muchos de sus líderes, que infieles a sus promesas, solo han vivido su egoísmo.

Asumamos la democracia con rectitud de conciencia como base del sistema, la honestidad como norma permanente; la pulcritud en las ideas y en las formas de comportamiento. Conscientes de la democracia, los pueblos deben saber ejercerla y defenderla y sostenerla y conocer las ventajas de ella sobre otros sistemas de gobierno

Que ningún bozal impida nuestros derechos, pues la dignidad, el decoro y la convicción democrática debe imponerse a la intolerancia, a la represión y al fanatismo.


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