Antes de entrar al tema de este artículo, deseo expresar mi más fuerte rechazo a la confiscación de la sede de El Nacional, símbolo y activo de la resistencia contra la dictadura chavista. Aunque la decisión era esperable, su confirmación no deja de impactar, más aun cuando el beneficiario de la decisión anuncia otras acciones contra medios de comunicación independientes dirigidas a consolidar el monopolio comunicacional oficialista –llamado impropiamente, por algunos, hegemonía comunicacional-. Vaya también mi solidaridad con el editor, los directivos y trabajadores de El Nacional.

El régimen imperante en Rusia, que puede ser caracterizado como una neo dictadura nacional populista, ha convertido al Estado ruso en uno forajido debido a que su pretensión y vocación expansionista pone en peligro la integridad y soberanía de los Estados circunvecinos y constituye una amenaza flagrante para la paz en el mundo. Algunos de ellos fueron durante el zarismo y en tiempos de la Unión Soviética vasallos o en la práctica protectorados. Esos Estados tienen fundadas razones en los antecedentes rusos y en la actual política exterior de la Rusia de Putin para tomar acciones en resguardo de su integridad y soberanía. Por tanto es lógico, legal y legítimo que busquen un paraguas protector integrándose en la OTAN.

El tema de la soberanía y las garantías de seguridad nacional no pueden ser válidas para unos y para otros no. Tal relativismo e hipocresía no aplican y son inaceptables en el concierto internacional de los Estados por sus consecuencias nefastas para la seguridad y la estabilidad mundial.

La operación, en progreso, de agresión y hostigamiento a Ucrania emprendida por la Rusia de Putin es intolerable y debe ser detenida, su potencial éxito fortalecería y sentaría un precedente nefasto en el campo de las relaciones internacionales.

La operación de marras guarda, con las distancias y prevenciones del caso, similitudes con la emprendida por la Alemania nazi en 1938 contra Checoslovaquia, que empezó con la absorción de una parte de Checoslovaquia (la región de los Sudetes con una importante población de origen germánico) y concluyó con la conversión de Checoslovaquia en un protectorado alemán. El gobierno nazi alegaba maltratos a la población de origen alemán y una actitud hostil del gobierno checo que constituía una amenaza a su seguridad. Hitler le debe ese éxito a la actitud complaciente, timorata y errónea de las potencias democráticas de entonces en Europa: Francia y Gran Bretaña, cuyos gobiernos calcularon que cediendo a las demandas teutonas los disuadía de emprender nuevas acciones expansionistas y evitaba una nueva conflagración mundial. Es bueno recordar que esa cesión se escenificó en la Conferencia de Múnich en la cual los principales afectados por las posibles decisiones de la misma, los checos, no fueron invitados a participar ni se tomaron en cuenta sus derechos soberanos. En lo referente a Ucrania, Rusia argumenta también para justificar sus acciones motivos étnicos y de seguridad nacional. De hecho, ya se ha anexionado en  la práctica la zona del Donbass y la península de Crimea.

En el presente, aunque lo nieguen reiteradamente, la calidad y cantidad de la concentración y maniobras en progreso en la frontera con Ucrania de fuerzas militares terrestres, navales y aéreas indican, en el mejor de los escenarios, actos de intimidación indebidos hacia un Estado soberano y más débil, en el peor de que se estaría en los prolegómenos de una invasión a gran escala.

Tengo la sensación de que Putin se metió en una especie de trampa, de que está empantanado. De que cometió un error de cálculo al no prever la reacción frontal, fuerte y sin ambages de Estados Unidos y de la OTAN (principalmente) en contra de sus designios y pretensiones. Biden no podía posicionarse de otra manera después de lo sucedido en Afganistán, con las elecciones legislativas de medio término a la vista, por los problemas con China en relación a Taiwán y otros asuntos de Asia, por la creciente agresividad de la convergencia autoritaria en otras zonas del mundo. Ese posicionamiento le ha robado a Putin la iniciativa política y le está ganando  la batalla de la narrativa, además ha ido cohesionando a los aliados en el mundo democrático. En el occidente democrático parece haber conciencia de que ceder en está ocasión no resuelve nada, más bien se compra un futuro de ulteriores complicaciones geopolíticas. Rusia no hace más que insistir en argumentos desgastados y en huir hacia adelante incrementando su movilización militar. Lo único nuevo en los últimos días es el respaldo declarativo de China a las reivindicaciones rusas; otro gallo cantaría si China decidiese abrirle a Estados Unidos un segundo frente, en este caso en Taiwán, mediante acciones más agresivas. Además, si Rusia piensa seriamente en invadir total o parcialmente Ucrania ya perdió la ventaja de la sorpresa y cada día que pasa los  ucranianos se preparan más y mejor para resistir. Una intervención militar en Ucrania puede devenir para Rusia en una nueva Afganistán de proporciones mayores.

No pareciera que vaya a haber una guerra abierta y convencional, aunque los voceros del gobierno estadounidense siguen hablando de las altas probabilidades de que Rusia decida, finalmente, invadir. Lo cual sería una tragedia para el mundo por las consecuencias para la paz.

La vía diplomática es la solución deseable y real a esta crisis. Pero esa solución solo será sostenible si se logran dos objetivos: disuadir a Putin de sus propósitos expansionistas a costa de la soberanía e independencia de los Estados circunvecinos  (empezando por Ucrania) y ofrecerle garantías creíbles a Rusia en materia de seguridad nacional.

 


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