Inexorablemente las posiciones se acercan, se miran de reojo, poco a poco se comienzan a rozar. El nudo aparenta ser la conciliación entre el reclamo por la fuerza y la posibilidad de avanzar a un ejercicio electoral.

A su manera, cada sujeto especifica lo que considera esencial. Carlos Blanco define la  fuerza como: «Combinación de medidas de carácter cívico –incluidas formas no violentas–, con desobediencia militar, con presión internacional política, diplomática y militar. Esta última puede ocurrir sin que un solo soldado extranjero ponga un pie en suelo venezolano». Este enunciado despeja una incógnita, no se asocia la fuerza con intervención militar foránea.

En otro extremo, Henri Falcón declara: “El arma para derrotar al gobierno es el voto. Lo demás es pura paja˜.

En la afirmación de Blanco se sobrentiende que lo electoral no se incluye en las formas no violentas, cuando en realidad es la forma cívica no violenta por antonomasia. El inteligentísimo Roberto Casanova recuerda que votar es perfecta y legítimamente la forma no violenta de proponer un cambio.

En palabras de Juan Guaidó se desprende que todo el proceso vivido con errores y aciertos ha sido un peregrinaje en busca de  crear capacidades, en el cual distingue elementos centrales: “Atender la emergencia humanitaria compleja que vive  Venezuela, las consecuencias de esto como es el flujo migratorio, aumentar la presión para lograr el cese de la usurpación, por supuesto prepararnos para la transición y una elección libre. Con esto buscamos ejercer con mayor efectividad las competencias y capacidades que ya hemos conquistado y aumentar la presión de cara a la nueva etapa que estamos por iniciar”.

En esta declaración surgen elementos muy interesantes, entender la complejidad del conjunto de procesos que enfrenta la ciudadanía por la destrucción económica y la pérdida de la libertad (hambre, represión, destrucción de calidad de vida), la trascendental decisión que han asumido millones de venezolanos de abandonar el país de cualquier forma y la significación política que representa estar gobernados por un régimen ilegítimo, con poderes ilegítimos, que adquieren la forma que hoy denominan organizaciones liquidas, sin límites para hacer el mal y enriquecerse. De allí lo difícil de lograr inmovilizarlos y desalojarlos como sería lo justo, en bien del país.

En una  intervención reciente Henrique Capriles plantea lo que ha aprendido en todos estos años de lucha incesante: «Si vamos a unas elecciones, esa ruta debe estar marcada por rotundas protestas contra el régimen para que sean libres y democráticas, ¿pero cómo convertir este momento político en una lucha por condiciones mínimas, para no perder la legitimidad de nuestra Asamblea Nacional?»

Si sumamos estas declaraciones podríamos pensar que estamos por primera vez muy cerca de una acuerdo que funcione como fundamento de la unidad. Todos rechazan la asimilación de la idea de la fuerza a un concepto bélico, donde abandonaríamos en manos extranjeras la suerte del país, hablan de fuerza cívica como instrumento para acorralar al régimen sin violencia, pero con la determinación de lograr condiciones como resultado de un esfuerzo conjunto.

Esta suma de declaraciones nos enciende una luz, habría que conjugar dos hilos, los movimientos cívicos con la fuerza electoral, algo que parece de cajón pero que en la práctica no lo ha sido. La predica abstencionista parece desvanecerse porque sería muy contradictorio depositar las esperanzas en los movimientos cívicos negándole la posibilidad de expresarse en eventos electorales, aunque parezca imposible esperar que el régimen en su liquidez no urda toda clase de atropellos, fraudes, trácalas y violencia frente al hecho irreductible que significa participar en eventos electorales, aun con mínimas condiciones como reclama Capriles, no signifique para ellos otra cosa que un irremediable desalojo del poder.

Quizás lo más interesante y novedoso de todas estas declaraciones sean las de Juan Guaidó cuando reconoce que estamos en un proceso complejo, que nos equivocamos, aprendemos y que esto constituye lo que hoy denominamos construcción de capacidades,  tal como señala nuestro sociólogo admirado Amartya Sen: «La capacidad de las personas para lograr el ser y hacer requeridos para llevar una vida libre y no obligada. Es decir, aquella que las personas valoran y tienen razones para valorar”. Por eso, como cantaba Pedro Infante, parece que: «Ya vamos llegando a Pénjamo, ya brillan allá sus cúpulas…

 

 


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