Diciembre es época tradicional para la reflexión y la introspección, incentivadas estas prácticas en el más profundo acervo de la cultura occidental judeo-cristiana que es la que arropa a la muy importante fracción de la humanidad de la que formamos parte.

El perdón, la reconciliación, la amistad y los buenos deseos forman parte de los saludos que nos cursamos en estos días en los que el intercambio de tarjetas impresas o digitales se salpica con imágenes del Niño Jesus, sus progenitores y demás personajes que forman parte de la parafernalia histórica o imaginaria que rodea al gran suceso de Belén. El drama de esta época contemporánea es que todas esas frases y expresiones de buenos deseos adolecen de la más impune frialdad en tanto y en cuanto en la mayor parte de los casos no pasan de ser expresiones sin contenido real, o saludos corporativos y hasta contactos o intereses políticos motivados en sentimientos que poco o nada tienen que ver con lo que se conmemora.

Este 2017 que mañana termina encuentra a Venezuela en el punto más bajo de su historia republicana cualquiera sea el parámetro que elijamos para analizar entre otros el desempeño ético, económico, social etc. Tan inocultable es ello que hasta quienes se han beneficiado impunemente de los privilegios  del poder han tenido que acudir a tardíos argumentos para tratar de construir la percepción de que de golpe ha comenzado la lucha implacable contra la corrupción y la impunidad, justamente cuando ya poco queda por raspar en la olla pública.

Pero la sorpresa mayor la acabamos de recibir los venezolanos –y el mundo– cuando caemos en la cuenta de que en uno de nuestros países hermanos (casi gemelos) como es Perú, al que veníamos percibiendo como encaminado por la ruta del progreso republicano, institucional y económico, de la mano de un jefe del Estado visto como dueño de importante experticia económica y de fundamentos éticos forjados a lo largo de una supuestamente impecable carrera, acaba de participar en uno de los esquemas más asquerosos y desvergonzados del acontecer político/criminal de la región. Este columnista confiesa su profunda decepción personal al haber sido engañado por un líder continental en cuya integridad había puesto su confianza y al que con frecuencia nos habíamos referido como paradigma del mandatario requerido para garantizar buen rumbo en la recuperación. Si PPK nos ha metido tremendo strike, ¿qué podremos esperar de nuestros próceres vernáculos cuyas ejecutorias vienen dando sobrados motivos de murmullo y preocupación urbi et orbi? Lo de Pdvsa, Pudreval, el Arco Minero, los CLAP y los bonos navideños chimbos pasan a ser apenas una minucia mientras la pérdida de los “perniles y pernilas” que debieron arribar desde Portugal apenas calificaría como otra anécdota pintoresca del inefable Nicolás.

El doctor Kuczynski, tan distinguido él, con estatura y porte de monarca europeo además de un currículum que haría empalidecer al más pintado,  resultó olvidadizo al no recordar los generosos aportes recibidos de manos de Odebrecht y una vez cogido con las manos en la masa se las arregló para negociar su impunidad a cambio de garantizar el perdón nada menos que a  Alberto Fujimori, cuya  merecida condena había arrojado un aire de alivio para quienes en el continente creíamos en las bondades de la lucha frontal contra la corrupción y la violación de los derechos humanos. O que en Brasil exoneren de cargos a Lula y a Odebrecht (h), o que en Argentina absuelvan a José López, que fue quien arrojó en el patio de un convento bonaerense unos bolsos con millones de dólares en efectivo, o que a De Vido le pidan disculpas por quitarle sus fueros parlamentarios o que a Cristina Kirchner la exalten al Hall de la Fama de la probidad republicana. Si así ocurriera este columnista se vería en el dilema de decidir si transcurrió su vida como un auténtico pendejo o si los esfuerzos vividos para construir una existencia y una carrera razonablemente decente valieron la pena. Esperamos  para nuestra próxima entrega haber resuelto el punto.


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