Foto Alfredo Cedeño

El Comité de Defensa de los Derechos Animales anunció recientemente desde su sede principal en París que un grupo de sus más experimentados asesores, junto con una representativa representación de su junta directiva, está evaluando emitir un considerando para elevar una denuncia formal ante el tribunal penal internacional en contra de las clínicas veterinarias por maltrato animal. Dicho procedimiento lo llevarían adelante en contra de estos nuevos “asesinos en serie” en que se han convertido los veterinarios, así como sus asistentes, ya que han detectado una sistemática labor, a la que bien se podría considerar de exterminio en contra de las pulgas. También anunciaron los voceros de tan egregia institución que han exhortado a la ilustre Organización de las Naciones Unidas a que se nombre un comité de ayuda y defensa de los sifonápteros. Algo semejante está por ocurrir con los nuevos “emigrantes” venezolanos buscando asilo en Estados Unidos.

Se ven grabaciones de todo tipo circulando por las omnímodas redes sociales de ciertos muchachones maltratados y perseguidos por el régimen que, celular en mano, se dedican a convivir sanamente en donde se les antoje. A fin de cuentas, ¿no están en el país de las libertades democráticas?, ¿por qué no voy a poder comprarme mi caja de cerveza y ponerme a libar en honor a Momo Maduro y Baco Chávez en el parque de la esquina?, ¿acaso es pecado que agarremos y montemos un sancocho en ese parquecito que está allá y de pasos agarramos unos patos para el sancocho? Siempre con el celular en la mano, acción muy importante, y el consiguiente coro de “grábalo, grábalo” recogiendo a todo aquel policía o vecino que se les acerque a pretender vulnerar sus derechos.

Pregunta que uno se hace: ¿de dónde sacaron, acabados de llegar, para comprar celulares y líneas para subir de inmediato lo que registran en sus teléfonos móviles? Iñaki Huarte, cura jesuita, a quien tuve la honra de tener como guía, me enseñó: “Piensa mal y acertarás”. ¿Debe pensarse que la reciente oleada de “perseguidos” que está llegando a Norteamérica en realidad es una estrategia del gobierno venezolano para colapsar los organismos de inmigración y, a la vez, enturbiar el proceso de todos aquellos verdaderamente perseguidos que están en tierras estadounidenses?

Mientras pasa esto vemos el silencio que guardan los diligentes voceros de la defensa de la dignidad humana antes tres situaciones verdaderamente espantosas.

Una es el caso de Mahsa Amini, una muchacha iraní, apenas tenía 22 años, que fue arrestada por agentes de la policía de la moral cerca de las 6:00 de la tarde del martes 14 de septiembre, en los alrededores de la estación de metro Shahid Haqqani, en Teherán, donde se encontraba con su hermano Kiaresh Amini, a quien le dijeron que la llevarían al centro de detención para recibir “una hora de reeducación”. Su delito era portar de manera inadecuada el velo islámico. Al poco tiempo fue trasladada en ambulancia al Hospital Kasra, donde permaneció en terapia intensiva por dos días hasta que murió. Las autoridades persas aseguraron que había sufrido un ataque al corazón. Ni de vaina explicaron las múltiples contusiones y señales de violencia física que mostraba su cuerpo de lirio maltratado. El silencio de las heroicas defensoras de los derechos de la mujer es atronador, es urbi et orbi, y tanto que, hasta el muy preocupado de los derechos del ser humano, Francisco, el papa, ha callado.

Otra situación, no del horror humano que significa el asesinato de Mahsa Amini, pero sí de una bajeza moral infinita es la de Irene Montero, y por lo visto miembro –¿será que debo llamarla miembra?– emérita del harem del falócrata Pablo Iglesias, ministra de igualdad en España, quien afirmó ante una comisión del Congreso español: “La educación sexual es un derecho de los niños y de las niñas, señoría, independientemente de quiénes sean sus familias. Porque todos los niños, las niñas y les niñes de este país tienen derecho, tienen derecho, a conocer su propio cuerpo, a saber que ningún adulto puede tocar su cuerpo si ellos no quieren y que eso es una forma de violencia. Tienen derecho a saber que pueden amar o a tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento. Y eso son derechos que tienen reconocidos que a ustedes no les gusta”. Por supuesto que esta apologista de la pederastia, así como su corte de adalides, luego aseguró que la reacción a tal rebuzno era “una campaña de la extrema derecha”.

El tercer escenario que tampoco es de poca monta es el reciente discurso del sibilino Gustavo Petro ante la ONU, loando las drogas y pidiendo su legalización. Sus malabares retóricos de culebrero de feria de Cundinamarca son de antología. Pero ¿qué podía esperarse del “patrón” de estos días? Ninguno de los que hablan de la irreverencia, u oportunidad, o conveniencia, o lo que demonios sea, de las palabras del presidente colombiano quiere recordar, o que se recuerde, que hasta hace nada era el mandamás de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Cocaineras. Bastante que ya se ha escrito sobre los lazos y estrategias entre distintos gobiernos de la región y el tráfico de cocaína hacia los países industrializados, pero de eso nada.

Las sesudas voces de los más ilustres analistas poco tienen que ver respecto a estas no tres, sino cuatro, situaciones que tendrán, o deberán tenerlas, hondas repercusiones en muchos más escenarios de lo que se quiere creer. Mientras tanto la procesión sigue su rumbo, nadie quiere escuchar las campanas que anuncian su paso.

© Alfredo Cedeño

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