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En Venezuela casi todos tenemos al menos una historia con El Nacional impreso. Entre mis recuerdos más queridos: la edición dominical, el Séptimo Día, la interminable boda de El Fantasma… El gran Matías Carrasco (alias de Aníbal Nazoa), Cuto Lamache, Juan Nuño y algunos de los más brillantes columnistas venezolanos. Las entrevistas «En Cambote» y la ciencia amena de Arístides Bastidas.

(Por cierto, Bastidas es una categoría en sí mismo, porque es pionero del periodismo científico de Venezuela.) Y así, José Ignacio Cabrujas y otros importantes intelectuales.

Capítulo aparte los “Zapatazos” y las manchetas que hicieron brillar el aforismo periodístico. No faltaron investigaciones reveladoras y una irreverencia que, me parece, nunca lo ha abandonado. En fin, una parte de la vida, del aprendizaje e identidad del país… interrumpida por una voluntad específica y dirigida del régimen chavista: destruir o al menos invisibilizar la prensa libre.

II

La destrucción del periodismo independiente ha sido sistemático, sobre todo desde 2009 cuando Conatel ordenó cerrar 39 emisoras de radio incómodas para el régimen.

El sindicato de prensa en Venezuela, el SNTP, “registra que (…) desde el inicio de la era (…) Chávez, han cerrado 60 medios [importantes. La asociación] Expresión Libre asegura que, entre 2013 y mayo de 2018, han desaparecido 80 de los 155 periódicos que circulaban” en esos cinco años.

La barrida ha sido sustancial: al inicio del gobierno de Chávez los medios independientes “abarcaban 88% del total, pero en 2014 solo 46% permanecía ajeno de la presión gubernamental”. Solo en 2017, por ejemplo, cerró el chavismo 46 emisoras de radio y tres canales de televisión.

En el caso de El Nacional y, también este año de El Impulso en Barquisimeto, la causa fue el papel, insumo que el régimen hace imposible adquirir. Queda por supuesto Internet, acaso la más importante infraestructura para que la prensa libre continúe y prospere, sea cual sea su formato de origen. La gran red ya no es tan fácil de controlar, aunque sí de amedrentar o atacar de otras formas (bully, bloqueos, hacking). La ventaja es que los sitios web pueden sacarse de Venezuela y hospedarse en países con sistemas judiciales de primer mundo. Igual los atacarán desde el terruño, pero ya es diferente.

Por eso, una pequeña victoria –dentro de la indudable pérdida– significa que El Nacional transmute todo su mensaje a electrones en laptops, tablets y teléfonos inteligentes.

III

Ahora, que desaparezca en papel y reviva solo en línea no es suficiente. La decisión de no salir en papel puede ser económica o debida a cambios en los modelos de negocio, pero no por asfixia oficialista contra la libertad de expresión. He sido entusiasta de Internet y su virtualidad desde que asomó sus electrones socialmente a finales de los ochenta. He cubierto la fuente y reportado estos desarrollos, pero sigo amando el papel. Su olor a tinta, sus texturas, su familiaridad…

Hay algo en esas láminas de celulosa que me hace rememorar la infancia, la familia leyendo distintos cuerpos, el «¿quién me desordenó el periódico?» del papá, tradición que muchos queremos conservar para sentir que todo pasa, pero también que todo queda.

Y si no queda, pues que prospere en bits, que llegue a los rincones más alejados del planeta y que multiplique sus secciones, artículos y productores de contenido.

(Ah, pero nadie ha dicho que no pueda volver en celulosa y tener una segunda oportunidad sobre esta tierra).

@nuneznoda

Imagen: Composición de FNN sobre una obra de Banksy.


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