Uno de los aspectos más resaltantes de la cultura guatemalteca se relaciona con el vestido. Los huipil son ampliamente conocidos por su colorido deslumbrante, y por el hecho de que hasta no hace muchas décadas las mujeres de Guatemala llevaban estos vestidos de forma masiva, por lo que no era nada difícil encontrar a las féminas con sus trajes tradicionales.

Sin embargo, tal y como lo señala Tom G. Palmer en su ensayo “Globalización y cultura: Homogeneidad, diversidad, identidad, libertad”, esta conducta parece estar cambiando. Cada vez más, las mujeres guatemaltecas dejan a un lado sus ropas tradicionales, y en su lugar adoptan la vestimenta occidental. A primera vista, ello escandaliza. Las mujeres están siendo “despojadas” de su cultura. “Son víctimas de la globalización”, dicen en su mayoría los turistas que visitan el otrora territorio de los mayas.

Palmer señala, no obstante, que pocas veces los visitantes preguntan a las guatemaltecas la razón por la cual ya no se visten como sus ancestros. Curiosamente, los pobladores afirman que han dejado de usar estos vestidos porque se han vuelto muy caros. Es decir, que la prenda artesanal, hecha a mano por los guatemaltecos, se ha venido apreciando en el mercado, incluso en ciudades extranjeras de alta costura en las que estas prendas se cotizan por mucho valor.

Gracias a la demanda de estas prendas en el mercado, las mujeres guatemaltecas se han venido enriqueciendo. Su trabajo tiene mayor valor, y con ello son capaces de obtener más capital para satisfacer las necesidades que de otro modo no pudieran ser cubiertas: salud, educación, servicios, entretenimiento. En términos simples: los guatemaltecos están generando riqueza para sí mismos.

Estos intercambios, sin embargo, no hubiesen sido posibles sin el fenómeno globalizador. Sin no hubiese interés por la cultura guatemalteca en ciudades como París, Milán o Nueva York, difícilmente el mundo occidental pudiese apreciar la vestimenta típica de un país desconocido para muchos. Y como contraparte, las mujeres guatemaltecas deciden invertir el capital ganado en elementos que estiman más importantes para ellas. No es una tontería. Guatemala es un país con una pobreza significativa, llegando a ubicarse en 23,4% el indicador de pobreza extrema para el año 2014, según el Banco Mundial.

Si bien Guatemala debe generar anclajes institucionales mucho más sólidos que la exportación de vestidos tradicionales para la superación de la pobreza, el ingreso per cápita de los guatemaltecos ha crecido en más de 20% desde el año 2000.

En el contexto que vive Venezuela, son varias las enseñanzas que se arrojan de la situación guatemalteca. Son frecuentes los clamores para la protección de la industria local y para la defensa de los valores culturales “auténticamente” venezolanos, en detrimento de la libre competencia y el establecimiento de una sociedad abierta. La herencia de varias décadas de mercantilismo, adoptado casi unánimemente por las élites del país, hace cuesta arriba la búsqueda de ventajas comparativas que hagan del empresario venezolano un agente creador de riqueza más allá del subsidio y el proteccionismo.

Por supuesto, qué duda cabe. Hoy hablar de globalización e intercambio competitivo en Venezuela luce lejano, toda vez que existen otras prioridades: la viabilidad misma del Estado. No obstante, de vez en cuando el debate salta a la vista, y preocupa que, después de más de dos décadas de planificación centralizada estatal, existan tantos defensores de férreas fronteras para la evolución y el futuro del país.


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