La verdad, nos enseñaron los griegos antes del racionalista Aristóteles, no está patente ni se puede comprobar por la coincidencia entre concepto y realidad, sino que hay que buscarla más allá de lo que aparece y de los múltiples velos que la cubren. Hay, pues, que desvelarla. Lo primero es saber que los velos son velos, tapaderas gruesas o sutiles, pero simples coberturas que la ocultan. Desnudar la verdad es un trabajo de profunda excavación y solo si excavamos y nos rompemos los dedos arañando, sacando tierra y basura, podemos dejarla brillar y contemplarla. Pero para eso tenemos que limpiarnos bien los ojos, secarnos todas las lágrimas que filtran y distorsionan y mirar sin espejismos de prejuicios, tradiciones inveteradas y suposiciones tomadas como hechos indiscutibles.

¿Cuántos velos, cuántas espesas capas de inconcusas supuestas realidades encubren la verdad de nuestro pueblo ante la mirada de los que creen conocerlo sin haberlo vivido? Antes que nada, se supone que conocer es sobre todo mirar, y no se tiene en cuenta que lo primero que aparece a la mirada es precisamente lo que aparece, las apariencias. La mirada pone ya la perspectiva que va a filtrar lo que se oye, lo que se palpa, lo que se huele, lo que va en los sentidos y más allá de ellos. El velo de la mirada decide el conocimiento.

¿Se podrá llegar a la verdad del pueblo venezolano más allá de todas las  imágenes que una larga historia de apariencias sucesivas y sobrepuestas ha construido? ¿Se podrá escarbar a través de los sólidos supuestos de mesianismo, búsqueda de caudillos, expectativa de dádivas, flojera inveterada, incapacidad de decisión propia y desordenada huida de todo esfuerzo, por citar solo algunos?

Si nos permitimos escarbar en la búsqueda despiadada, la verdad de nuestro pueblo sale a la luz, con sus defectos sin duda, como los de todo pueblo, pero también con sus valores reales que desbaratan todos los prejuicios acumulados durante siglos de falaz historia.

Cuando se ha vivido en medio y dentro de ese pueblo, desde lo que siente, lo que imagina, lo que piensa, lo que palpa en su vida, en su saberse humanidad, en su conocerse vívidamente con los demás, cambian los conceptos, las imágenes y se produce la identificación directa e intuitiva de su verdad.

Entonces, no nos sorprenderemos de sus decisiones tanto en la política como en el trabajo y entenderemos por qué no lo pudieron comprar con engaños y prebendas. Cuando se esfuman los mitos construidos sobre prejuicios duros y tenaces, puede resplandecer la escueta verdad.


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