Zimbabue, oficialmente República de Zimbabue (conocida por sus moradores como [shona Dzimba dza mabwe], «casa de piedra»), es un país situado en el sur del continente africano, entre el río Zambeze, las cataratas Victoria y el río Limpopo. Carece de costas oceánicas y limita al oeste con Botsuana, al norte con Zambia, al sur con Suráfrica y al este con Mozambique. Sus territorios se corresponden con la antigua Rodesia del Sur y los idiomas oficiales son el inglés y el shona.

A finales del siglo XIX los ingleses dirigidos por Cecil Rhodes comenzaron la colonización de la región con el objetivo de explotar minas. La riqueza de esta tierra atrajo a numerosos europeos que consiguieron que la población blanca dominara el país. En 1921 se proclamó colonia autónoma de Rodesia del Sur. En 1953 el Reino Unido, temeroso de la mayoría negra, creó la Federación de Rodesia y Nyasalandia compuesta por las dos antiguas Rodesias, la del norte y la del sur, y Nyasalandia, actual Malaui.

En 1964 el Reino Unido concedió la independencia a Rodesia del Norte, pero se la negó a la Rodesia del Sur, a menos que se dieran garantías de que el gobierno sería elegido por sufragio universal. Un año después el primer ministro Ian Smith declaró unilateralmente la independencia de Rodesia del Sur, promulgó una nueva Constitución y se adoptó el nombre de República de Rodesia.

En 1969 una minoría blanca votó en referéndum a favor de la república como forma de gobierno con una nueva constitución. Al año siguiente se declaró República, pero no fue reconocida ni por el Reino Unido ni por la ONU. Tiempo después comenzaron los conflictos en el país, lo que acabó en un sangriento desenlace que duró más de una década.

En 1979 se acordó una tregua (Acuerdos de Lancaster House) y, tras un año, la mayoría negra consiguió votar por primera vez en unas elecciones, resultando elegido primer ministro el obispo moderado Abel Muzorewa, que bautizó al país con el nombre de Zimbabue-Rodesia y acordó aceptar una transición provisional con un gobernador británico para poder convocar a elecciones al año siguiente. En 1980 el país consiguió su independencia y pasó a denominarse República de Zimbabue y las elecciones fueron ganadas por la Unión Nacional Africana de Zimbabue, el ZANU.

El 12 de agosto de 1984 el ZANU instauró un Estado socialista con un sistema de partido único y dos años después Mugabe anunció medidas para acabar con los escaños ocupados por los blancos en la Asamblea.

El 2 de diciembre de 1987 Robert Mugabe fue nombrado primer presidente ejecutivo del país y fue reelegido en marzo de 1990. En 1991 la ZANU abandonó oficialmente sus ideales socialistas, pero promovió una reforma agraria que permitió poner en manos estatales las grandes propiedades de los blancos, que representaban 1% de la población, pero seguían siendo dueños de 70% de la tierra cultivable del país. La forma en que se realizaron las expropiaciones ha sido considerada a menudo polémica, tanto por la forma violenta de ocupar dichas propiedades, como por la manera de distribuirlas y administrarlas una vez ocupadas. Diferentes organizaciones internacionales, grupos independientes de derechos humanos y el partido político más grande de oposición, el Movimiento por el Cambio Democrático, han reclamado contra la falta de transparencia y el sistema de adjudicación de estas tierras.

Robert Mugabe se ha mantenido en el poder desde 1981. En las sucesivas elecciones desde el año 1996 el recuento de votos ha sembrado dudas en sectores opositores, tanto internos como externos. El gobierno de Mugabe ha tenido que hacer frente a una oposición cada vez mayor, dada la crisis económica que vive el país. El gobierno considera que la presión occidental sobre Mugabe es fruto de las crecientes relaciones económicas con China y a la disputa entre China y Estados Unidos para acceder a las enormes riquezas del subsuelo de Zimbabue.

Ejerció el poder en Zimbabue por el lapso de 37 años, “caricatura del déspota africano” como lo califican algunos medios, merece estudio, pues con el paso del tiempo se demostró que su interés por el poder desbordaba cualquier cálculo o previsión democrática, llegando a límites insospechados de represión e intolerancia, a lo que se debe agregar su inclinación a responsabilizar de todos los males de su país a las sanciones impuestas por las naciones occidentales. Sus críticos señalan que no tuvo empacho en impulsar grandes fraudes en los procesos electorales, lo que le permitió mantener el poder durante tantos años, más allá de que no haya podido cristalizar su deseo de cumplir su cumpleaños 100 en el poder.

Los sucesos ocurridos en Zimbabue tienen una innegable similitud con los de Venezuela. Todo empezó con la entrañable amistad que establecieron Hugo Chávez y Robert Mugabe en el año 2000 tras la visita que realizara a Venezuela, durante la cual le fue obsequiada la “réplica de la espada del Libertador”. 17 años después su hijo putativo Nicolás Maduro, en su afán por imitar al padre político, le confió otra espada similar, el 26 de julio del presente año. Algo inaudito y digno de Aunque Ud. no lo crea.

Se infiere en consecuencia que los sucesos ocurridos en Zimbabue son similares a los de nuestro país,  pues la vergonzosa complicidad de militares que fungen ser democráticos ha permitido que Venezuela permanezca secuestrada por un gobierno opresor y corrupto, que obstruye sistemáticamente  el legítimo ejercicio de los derechos ciudadanos, libertad de prensa y de información, así como las funciones de la Asamblea Nacional y las que ejercía la fiscal general de la República, Luisa Ortega Díaz. Con la complicidad de ciertos aliados internacionales sigue pretendiendo engañar a la comunidad mundial sobre las libertades públicas que brillan por su ausencia, retardando al mismo tiempo los procesos electorales con su afanoso y dilatado propósito de entorpecer los citados diálogos con la oposición.

Y por si fuera poco y con su talante nada democrático, Maduro violó la propia Constitución Nacional aún vigente desde el año 1999, e instauró la asamblea nacional constituyente con la cual ejerce poderes supremos, consolidando en consecuencia el dominio absoluto, a excepción de la Asamblea Nacional, a la que despojó de sus legítimas atribuciones. Llamó a la elección de gobernadores y obligó a quienes fueron elegidos que si no juraban su cargo ante la ANC no ejercerían sus funciones. Con inaudito descaro, ahora convoca nuevamente al pueblo para que elija las nuevas autoridades municipales, bajo la misma fraudulenta función electoral regida por el “tramparente” Consejo Nacional Electoral, cuestionado por su pasado y presente en todos los procesos amañados que se han realizado en el país.

No hay duda alguna de que Venezuela está secuestrada por una siniestra dictadura que día a día acentúa su totalitarismo. Una prueba de ello es la Ley contra el odio aprobada por la constituyente madurista, en tanto que sus huestes extreman amenazas, odio e incitación a la violencia, y los pandilleros de los comités de defensa, colectivos armados en supuesta defensa de la revolución mal llamada bolivariana, mediante el espionaje, delación y agresión generan un silencio de terror, en un país en el que crece descomunalmente el hambre, la escasez de medicinas e insumos, desnutrición de los niños, corrupción, inseguridad, desempleo, despilfarro, narcotráfico, abuso del poder y devaluación del bolívar.

Este desesperante cuadro de miseria contrasta con la onerosa vida que llevan todos quienes conforman al entorno áulico del gabinete ministerial de Maduro, mientras en calles de las ciudades del país se observa a personas buscando alimentos en los basureros y gente emigrando masivamente hacia otras latitudes en busca de trabajo para alimentar a sus familias. Venezuela, uno de los más ricos de América, con inmensos recursos naturales, sigue siendo objeto del despilfarro y saqueo con la complicidad de militares, a quienes poco o nada les importa que el país se parezca a naciones azotadas por la guerra, cuya economía se contrajo en 10% el pasado año 2016, más que la de Siria y este año supera 825%, casi el doble que Sudán del Sur (segundo lugar en la lista de países con mayor tasa de inflación), lo cual ha convertido el bolívar en una divisa casi sin valor.

Sin duda alguna Venezuela es el Zimbabue caribeño en toda su expresión, y Maduro se siente a gusto con su homólogo africano porque comparte con él la misma concepción de eternizarse en el poder, para cuyo fin no se arredra en aplicar decretos que cada día conducen al país al más desastroso estado de miseria, hambre y represión, afectando a millones de venezolanos, que solo mantienen viva la fe y la esperanza de que en cualquier momento termine esta horrible pesadilla

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@_toquedediana


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