“Si los hechos no se ajustan a la teoría, tendremos que deshacernos de los hechos”. Esto es lo que intenta el régimen con su hegemonía comunicacional, al tratar de ocultar sus desaciertos con publicidad. La realidad es que “Venezuela: ¡País potencia!” (Chávez et Maduro dixit), a los pocos días de incumplir con el pago de 200 millones de dólares en intereses de los bonos de 2019 y 2024, fue declarada en default por las agencias calificadoras de riesgo. La propaganda del régimen chavista no encuentra cómo ocultar la catástrofe económica sin precedentes que padece el país a causa de la ineficiencia, el despilfarro y la corrupción de un modelo totalitario aberrante, mezcla de ilusionismo con estalinismo.

Después de 18 años de improvisación, incapacidad y una feroz corrupción, en los que se dilapidaron 800.000 millones de dólares de renta petrolera, y se condujo al país al fracaso en todos los órdenes, desde la destrucción del aparato productivo hasta el colapso de los servicios públicos, el régimen continúa sordo a las recomendaciones de Murphy: “No crea que el modelo es la realidad” y “No distorsione la realidad para que se ajuste al modelo”.

El país cuenta con apenas 10.000 millones de dólares en reservas internacionales y lo peor es que mataron a su gallinita de los huevos de oro. La estatal Pdvsa, hoy convertida en chatarra y pasto de sus acreedores, padece un descenso de producción de 361.000 barriles en un año. Sin embargo, el chavismo sigue sin entender que planificación y preparación son las claves de la eficiencia.

Debido a que el país obtiene 96% de sus divisas del petróleo y al comprobar que las variables causadas por el descuido, la insensatez y la ignorancia se siguen aplicando, conduciendo a nuevos errores, los analistas económicos pronostican la imposibilidad de que, a mediano plazo, el país pueda cumplir con sus obligaciones financieras. Con razón, la mayoría de los think tanks dedicados al análisis de la situación política venezolana predicen escenarios caóticos de no darse un cambio de gobierno y de mentalidad.

La deuda externa de Venezuela se estima en 150.000 millones de dólares, de los cuales 70.000 millones corresponden a títulos de deuda emitidos por el Estado y Pdvsa. Las obligaciones con China y Rusia engullirán los 30.000 millones restantes. En plena crisis y para tratar de calmar a los acreedores, el gobierno de Maduro designó un dream team dirigido nada menos que por su vicepresidente Tareck el Aissami, un oscuro personaje que está en la lista negra de las agencias de seguridad internacionales. Los acreedores huyeron aterrorizados cuando en la mesa de negociación conocieron al resto del equipo de asesores gubernamentales: Darth Vader, Freddy Krueguer, Alien, la Momia y Gollum. Esta película de horror en que han convertido a Venezuela, con un elenco de monstruos en competencia para ver quién es el más vil, en medio de una violencia sangrienta con saldo de miles de víctimas, contrasta con un pequeño país, sin petróleo: Disneyland, “la tierra de la fantasía”, de la que por cierto chavistas y boliburgueses son asiduos turistas.

“El país donde los sueños se hacen realidad” es gerenciado eficazmente por el ratón Mickey, Goofy, Pluto, Bambi y la Cenicienta, y produce ganancias por 56.000 millones de dólares al año, cuando la Venezuela chavista no tiene ni siquiera 200 millones para pagar los intereses de la deuda. Sería interesante contrastar las estadísticas de turismo receptivo del Min Popo Turismo, si es que existen, con los 11 millones de visitantes que recibió Disney World el año pasado.

Inteligencia, creatividad, información, conocimiento y excelente meritocracia gerencial hacen que una sola corporación que únicamente se dedica a vender ilusiones, produzca un revenue cinco veces mayor que las reservas de un país petrolero que se ufana de poseer las reservas energéticas más importantes del mundo.

Lo que sí sucede es que en Venezuela se hicieron realidad los sueños del Nosferatu tropical y de su liga de engendros locales, conduciendo al país al mismo destino de pobreza, indignidad, odio, violencia, ignominia y abandono.

No tengo ninguna inclinación por Disney y menos por su manera de banalizar a los clásicos; sin embargo, admiro la visión a largo plazo de su creador, el posicionamiento de la empresa en el mundo globalizado y la creatividad e inteligencia detrás de sus gerentes para entender las aspiraciones del universo infantil y del resto de sus usuarios, mercadeando bienes que no tienen valor de uso, ni valor de cambio: los sueños y las ilusiones.

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