Una de las argucias más abusadas por las hegemonías despóticas es el tratar de confundir una parte con el todo. En este caso, Venezuela es el todo, y el poder que la destruye es una parte –importante por su infinita capacidad destructiva, pero una parte–. Sin embargo, cuando Maduro y los suyos se refieren a las denuncias, críticas, sanciones o condenas que reciben del exterior, siempre alegan que son denuncias, críticas, sanciones o condenas en contra de Venezuela… Mentira. Son en contra de ellos, Maduro y los suyos, y por razones más que merecidas.

Cuando el gobierno de otro país emite una declaración oficial que retrata a Maduro tal cual es, eso no va dirigido a minusvalorar al conjunto del país. Eso no es en contra de Venezuela. Más bien, todo lo contrario. Porque lo que es favorable a Maduro es perjudicial para la nación, y lo que es desfavorable para Maduro es auspicioso para la patria. Claro que los propagandistas de la hegemonía no piensan ni operan de esa manera. Para ellos es vital el principio de manipulación política que pretende utilizar al país como un escudo para amparar los desmanes, diríase mejor, los horrores de los jerarcas del despotismo.

Las solicitudes de extradición de corruptos rojo-rojitos (y ni tan colorados), que están formulando algunos gobiernos, o el encarcelamiento de varios de estos, o las causas judiciales abiertas y en desarrollo en medio mundo, o las investigaciones de fiscalías independientes, o la activación de los procesos penales previstos en los tratados y tribunales internacionales, no son iniciativas para hacerle daño a Venezuela. Al revés. Son iniciativas para impulsar la justicia ante los graves crímenes que tantos capitostes han perpetrado –dentro y fuera del país–, así como también para hacer justicia por los crímenes de sus adláteres y testaferros. Eso honra a Venezuela, porque demuestra que el país no está abandonado en el concierto internacional, y que la obscena impunidad que reina dentro de nuestras fronteras no tiene vigencia más allá de las mismas.

Las sanciones de carácter patrimonial y migratorio que algunos países han impuesto en contra de figurones civiles y militares del régimen tampoco son en contra de Venezuela. Al fin y al cabo, Venezuela como nación histórica no es el autor material o intelectual de tantos y tantos delitos en desmedro de la cosa pública o violatorios de todas las categorías de derechos humanos. Los autores son personas con nombres y apellidos, con responsabilidad personal, aún cuando la responsabilidad política sea connatural a la hegemonía despótica, depredadora, corrupta y envilecida, de la cual forman parte esos figurones.

También en contra de la hegemonía hay sanciones de diversa índole, tanto políticas como económicas. No puede ser de otra forma en una comunidad internacional que se rija, al menos básicamente, por las normas suscritas en los acuerdos de alcance global. No se trata de bravuconadas de alguno que otro dirigente extranjero, lo cual, sin duda, no se podría desconocer. Pero eso es secundario y hasta anecdótico. El meollo del asunto está en que la depredación de divisas extranjeras, el amparo de la criminalidad organizada, la brutal violación de los derechos humanos, comenzando por el derecho a la vida, el desprecio a todos los principios efectivos de una democracia, entre muchas otras realidades, ya no pueden pasar por debajo de la mesa de la complicidad foránea.

Y menos todavía cuando el pueblo venezolano agoniza en una catástrofe humanitaria en medio de una bonanza petrolera, lo que inculpa más gravemente al poder establecido. No. Venezuela no es Maduro. Es más, para que Venezuela tenga un futuro digno y humano, Maduro y los suyos no pueden continuar derruyendo al país hasta sus propios cimientos.

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