Con las limitaciones propias de este formato, este título me impone desarrollar y justificar: i) el uso de la palabra gulag; ii) el delito de genocidio en Venezuela que está implícito al usar la palabra gulag y iii) lo que significa todo esto en pleno siglo XXI.

Campo de concentración o gulag

La palabra gulag de este título puede ser sustituida por campo de concentración y tendría el mismo sentido, esto es, destacar la destrucción de un grupo de personas a manos de un régimen totalitario.

En esta ocasión decidí colocar gulag (campos forzados de la extinta Unión Soviética) para recordar que no solo los nazis masacraron, también lo hicieron los comunistas, como los que nos tiranizan, aunque ello se tienda a olvidar o se le reste importancia.

Genocidio económico

La palabra gulag trae consigo otros significados, por ejemplo genocidio. Desde Cedice Libertad y del Instituto Ludwig von Mises de Venezuela, junto con el profesor argentino Ricardo M. Rojas, hemos querido señalar que efectivamente ha ocurrido de forma intencional una masacre de una población entera a través de la aplicación de una serie de medidas económicas.

Las medidas más comunes aplicadas en estas dos décadas de proceso autoritario hasta su conversión en tiranía pueden sintetizarse en: 1) distintas violaciones de la propiedad privada (ver: Glosario de términos del Observatorio de Propiedad; 2) régimen de control de cambio; 3) régimen de control de precios; 4) eliminación de la autonomía del Banco Central de Venezuela y 5) todo tipo de regulaciones y controles a la propiedad, elaboración y comercialización de productos.

Friedrich A. Hayek, en 1944, explicó en Camino de servidumbre los nefastos resultados de este tipo de medidas, y cómo son tomadas por los gobiernos con el propósito de alcanzar sus propios fines. Es más que evidente que no puede atribuirse a ignorancia lo que ocurre en Venezuela desde hace años, sino que debe ser atribuido a la deliberada intención del gobernante autoritario.

Aunque algunos dudan en llamar genocidio a lo que ocurre en Venezuela, en otras oportunidades Rojas y yo hemos sostenido que una interpretación del genocidio desde la protección de la persona y sus derechos como una integridad lleva a concluir que no debe considerarse genocidio únicamente los actos armados y violentos contra una parte de la población destinados a su exterminio, sino que debe incluir otros actos de agresión, directos o indirectos, tendientes al mismo exterminio al atentar contra los medios que cada individuo posee para sostener su propia vida, esto es: la propiedad, la libertad de producir y contratar y una moneda sana (Ver: https://www.elcato.org/un-caso-de-genocidio-economico-en-el-siglo-xxi).

Siglo XXI

Las formas que se emplearon en el siglo XX no son las mismas que se emplean en este siglo. Creo que una experiencia personal puede dar una idea de esto y puede ayudar a entender un poco más que los actos de agresión tendientes al exterminio de una población, al atentar contra los medios que cada individuo posee para sostener su propia vida, generan los mismos efectos que las bombas y disparos por parte de paramilitares.

Siempre comento con una de mis mejores amigas que la dictadura te cambia y no te das cuenta cuánto porque los primeros cambios son las pequeñas cosas del día a día. Un breve relato será de utilidad para poder explicarlo.

Hace algunos días comprando un refresco se me acercó un muchacho de unos 25 años vestido de forma humilde pero limpio y decente con una hermosa niña en brazos. Me pidió una arepa para ella y le dije que sí. Yo siempre decía al pedir una arepa: “sin mantequilla y sin masa” por cuidar el peso corporal. No me di cuenta cuándo lo dejé de hacer.

El muchacho aprovechó y pidió la arepa con mantequilla. No había mantequilla. Caí en cuenta que hace tiempo no le ponen mantequilla a las arepas en los locales. También pidió que le dejaran la masa a la arepa y fue evidente que ya casi no tienen. En menos de dos minutos enumeré cerca de tres o cuatro cambios en mi rutina por el tema país y que esta que les comento, en particular, puede significar uno o dos días más para mitigar el hambre de otro.

Que alguien –en buenas condiciones o no– me pida comida me pasa cada vez que salgo a la calle. Tan solo que este es de esos casos que quedan grabados en el alma por la razón que sea: la niña, el muchacho, que ese día estaba más vulnerable que otros, etc.

No soy la única que lo ve. Soy una de millones. Hace poco leí un estremecedor artículo del profesor Carlos Sandoval, quien afirmaba: “Seguiremos aguardando a que el hambre toque la puerta y nos arroje fuera de los límites nacionales o, peor aún, que nos mate” (“La necesidad de quedarse en Venezuela”, publicado por The New York Times en español, consultado el 17 de enero de 2019).

Venezuela: un gran gulag del siglo XXI

Hoy los venezolanos presenciamos y padecemos este horror en pleno siglo XXI. Como sociedad tenemos responsabilidad por haber llegado a este punto. Individualmente cada uno debe procurarse su propio proyecto de vida, pero uno que ayude a entender las razones de este “gran gulag del siglo XXI”.

En mi caso me sentí identificada con las palabras del profesor Carlos Sandoval:

“Pero en la sobrevivencia hay, sin embargo, motivos para no cejar (…) Resistir es una actitud moral cuando se juegan los valores civiles. Un bien, me parece, que debo arraigar en los que todavía persisten en el salón de clases (…) Y aunque sé que hay dictaduras que celebran sesenta años, no puedo hacer otra cosa: leo y busco en qué punto o dónde se extravió Venezuela” (“La necesidad de quedarse en Venezuela”, publicado por The New York Times en español, consultado el 17 de enero de 2019).


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