Es el momento propicio para el recomienzo. La tragedia venezolana ha puesto al desnudo los propósitos devastadores y totalitarios que mueven a las fuerzas del socialismo en Latinoamérica. Tras sesenta años, Cuba es la trágica y dolorosa demostración de la miseria, la esclavitud y el totalitarismo que signan sus objetivos. La libertad, la democracia, la justicia: no hay otro camino al futuro.

Hace quince años publiqué mi primer libro dedicado a Venezuela, que titulé Dictadura o democracia, Venezuela en la encrucijada. Por entonces, la amenaza dictatorial recién asomaba sus garras y La Habana no terminaba por tragarse al chavismo. Si bien la sociedad civil había puesto todas sus fuerzas tras el intento de derrocar a Hugo Chávez, perfectamente consciente del proyecto castrista que pretendía implementar, lo que consiguió tras una espectacular e inédita movilización popular, se encontró con dos obstáculos insalvables que le impidieron coronar la faena: la cobardía, la pusilanimidad y la orfandad intelectual y moral de aquel sector de las fuerzas armadas que la acompañaron inicialmente en su esfuerzo, por una parte. Y la absoluta indefensión política de unos partidos que naufragaban en la inopia, prefiriendo seguir con Chávez antes que darle curso a un cambio de 180 grados al rumbo hacia la dictadura castro comunista que llevaba el país. Ni adecos ni copeyanos ni masistas, los viejos partidos del establecimiento, comprendieron que la alternativa no estaba planteada entre el empresario Pedro Carmona y el teniente coronel Hugo Chávez, sino entre Venezuela y Cuba, el capitalismo o el comunismo, la libertad o la esclavitud. Para inmensa sorpresa de las fuerzas emergentes de la sociedad venezolana, la política cuarto republicana prefirió lo malo conocido que lo bueno por conocer, aceptando un rol menor en el reparto del poder. Hasta el día de hoy, cuando en lugar de enfrentarse al régimen y desalojar a la dictadura, prefiere acomodarse colaborando electoralmente a su sombra.

Ya nadie duda, dieciséis años después, de la deriva dictatorial y proto totalitaria que ha encadenado el país a La Habana, así como de la profundidad del desafío que se le plantea a Venezuela para salir de esta encrucijada. Es más: la gravedad de la crisis ha adquirido tal relevancia internacional, sus peligros tales alcances regionales y la amenaza que constituye su deriva narcoterrorista tales dimensiones globales, que no se trata ya tan solo de impedir la continuidad del curso de la dictadura y volver a nuestras tradiciones democráticas del pasado: se trata de enfrentar la patología centenaria que afecta a toda América Latina y se traduce en un populismo inveterado, una mendicidad congénita y una deriva autoritaria y clientelar, fuertemente entroncada con las izquierdas marxistas que se han encarnado en el establecimiento político de todas las sociedades latinoamericanas.

El populismo, el clientelismo, la demagogia y el socialismo han dejado de ser problemas específicos de algunas de las sociedades de nuestra región: son el problema esencial de todas ellas. Y para resolverlo se requiere no solo del acopio y la unidad estratégica de todas las fuerzas modernizadoras, sino de la refundación de nuestra hegemonía política sobre la base del más prístino y auténtico liberalismo. De una verdadera revolución cultural, que comience por una revisión de nuestras taras congénitas y asuma con lucidez y coraje la necesidad de refundarnos sobre nuevas bases socioculturales.

No es una percepción original ni planteada a la discusión por primera vez en Venezuela. La comprensión de América Latina como la de una historia fallida condenada al fracaso –la he replanteado como “la maldición de Bolívar”– fue el tema central de una de las más importantes reflexiones histórico filosóficas que se hayan intentado en América Latina. Nos referimos a la obra del pensador venezolano Carlos Rangel, Del Buen salvaje al buen revolucionario, publicada por primera vez por Jean François Revel en París en 1976. Y cuyo diagnóstico, tras más de siglo y medio de independencia política, es absolutamente irrebatible, como lo demuestra la crisis humanitaria en que ha desembocado el último asalto del buen salvajismo revolucionario, el del castro comunismo travestido de legalismo electoralista bolivariano. Una complicidad nada casual: décadas después del fracaso de la primera oleada castrista en la región, impulsada por el guevarismo, la lucha armada y el electoralismo allendista chileno,  la crisis del sistema de dominación venezolano y la infiltración del castrismo en sus fuerzas armadas permitió la nueva estrategia política: asaltar el poder electoralmente, quebrar la unidad interna de las fuerzas armadas y constituir formas neofascistas de dominación que permitieran el control de la región durante las dos primeras décadas del siglo XXI. En férrea alianza con el narcotráfico y las guerrillas. Es el ciclo que está llegando a su fin, tras el colapso económico venezolano que sirviera de sustentación al dominio regional por las fuerzas del castro comunismo latinoamericano. Y que al negarse a dejar el poder y batirse política, constitucional, pacífica y electoralmente en retirada, pone al hemisferio ante la encrucijada de tener que recurrir a las armas para desalojarlo, de una vez y para siempre, tanto en Cuba como en Venezuela, y permitir así el desarrollo de las fuerzas productivas, la implantación plena de la libertad de expresión, de empresa y de mercado y hacer posible la prosperidad cónsona con el estado actual de las economías mundiales. En otras palabras, intentar un recomienzo de nuestra historia, como ya se vislumbra en las victorias de Mauricio Macri y de Sebastián Piñera, el encarcelamiento de Lula da Silva, la probable victoria de Iván Duque en Colombia y el reforzamiento, en toda la región, de las fuerzas que impulsan un liberalismo que le dé un giro copernicano a las tendencias estatistas, caudillescas y clientelares que han signado la marcha de la región durante sus dos siglos de historia republicana.

Es el momento propicio para ese recomienzo. La tragedia venezolana ha puesto al desnudo los propósitos devastadores y totalitarios que mueven a las fuerzas del socialismo en Latinoamérica. Tras sesenta años, Cuba es la trágica y dolorosa demostración de la miseria, la esclavitud y el totalitarismo que signan sus objetivos. La libertad, la democracia, la justicia: no hay otro camino al futuro.


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