Es indudable que la crisis política en Venezuela tomó un nuevo curso con la hoja de ruta constitucional trazada por la Asamblea Nacional y el presidente encargado Juan Guaidó, respaldado por los países democráticos de occidente, haciendo renacer la esperanza de estar próximos a un cambio. Sin embargo, Cuba le ha dado la orden al régimen de mantenerse en el poder y resistir de cualquier forma para no permitir el restablecimiento de la democracia en Venezuela. A la presión internacional de los países apoyando la hoja de ruta del presidente Guaidó se le antepone el juego geopolítico de Rusia, monitoreado desde Cuba, dimensionando el conflicto no solo en el ámbito regional, sino a una esfera internacional, enfrentando de hecho a dos potencias: Estados Unidos y Rusia en este tablero, debido a la presencia y actuación militar rusa en territorio venezolano en este momento. Como dice el habla popular: esto no son “conchitas de ajo”.

Por otra parte, es tal el estado de gravedad de la crisis humanitaria en todos los órdenes de la vida de los venezolanos, ahora sin electricidad ni agua, que todos los pensamientos, análisis y exigencias se dirigen a la urgencia de un “desenlace” que dé paso a una “transición” democrática. Pero esto no les conviene a los cárteles de la droga y de la corrupción, tampoco le conviene a Cuba, a Rusia, a China, a Irán y menos a los grupos narcoterroristas que hacen vida con el régimen dentro del territorio nacional. Justamente, este escenario de desenlace se complica con la llegada a Venezuela de fuerzas militares rusas, en una misión interventora que, según lo declara con arrogancia el propio gobierno ruso, permanecerá allí “por el tiempo que sea necesario”. Desde 2018 se habla de la presencia de un contingente de Spetsnaz Alfa o fuerzas especiales rusas provenientes de Siria con previa escala en Cuba antes de arribar al país.

Grupo Spetsnaz Alfa - Fuerzas especiales rusas

Desde 2004, Rusia ha dotado al régimen de una flota de aviones de caza Sukhoi; helicópteros de ataque; tanques de guerra; vehículos de combate para infantería; sistemas móviles misilísticos de corto, mediano y largo alcance; 100.000 fusiles de asalto Kalashnikov de última generación; 5.000 fusiles Dragunov de largo alcance para francotiradores; lanzacohetes portátiles antitanques y antihelicópteros, entre otros armamentos de gran movilidad y poder de fuego. Pero más grave aún es que Venezuela se ha convertido en el primer aliado estratégico de Rusia en el continente americano. Desde 2008, y en dos oportunidades, el país ha sido el teatro de maniobras aéreas y navales combinadas realizadas por las armadas de Rusia y Venezuela, que incluyen la participación de bombarderos nucleares TU-160. Vale la pena apuntar que el sistema de misiles de defensa antiaérea de largo alcance, S-300, que los rusos han instalado en Venezuela es el más avanzado de América Latina y el Caribe. Esto ha venido sucediendo ante la mirada impasible de los gobiernos de América.

Para Venezuela y los países de la región se ciernen riesgos inminentes: el primero sería el verse involucrados en un conflicto geopolítico mundial, debido la intención de Rusia de incluir a Venezuela en sus planes de dotación de bases de apoyo y despliegue militar a escala internacional. El segundo, y más peligroso e inminente, es el de la precipitación acelerada del país hacia un “Estado fallido”, provocando que esos armamentos livianos y portátiles terminen en las manos de las organizaciones narcoterroristas, de los paramilitares y escuadrones de exterminio aliados con bandas hamponiles que hacen vida en el territorio venezolano amparadas por el régimen y que en alianza con grupos armados se han distribuido el territorio nacional para proteger sus negocios criminales. Una alerta sobre este posible escenario es el llamado reciente de Maduro a sus paramilitares para que se activen en todos los rincones del país, en previsión de una fractura en el ámbito militar. De suceder esto último, cada facción militar enfrentada se haría con un determinado parque de armas, sin contar las que ya poseen las organizaciones paramilitares, desencadenando una espiral de violencia imprevisible.

A ninguno de los factores locales y foráneos antes mencionados les conviene el restablecimiento de la democracia en Venezuela; por el contrario, tienen la orden de impedir la hoja de ruta trazada por Juan Guaidó y la Asamblea Nacional. Por ese motivo se hace necesario transmitir a la opinión pública internacional que no se trata de una dictadura militar como las que conoció Latinoamérica en el pasado, la de un Pinochet negociando una salida electoral después de reconstruir la economía chilena, sino que se trata de un cártel criminal que está ejerciendo el gobierno con apoyo de militares, organizaciones criminales y narcoterroristas, expoliando las riquezas que aún quedan de una nación en ruinas y que, de haber una transición democrática, Cuba está dispuesta a crear un foco de subversión en Venezuela y países vecinos.

Con justificada razón, Luis Almagro se refiere al régimen de Maduro como una “dictadura usurpadora” con una ‘dinámica de management’ dictatorial muy cubano, mezclado con el crimen organizado”.

Otra alerta es la contenida en la declaración que esta semana han publicado los ex jefes de Estado y de gobierno que participan en la Iniciativa Democrática de España y las Américas, en el que llaman a una “cuidadosa y urgente reflexión” a la opinión pública internacional y a los gobiernos democráticos del mundo, acerca de “la muy peligrosa deriva que toman las realidades en Venezuela”. En dicho comunicado advierten que “la cesión acelerada de soberanía económica y territorial por el régimen de facto de Nicolás Maduro Moros a extranjeros compromete el futuro de los venezolanos y sus posibilidades de bienestar. Esta cesión se ha hecho de espaldas a la soberanía popular representada en la Asamblea Nacional y debe ser rechazada por los gobiernos democráticos”.

El desenlace de una crisis política es el momento más delicado y de mayor suspenso en relación con los actores, los tiempos y las decisiones. Es usual que en un “momento de desenlace” se den situaciones inesperadas y si no se está preparado pueden resultar inmanejables o en una oportunidad irrepetible de culminar con éxito. El tiempo apremia y Venezuela se enrumba a convertirse, si no lo es ya, en lo que se conoce como “no-república”, denominación que se le aplica a aquellos países en los que no existen estructuras democráticas, poniendo en peligro tanto la paz interna como la de sus vecinos.

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