Los valores son referentes mayores, de carácter fideico, de fe, que se construyen en procesos sociales de duración o intensidad variable, y desde los cuales se toman decisiones y se hacen proyectos de vida. Son fideicos porque no obedecen a argumentos o razonamientos, aun cuando los podrían tener. A veces las ideologías, con pretensiones científicas o históricas, tratan de sistematizarlos, de llevarlos a razón y transformarlos en prédicas políticas confundiéndolos con principios. La existencia y vigor de los valores son proporcionales a la mayor o menor cohesión de una familia, un grupo social, una comunidad, una nación.

El feudalismo es una relación de doble dependencia: el siervo le trabaja al señor y el señor lo cuida y protege de bandidos y otros señores.

La conquista española trajo los valores feudales a los cuales sometió a los aborígenes con el régimen de encomiendas. Las guerras de independencia y el repartimiento de poderes del siglo XIX y parte del siglo XX debilitaron los valores feudales y no logró establecer aquellos que correspondían a las pretensiones modernizadoras de Bolívar y Miranda. Con el benemérito general Gómez comienza la explotación petrolera y, con ella, la petrofilia: hay una precipitada emigración del campo a la ciudad de gente que espera encontrar en estas lo que el destrozado campo no ofrece.

Esa migración incrementa la debilidad de los valores feudales, de señores, siervos y caudillos y la emergencia de los que acompañan al petróleo, la urbanización forzosa y una industrialización y modernización superficial.

La insurgencia democrática, sobre hombros militares de 1945, apenas dura unos años cuando otros militares, antes agrupados como bando, da otro golpe y establece a otro caudillo que manejó los ingresos petroleros con franca intención populista, es decir petrofílica. Obras públicas espectaculares, viviendas, persecuciones, torturas, muertes y campos de concentración.

Otro golpe de Estado desplaza al goloso coronel con un contralmirante con buena presencia y facultades histriónicas. Con fortuna, buen apoyo internacional y recursos petroleros crecientes, se inicia un período democrático con algunas segregaciones, elecciones y división de poderes, incremento de la educación pero que no evita el uso y concentración de los ingresos petroleros para la compra populistas de conciencias.

Esa democracia, débil y con sus valores poco establecidos, fue otra vez golpeada. Esta vez por un comandante, que luego de haber demostrado unas graves deficiencias como militar al diseñar y tratar de ejecutar un torpe golpe. Bien aconsejado por políticos zamarros, que le dicen que bien puede usar el capital de caudillo y seños feudal logrado con su fracasado golpe, para ir a las elecciones y desarrollar los valores de la petrofilia. Cultivar su figura y luego, con cierta ayuda internacional de isleños y escribidores sedientos, darle a todo ello un solvente ideológico que llamaron socialismo del siglo XXI. Se atendió así las exigencias éticas del feudalismo residual: dominio, dependencia y protección.

En una sociedad así, apresuradamente formada y en la que los valores de la Modernidad Occidental, la ciencia y la industrialización apenas han llegado a los conglomerados medios de las ciudades, el derrumbe de los precios del petróleo le quita al comandante y sus deficientes herederos, la fuente del poder económico y su prestigio. Esos herederos, así privados, se ven obligados a descarnar la relación de poder y la preservación de beneficios no santos: toman el camino de la dictadura: poder militar más o menos compartido y peleado, represión a veces administrada, a veces torpe y evidente y corrupción en todos los campos y niveles, con acento en los tráficos de moneda y el contrabando de gasolina y otros compuestos.

Aquí estamos. Una nación dominada por la petrofilia, con valores débiles y confusos entre los que concurren, por un lado la paternidad irresponsable, un machismo con dudas, empleo sin trabajo con disposición a la caridad, poca diferenciación entre el interés y los bienes públicos y los privados. Por otro lado, y en cultivo, la solidaridad para con el caído o el vecino necesitado, el olor a una participación posible pero que no se resuelve ni encuentra con los administradores y partidos políticos, una diversidad que reduce crecientemente las discriminaciones étnicas y el rechazo del otro y una naturaleza con la que apenas se sabe convivir en su necesaria continuidad.

arnaldoesté@gmail.com

@perroalzao


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