En política no es viable lograr acuerdos unánimes, porque no es posible ni deseable. No es posible porque es un lugar común decir: “Cada cabeza es un mundo”, eso es de Perogrullo, aunque inobjetable. Y tampoco es deseable, porque la unanimidad hace presumir la dictadura de las ideas y eso es profunda e irracionalmente antidemocrático. Así que en la lucha social se imponen políticas determinadas, que terminan validándose por ser las más justas y coherentes. Puede que también, en ocasiones, triunfen las injustas e irracionales porque la manipulación mediática logre que prevalezcan. He allí el quid del asunto.

Lo que se plantea, entonces, es unificar a todos aquellos sectores políticos y de la sociedad civil que impulsan la política justa y coherente de querer salir de esta terrible pesadilla, de la manera menos traumática posible, a pesar del empeño de los radicalismos de derecha o izquierda de resolverlo de otra manera.

Los radicales de “izquierda” (los llamamos así por resumir el tema, porque aquí esa izquierda radical es más militarista y fascista que realmente revolucionaria), no están interesados en ninguna elección, porque saben que son una ínfima minoría y se mantienen en el poder, precisamente, por no consultarle al pueblo quien debe gobernar. Ellos tienen la ventaja, por ahora, de tener el monopolio de las armas legales y las ilegales también.

Los radicales de la derecha también son otra ínfima minoría, con el agravante que sus llamados a la violencia es apenas una fatua vocinglería, porque ni tienen armas para imponer su política agresiva, ni ningún país del mundo los acompaña en su pedimento ridículo de invasión armada a Venezuela. Por cierto, son tan irracionales que no se dan cuenta de que ante una supuesta invasión, los opositores seríamos considerados por los “invadidos” como la retaguardia de los “invasores”, siendo, obviamente, los primeros reprimidos. Recuerden la “saca” de presos (deben ignorarlo estos ágrafos) en la España republicana ante el avance de las tropas franquistas, o los fusilamientos de Fidel ante el fracaso de Bahía de Cochinos.

Visto entonces cuáles son las políticas comunes de los radicales en ambos espectros de la lucha política en Venezuela, es imprescindible impulsar la unidad de los que no compartimos esos criterios suicidas y disolventes que conducen a ambos polos al aislamiento político de las grandes masas, las que no son radicales ni insensatas y buscan afanosamente cómo salir  de esta crisis sin precedentes en Venezuela, de la manera menos traumática posible.

La gran mayoría de los países del mundo, aliados a la alternativa democrática venezolana, nos reclama coherencia y unidad para presionar por elecciones libres y justas, así que la política a desarrollar debe ser la de acompañar la única vía que podrá presionar con fuerza a los radicales del gobierno, a ceder y abrir los caminos democráticos para salir de esta encrucijada terrible que vivimos todos.

Hay que recordar lo que decía un agudo y talentoso político venezolano del siglo pasado, Alirio Ugarte Pelayo: “La política no es otra cosa que la lucha por conseguir lo justo posible y no lo utópico conveniente”. Hoy día lo utópico conveniente es la salida inmediata del gobierno de Maduro, pero no es lo justo posible que sí es lo expresado por el Grupo de Lima: “La solución a la crisis política en Venezuela corresponde a los venezolanos y, por tanto, reiteran su permanente determinación para apoyar las iniciativas políticas y diplomáticas que conduzcan al restablecimiento del orden constitucional, de la democracia y el Estado de Derecho en este país, a través de la celebración de un nuevo proceso electoral con garantías democráticas”.

Y esa declaración es avalada por todos los países democráticos aliados, que nos exigen que los venezolanos nos unamos en el mismo sentido. ¿Qué esperamos, entonces, todos los que somos sensatos para unirnos a ese clamor colectivo internacional? Que cese el chantaje del radicalismo abstencionista irracional; pero si no cesa, dejemos que ladren y sigamos cabalgando con todos los caballos halando la carreta en el mismo sentido. Unidos los sensatos ¡sí hay futuro!

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