Se siente una tensión absolutamente bipolar, por un lado niegan que haya un éxodo masivo de venezolanos, como dice la locuaz vicepresidente Delcy Rodríguez, pero han venido echando diariamente a miles de venezolanos de un país que está sometido por la hiperinflación, la escasez de alimentos y medicinas, afectado por  la crisis de servicios públicos, la inseguridad personal y por un gobierno que no garantiza estabilidad institucional.

Famosos son los desplantes de voceros oficiales, como los del gobernador de Miranda, Héctor Rodríguez, quien hace semanas se expresó de manera infame hacia las personas que migran o protestan por la falta de comida: “Si no les gusta el socialismo, las fronteras están abiertas para que se vayan”; Nicolás Maduro tampoco pierde ninguna oportunidad para denigrar de los venezolanos que huyen del país y reincide al ofenderlos llamándolos “lavapocetas”.

En el otro polo de la bipolaridad está el  plan Vuelta a la Patria, un puente aéreo que han diseñado para que los migrantes previamente censados y adoctrinados “regresen a su terruño amado”. ¡De bola! –y me perdonan la expresión– que los venezolanos varados en las fronteras de los países suramericanos, que han desafiado las peores circunstancias que quepa imaginar, sin pasaporte ni la documentación exigida,  en muchos casos con niños pasando hambre y mucho frío,  desesperados ante una situación  que los sobrepasa, entrampados por sus falsas expectativas, se monten en el avión, que oportunamente les envía el gobierno para regresar con las tablas en la cabeza al mismo infierno que no les brinda oportunidad para un empleo digno y en consecuencia, tienen muchas posibilidades de caer en las mismas causas que los motivaron a emprender el éxodo: el desempleo, la inanición, las enfermedades, la mendicidad y la búsqueda  de alimentos en la basura.

La crisis humanitaria de la que pretendieron escapar se ha  agravado por  el último paquetazo de las medidas económicas, así que les espera el sometimiento a la dictadura, aceptar sus limosnas y   dádivas;  en otros casos, seguir en la práctica del delito, como algunos integrantes de bandas criminales –como los del Tren de Aragua, que se fueron a Lima–, quien sabe si sembrados en esos países vecinos con fines inconfesables o  que huyeron de  ser ajusticiados pero sin renunciar a su esencia criminal; también  regresan a la “patria bonita” quienes cumplen con  tareas  muy bien remuneradas, después de participar en actos de respaldo al “socialismo del siglo XXI” en países donde  los gobiernos socialistas fueron desalojados del poder. Sin embargo, ni los que se fueron, ni los que regresan, ni los que nos quedamos podemos abandonar la esperanza de que este sufrimiento colectivo será recompensado, que esta historia no tardará en cambiar, que hay trece países  que se reunieron en Quito ante la amenaza que significa para el continente el flujo migratorio a consecuencia de la crisis humanitaria venezolana, que en la comunidad internacional hay profunda preocupación por la situación en el país, que en las Naciones Unidas se analizan los efectos de una migración estimada en más de 2,3 millones de personas en los últimos 3 años y que se está considerando una intervención militar extranjera.

Los débiles cimientos del régimen de Nicolás Maduro se están sacudiendo. Su caída se volvió irreversible. La salida del régimen se nos ha convertido en una necesidad existencial, hay que recordar que el Muro de Berlín que dividía a Alemania no se cayó solo, lo derribaron miles de personas que querían salir del “paraíso comunista”. Los que saben que el modelo de Nicolás Maduro no  tiene futuro pondrán todo su impulso para mover esta historia.


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