.

Monumento en honor de las FARC

El miércoles 7 de agosto de 2002, minutos después de que el presidente electo Álvaro Uribe Vélez ingresara a la sede del Congreso de Colombia para posesionarse del cargo, dos violentas explosiones se escucharon en la Casa de Nariño, sede de los presidentes de la república, y la entonces conocida Calle del Cartucho, a cuatro cuadras del Capitolio. En el primer caso varios fueron los lesionados por una granada de mortero y en el segundo, 26 vecinos murieron y unos 59 acabaron heridos.

No fue, ni sería, el único atentado que las FARC han hecho a Uribe Vélez y a Colombia.

Como se sabe, las FARC que realizaron estas operaciones no fueron las mismas que retoñaron antes del gobierno de Guillermo León Valencia, organizadas por viejos guerrilleros liberales y marxistas comandadas por dos longevos [Pedro Antonio Marín (Génova, 1930-2008) y Luis Alberto Morantes (Bucaramanga, 1924-1990)] que morirían en sus tálamos, tras una prolongada y feliz existencia, rodeados de holguras y jovencitas. Son las que fundaron terroristas y despiadados asesinos como Alfonso Cano, Efraín Guzmán, Iván Márquez, Iván Ríos, Joaquín Gómez, Jorge Briceño, Mauricio Jaramillo, Pablo Catatumbo, Pastor Alape, Raúl Reyes o Timoleón Jiménez, que a finales de los setenta se dedicaron a sobrevivir del narcotráfico, la minería ilegal, la extorsión, el asesinato de civiles, de miembros del gobierno, policías y militares, el secuestro político y extorsivo a comerciantes, industriales, empresarios, ganaderos y campesinos, los atentados con bombas y armas no convencionales provocando desplazamientos forzados de civiles, reclutamiento de menores, destrucción de puentes y carreteras por medio de bombas con dinamita, además de destrucción de estaciones de policía y casas de los civiles cuyo apogeo se alcanzó durante la zona del despeje de los diálogos de paz de Andrés Pastrana.

Nadie olvida los campos de concentración del Mono Jojoy, con alambradas y civiles y militares encadenados en sus cuellos y manos, que permanecieron secuestrados hasta 15 años. Secuestros que se calculan en 40.000 personas entre 1970 y 2010. Alias Karina confesó que el reclutamiento de menores llegó a unos 20.000 adolescentes, y el gobierno cree que el desplazamiento fue cercano a las 5.701.996 personas. Etc., etc. Asuntos que para 2015, año tercero de las fastuosas conversaciones en La Habana, no habían cesado: los dos últimos meses de ese año los atentados de las FARC fueron unos 64.

II

Según el acuerdo suscrito entre Juan Manuel Santos y las FARC, los crímenes conexos con el delito político, los cultivos ilícitos y el narcotráfico son amnistiables, así como el secuestro y los delitos de lesa humanidad. Mientras las comunidades de negros y naturales, 30% de la población, tienen solo 3 curules en el Congreso; las FARC gozan, por ocho años venideros, de 10, pero se esperaba tuvieran unas 26 si se contaban las que iban a concederse a 16 de las zonas que controlaban los facinerosos, descontando que estos, al recibir indulto y tras haber depurado las benévolas penas impuestas por la JEP, serán elegidos para ocupar cargos públicos o de elección popular, hacer política de día y purgar penas de noche, en lugares que ellos resuelvan y nunca en cárceles obligadas, sin exceder las condenas pactadas, mientras quienes defendieron el Estado, los militares y policías, son asimilados a los asesinos y secuestradores.

¿Y qué decir de la reparación de las víctimas, cuando los poderosos capos de las FARC dicen estar más pobres que san Francisco de Asís, así las revistas Forbes y The Economist les consideren los narcotraficantes más ricos del mundo? Pábulos por los cuales, ante tanta pobreza, los colombianos hemos entregado, para comenzar, cerca de 6.000 millones de pesos para financiar su nueva aventura, un partido político sin electores, pero tan económicamente poderoso como el Conservador, cuyo colmo culmina con el cuento de que para facilitar el tránsito de las FARC a la actividad política legal, el partido recibirá anualmente, entre la fecha del registro y el 19 de julio de 2026, 10% del presupuesto anual para el funcionamiento de los partidos y movimientos políticos y 5% más de esa partida para financiamiento y divulgación de su plataforma ideológica y programática.

III

Y como si fuera poco, el artículo 3.1.7 del Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera dispone que las pocas armas entregadas por las FARC se destinarán para la construcción de tres monumentos: uno en la sede de las Naciones Unidas, otro en la Cuba de los hermanos Castro y otro en territorio colombiano “en el lugar que determine la organización política surgida de la transformación de las FARC”, en acuerdo con el gobierno nacional.

Según Santos y Naciones Unidas las FARC entregaron solo 7.132 armas, entre fusiles y pistolas, pero hasta la fecha nadie sabe cuántas otras podrían seguir en poder de las “escisiones”, que en verdad son el brazo armado de los capos. Lo curioso es que antes del traspaso, el propio Santos afirmó, con novedades del general Javier Flórez, jefe del Comando de Transición, que las FARC estaban en posesión de unas 14.000 y el ministro de la Defensa, Luis Carlos Villegas, repetidas veces sostuvo que entre 2002 y 2017 se habían recibido e incautado a los bandidos unas 50.000.

Juan Manuel Santos y la artista Doris Salcedo

El 14 de febrero pasado, la robusta latifundista caucana Mariana Garcés Córdoba, ministra de Cultura durante los ocho años del régimen de Santos, anunció que el mamarracho para celebrar el triunfo de las FARC, eufemismo de La Paz Santista, se estaba levantando en el centro de Bogotá, cerca de la Casa de Nariño, a partir de una propuesta de la diseñadora de eventos masivos descritos como «arte ideológico», muy acreditada por promotores europeos de distracciones, Doris Salcedo, “persona que ha trabajado por las víctimas y tiene una obra muy significativa en torno a los temas de la violencia y porque queremos tener su huella en este proceso” [sic], quien con un maestro de obras titulado Carlos Granada, a partir de los despojos de una demolición, retocan una suerte de instauración que funcionará durante los 52 años venideros, hasta 2070, “para que sirva como un espacio de reflexión sobre el conflicto armado” [sic]. Cuya originalidad reside, completamos nosotros, en imitar, sin pudor alguno, las instalaciones del ese sí perseguido y vetado artista chino Ai Weiwei [艾未未], a quien el mandarinato acaba de demoler su estudio en Beijing.

En parte alguna la recia ex ministra ha informado cuánto pagará el pueblo colombiano por este edificio, ni cuánto se ha gastado ya, ni cuánto, en valores tangibles, significará el negocio para la señora Doris, así haya manifestado que no se comerá una rosca, ni surtirá un Yom Kipur o un Yom Hashoá.

Lo que sí hemos conocido es la labia con que ha justificado la conquista del asunto: «El Contra-Monumento tiene una escala humana, no jerarquiza y no impone respuestas fáciles, genera un vacío y un silencio que posibilita el escuchar y reconocer las experiencias extremas sufridas, en este caso, por millones de colombianos», un galimatías de vacuidades que apenas logran engatusar a un bobo, celebrando una suerte de dolor de estómago o padecimiento menstrual, pero sin decir nada de los secuestros, explosiones, asesinados, estupros, torturas, reclutamientos forzados, etc., etc., que por más de medio siglo han ejecutado sus benefactores farcsianos. Horrores que ha suplido la señora espectaculera «invitando a mujeres víctimas de abusos sexuales a golpear y forjar con fuerza el metal que se usará como modelo para la fundición. Sus testimonios dan fe de hechos históricamente silenciados y nos muestran el viaje de sus sentimientos que, como las armas, se funden transformando el dolor en reconciliación». ¡Virgen del Carmen!

Maculada por las atrocidades de un conflicto que Salcedo califica de “guerra civil colombiana”, y culpando de ello, demencialmente, al presidente Álvaro Uribe Vélez desde el mismo momento de su nacimiento, la fanática del arte politizado comenzó a realizar instalaciones para estigmatizarlo. Salcedo regresó a Colombia en 2008 y aguijoneada por los evidentes fracasos de la subversión se dedicó a documentar los crímenes que la mafia había cometido en connivencia con miembros de las fuerzas armadas para presentar como subversivos a inocentes, asesinados en una suerte de Body Count colombiano, inspirado en las tácticas del general William Westmoreland contra el Viet Cong en la guerra del Vietnam. El discurso de Salcedo siempre ha sido que fueron asesinados por agentes del Estado, es decir, por el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, ignorando a su futuro benefactor, Santos Calderón, abanderado de la lucha contra los frentes de las FARC que comandaba Alfonso Cano, quien sería sacrificado por los supérstites que hoy disfrutan de la libertad y tienen asiento en el Congreso, luego de las horrendas componendas mediante las cuales logró sentarlos en La Habana por más de cinco años. Todo el mundo sabe que fue Santos quien dio, directamente, la orden de ejecutar a Cano, luego de su captura, indefenso, con cuatro perros como única compañía y casi ciego.

Su definitiva consagración con el santismo triunfante se alcanzó con la confección de A flor de piel, una manta hecha a partir de miles de pétalos de rosa, que según el cuento que recita, fue cosido por ella y su equipo como un cirujano cose la piel de una persona herida. “La manta tiene los colores que adquiere la piel cuando ha sido maltratada; se parece al color de la sangre seca. A flor de piel es supremamente frágil, como la vida misma”. Y agregan los compradores, pues reposa, quién sabe después de haber desembolsado miles de millones de pesos de los colombianos, en un museo de la memoria política de la izquierda mamerta, que “los paramilitares han sido responsables de 4.837 casos, es decir, 32,2% y los agentes del Estado han sido responsables de por lo menos 206 casos registrados y los grupos armados post-desmovilización GAPD son responsables de 950 casos. Hay un importante número de casos en los que no se ha establecido el responsable: 3.973”. Todo lo cual puede ser cierto, pero nada tiene que ver con la manta que hizo la señora Salcedo en su taller de costura.

Mariana Garcés y Doris Salcedo

IV

Doris Salcedo, como parte de esa legión de avivatos que han hecho de la astucia y el servilismo los instrumentos más eficientes para enriquecerse y tener un cuarto de hora en los medios masivos de comunicación: [los empresarios que hacen acuerdos de precios y divisiones geográficas para controlar los mercados, o los grupos económicos con sus lobistas que obtienen que el Congreso legisle a su favor exenciones tributarias, o los sindicalistas que logran una prima así la empresa esté quebrada, o los presidentes de la república que hacen pasar una carretera por las fincas de sus hijos o guardan en casa un pedazo de la luna que un astronauta regaló al país], descubrió en Cali, en 1988, cuando anduvo una temporada entre los muros de relictos de la Escuela de Bellas Artes y los salones y comedores de Amparo Sinisterra Barberena, viuda de Carvajal Quelquejeu y su Golem Mariana Garcés Córdoba, que era posible alcanzar fama y fortuna hablando y haciendo paja con el dolor de los demás, en especial de aquellos víctimas de un establecimiento, que muertos de miedo, tiemblan cada vez que un pretendido artista pone el grito en el cielo sin decir en ese momento cuánto cobrará por su silencio. Porque Doris Salcedo nunca ha hecho o dicho nada contra el terrorismo de izquierdas, sino en exclusivo contra el terrorismo de derechas. Su negocio es a favor de las izquierdas, a favor de su resentimiento mamerto, de su rencor mamerto de clase, así no odie el dinero y el oro que ese malestar mamerto le procura.

Monumento en honor de las FARC


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!