Cuando en mayo del año que viene se inicie otro mandato de Xi Jinping al frente de China, su país habrá cambiado radicalmente en comparación con el que él recibió como secretario general del Partido Comunista y como presidente hace una década e incluso con el que le tocó presidir por segunda vez en 2018.

Los problemas domésticos de hoy no son los de ayer: las prioridades del conjunto de los ciudadanos han cambiado a raíz de la pandemia; el ambiente de aceptación de la adversidad no se parece a la obediencia que era la irrefutable regla de entonces; el irrestricto seguimiento al interior del Partido Comunista de sus férreas directrices también es menos potente aunque nadie cuestiona su liderazgo. A este dirigente, refrescado por el soporte del Congreso de su partido, le tocará reasumir el mando haciendo frente a un desgaste pronunciado de la economía interior, a un consumo interno disminuido, a una sociedad disgustada por la aplicación férrea de la Política Covid Cero, a un gigantesco sector campesino obediente pero contrario a su estrategia de seguridad alimentaria.

Xi tiene la camisa abierta de cara al colectivo chino. Estará llegando a este tercer mandato luego de haber centralizado todo el poder en su persona de manera omnímoda. El hombre ha conseguido recabar toda la libertad necesaria para actuar más contundentemente que cualquiera de sus predecesores y ha gozado de una autonomía como la que no goza ningún político ni mandatario electo democráticamente de Occidente. Con la miríada de nuevas dificultades que este líder tiene en la agenda interior, su camino no puede ser otro que el de sostener las riendas con mayor control, más estatismo y más autoritarismo que en el pasado.

Por ello, renovar el respeto, la credibilidad y el sometimiento de los suyos para reparar los daños de su estrategia de Covid Cero deberá ser su mayor prioridad y un objetivo inmediato. Hay que esperar que en primera instancia se dedique a generar los medios normativos y financieros para atender los problemas sociales, incluyendo la desigualdad de bienestar. Ello será así incluso si es necesario acentuar el decrecimiento del PIB. Lo anterior va de la mano con medidas para la provisión de educación a la población, atender el gap demográfico, hacer al país más autosuficiente en todos los terrenos y particularmente en lo tecnológico, además de construir una sólida seguridad alimentaria. La estabilidad interna pasará por encima de cualquier otro objetivo, lo que coloca a un lado acceder una mayor liberalidad económica y rejuvenecer la economía del coloso.

La política agraria de vigorización del campo, objetivo recién destapado por Xi, será su gran prueba de fuego, tanto como lo ha sido la estrategia contra la pandemia de covid.  La China campesina se involucrará de lleno en su propósito de convertir todos los campos en productores de arroz y granos. Pero es que los agricultores confían en que más adelante en Pekín alguien se encargará de mejorar el impacto negativo que ello necesariamente comportará.

Así las cosas, la nueva administración de Xi se centrará más en resolver las dificultades de lo doméstico. Lo exterior no será deleznado- no puede, dada la gravitación china en los asuntos globales- pero pasará a un plano diferente.

De ello hablaremos en una próxima entrega.


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