Dos planteamientos centrales, en la retórica del peligroso nacionalismo económico de Donald Trump, giraban en torno a la necesidad de sustraer a los Estados Unidos del histórico acuerdo de libre comercio con Nafta y mantener la guerra comercial con China. En su absurda visión, en esos intercambios económico-comerciales radica el problema del sector industrial tradicional de la economía americana, que ha registrado pérdida de empleo en ciertas regiones del país.

Hagamos una disección. Y veamos dónde han terminado ambos planteamientos, a casi dos años de su Presidencia, tomando en cuenta lo acontecido en la reciente cumbre del G20 en Buenos Aires, Argentina.

Trump comenzó, efectivamente, separándose del Nafta al concluir en la firma, por etapas, de un acuerdo esencialmente idéntico a aquel con México y Canadá, apenas incorporando ciertos alcances que los tres países tenían años debatiendo y negociando en el marco de los protocolos del Nafta. Trump ha pegado gritos asegurando que acaba de lograr el acuerdo comercial más importante y de mayor magnitud en la historia, pero la verdad es que se trata, en esencia, del mismo tratado, del mismo mercado, los mismos actores. Primero lo suscribió México y, esta semana, en Buenos Aires, se anunció que Canadá también se haría parte. En el fondo, Trump ha hecho una pirueta gatopardiana. Cambió todo para no cambiar nada. Pero, eso sí, le puso un nuevo nombre al acuerdo (USMC Trade Agreement, o Acuerdo Comercial entre Estados Unidos, México y Canadá) con el sello Trump. En el fondo, es un ejercicio de demagogia con “rebranding”, un engaño más de los múltiples que sustentan su narrativa.

Uno de los asuntos centrales, de los nuevos alcances del acuerdo, es la incorporación de disposiciones para promover la exportación a México de un mayor volumen de partes para el ensamblaje de vehículos automotores, y con ello estimular la industria automotriz fundamentalmente de Michigan. En este tránsito, General Motors, el gigante automotriz, anunció el cierre de plantas y masivos despidos en los Estados Unidos. Aparentemente, poco ha pesado lo negociado por Trump para retener esos empleos y fuentes de producción en los términos que su política aspiraba.

Enfoquemos ahora la guerra comercial con China. Luego de varias rondas de pulso, en las que se incrementaron aranceles, Trump se sentó con el alto gobierno chino en Buenos Aires y declararon un cese al escalamiento de este conflicto comercial por 90 días. ¿Por qué? La mayor incertidumbre que ha afectado a los mercados bursátiles este año, creando gran volatilidad en el comportamiento de los principales valores emitidos por empresas tecnológicas globales estadounidenses, como Apple, es precisamente esta guerra comercial con China y su adverso impacto en la integración de las cadenas de producción y los mercados de este sector, en el que Estados Unidos tiene una significativa ventaja en términos de patentes y desarrollo de nuevas tecnologías y servicios. Hace unos meses, ante esa incertidumbre y la volatilidad de los mercados, el gobierno de Trump mantuvo el incremento del 10% de los aranceles a las importaciones chinas, difiriendo nuevos aumentos hasta 30% para enero, a efecto de dar margen a las empresas estadounidenses de encontrar alternativas en su cadena de suministros y producción. Con el acuerdo de tregua comercial por 90 días, suscrito con China en Buenos Aires, se busca prolongar esa fecha inminente en la que Trump había amenazado con aumentar nuevamente los aranceles si China no aceptaba sus exigencias. En el fondo llegaría el mes de enero y Trump quedaría desnudo ante los mercados sin alternativas ni éxitos que presentar en sus posturas frente a China. El mercado bursátil ha tenido lecturas encontradas sobre este hecho y, a pesar de una recuperación inicial, ha retornado la volatilidad ante la incertidumbre de lo que pueda acontecer en 90 días. Unos piensan que iremos de prórroga en prórroga sin definiciones de fondo, pero sin correcciones al daño introducido hasta ahora. Otros temen que ambas potencias entren en colisión comercial, con terribles consecuencias para la economía global.

En pocas palabras, Trump no tiene idea ni plan alguno en materia económica para cumplir su populista promesa de atender las necesidades de las clases trabajadoras. Y mientras juega con el comercio internacional de forma disruptiva, pero sin efecto positivo, su Presidencia no avanza en materia laboral para, por ejemplo, mejorar el salario mínimo o lograr el acceso a una mejor seguridad social para las clases medias y trabajadoras, en una economía que ya entra en su décimo año de crecimiento económico y varios de pleno empleo (el desempleo estuvo por debajo del 4,5% durante los tiempos de cierre de la administración Obama y ahora está en 3,8%). Hay, en los últimos ocho años, un crecimiento en la productividad también, y ganancias extraordinarias acumuladas en las grandes corporaciones, sin que estos beneficios estén justamente compartidos entre todos los factores de producción, en detrimento especialmente del sector laboral.

En definitiva, el planteamiento de Trump en materia de comercio internacional, como ocurre con la inmigración, es una gran manipulación. Un engaño demagógico y populista. Afortunadamente, la economía de los Estados Unidos ha probado ser robusta y estar preparada para transitar temporalmente la monumental improvisación de Trump. Lo que obsta para que algunos analistas se pregunten hasta cuándo… De hecho, muchos piensan que entre 2019 y 2020 podríamos ver un giro negativo en la economía norteamericana, poniendo a Trump en la defensiva para el debate electoral. No falta quien considere que este juego manipulador, de ofrecer cambios y en el fondo no hacerlos, da para llegar a las elecciones en una relativa situación de bienestar económico.

Amanecerá y veremos. Lo que sí está claro es que el manejo de esta vital cuestión es francamente irresponsable y tendrá consecuencias muy negativas en el mediano y largo plazo, si no antes.


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