La actividad política debe cumplirse civilizadamente. Esto en razón de que la ejercen seres humanos y está destinada a los mismos seres humanos de un país. Se afirma que la política es un arte, y entendemos por arte una sabiduría especial sobre algo en particular. La cultura política debería reflejarse en todo, por parte de las personas que a ella se dedican: en su comportamiento diario como ciudadanos, en el vocabulario, en el trato respetuoso con sus semejantes y hasta en sus gestos y actitudes. Entonces, el desempeño en las actividades políticas es delicado, exigente, requiere responsabilidad, preparación y seriedad. Por ello, deberían hacerlo como un buen maestro.

La historia política de Venezuela cuenta con grandes aciertos, sin faltar los desaciertos. El general Juan Vicente Gómez, al presentir que su vida se acercaba al final, quiso dejar las cosas arregladas: no recurrió a sus parientes, ¿por qué…? Dejó encargado de la Presidencia de la República al general Eleazar López Contreras, a quien le reconocía su capacidad profesional. Luego, el Congreso Nacional –el 19 de abril de 1936– lo ratificó en el cargo. Indiscutiblemente, fueron aciertos Este general en jefe, entre otras virtudes, demostró su ejemplar desprendimiento del poder al prohibir la reelección presidencial y exigir la reducción del período de siete a cinco años (el actual régimen venezolano debería verse en ese espejo). Y, como militar civilista, dio una completa vuelta al régimen dictatorial. Con su prudente sabiduría, cautelosamente lo fue conduciendo hacia la democracia. Naturalmente, era muy riesgoso hacerlo a la carrera. Durante su desempeño presidencial supo muy bien dialogar, convencer y pactar con la naciente oposición.

Las grandes obras: tangibles e intangibles llevadas a cabo por el general López Contreras están vigentes, y las describimos en nuestro artículo “Presidentes trabajadores (II)”. En fin, este general en jefe entró con buen pie en la historia de Venezuela. Y aún no se le ha hecho merecido reconocimiento.

Vencido el período presidencial de López Contreras, el mismo Congreso Nacional eligió a otro general civilista, a Isaías Medina Angarita, autor también de muy importantes y significativas obras materiales e institucionales de las que hoy disfrutamos. Se le reconoce “como uno de los presidentes venezolanos más democráticos”. Sin embargo, como rindiendo honor a la actitud de Pedro Carujo frente al doctor J. M. Vargas, un partido político de reciente creación, y que ambicionaba el poder, no esperó a las próximas elecciones que se realizarían al años siguiente. Se alió con los militares y con esa fuerza bruta el 18 de octubre de 1945 le interrumpió el período presidencial al general Isaías Medina Angarita y lo enviaron al exilio. También, en el mismo acto, expulsaron del país al ex presidente López Contreras. Sembraron muy mal precedente. Desacierto que tres años más tarde se les pagó con la mismita moneda. Esas secuelas no han desaparecido.

Con el presidente Carlos Andrés Pérez ocurrió algo parecido durante su segunda presidencia. Primero con bayonetas, hubo intento fallido de un aventurero. Luego, sus propios compañeros de tolda política le declararon la guerra, aliados con otras fuerzas le hilvanaron una sentencia en la Corte Suprema de Justicia, rebuscado dictamen que lo despojó de la presidencia. Ya defenestrado, demostró, con el acatamiento de la urdida sentencia, haber sido y ser un ciudadano verdaderamente demócrata y respetuoso del estamento legal. Aun, no conformes con ello, le inventaron otro juicio que lo llevó a prisión. Y, para cerrar con broche de oro, lo expulsaron del partido al que tantos esfuerzos y parte de su vida le había dedicado. Nos parece que en la política partidista está muy ausente la gratitud. Nos preguntamos ¿Guardará AD alguna inquina respecto a los presidentes tachirenses?

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