Delinquir y violar las frágiles reglas que hacen posible el equilibrio y la vida en sociedad, son parte precisamente de la naturaleza humana. Las conductas retorcidas, desviadas, repulsivas y condenables que alteran la paz y el orden de la comunidad, han sido estudiadas por filósofos, sociólogos y criminólogos. Hasta el fenotipo ha sido dispuesto como elemento para anticipar conductas delictuales. Los delincuentes e infractores los hay de cuello blanco, de cuello azul, corruptos, terroristas, quienes lo piensan y planifican y quienes caen por imprudencia o negligencia, cada uno con su respectivo impacto en el orden social. Por ello, hay diversos grados de penas, correcciones y sanciones, que si bien en todos los casos buscan castigar a quien cruce la línea del buen comportamiento, según sea el modelo adoptado por el Estado, buscarían retribuir o reinsertar al infractor.

En cualquiera de los casos arriba descritos, la justicia es protagonista y por tanto juega un papel fundamental. Dar a cada quien lo que corresponde, definición básica de la justicia, es su fin, pues así es posible mantener de algún modo a la sociedad funcionando con el menor de los sobresaltos o a todo evento manteniéndola en curso cuando se descarrila.

Así las cosas, aunque indeseable, el delito y la delincuencia aún en la sociedad más civilizada, desarrollada y de primer mundo es inevitable; mientras que la administración de justicia oportuna y justa, es la norma, con pocas excepciones que lo confirman. Por ello vemos como en esos países de los que llaman de alto desarrollo, ese desarrollo no lo apreciamos solo en su infraestructura o en su orden y funcionamiento, sino en como allí también es una realidad el “caiga quien caiga”. No importa (o ta vez mucho en su contra), si eres una celebridad política o artística o de grandes influencias, lo más seguro es que si te comes una luz roja o manejas borracho, termines tras las rejas y exhibido como un modelo de lo que no se debe hacer y de la amenaza en la que no te debes convertir. La justicia, como mencionamos arriba, entendida como dar a cada quien lo que le corresponde, funciona para todos y su brazo invisible alcanza a quien perturbe lo que interesa e importa a la sociedad para su paz y convivencia.

En el caso de Venezuela, es muy difícil hablar de justicia, pues a lo largo de los últimos veinte años, esta se ha pervertido y convertido en una herramienta al servicio del poder. Sobran los casos de obvio irrespeto a las normas y abundan las muestras de la más absoluta impunidad, oscuridad y por tanto de ausencia plena de transparencia, lo cual contrasta con lo que aparentemente ocurre ahora mismo en el denominado affaire de Cúcuta, donde si bien es reprochable cualquiera que haya sido la conducta de quienes representan a la Asamblea Nacional y al gobierno interino en el extranjero y particularmente en Colombia, no es menos cierto que la reacción de quienes lo designaron ha sido inicialmente la correcta, como correcta también ha sido la reacción enardecida de quienes han depositado su confianza en la esperanza de esta transición para superar la pesadilla de las dos últimas décadas.

En la acera de la democracia, las cosas hasta ahora han funcionado como deben funcionar en una sociedad con Estado de Derecho y libertades civiles. Una prensa libre que denuncies, una población que reclama indignada y unos gobernantes que asumen la responsabilidad de ordenar la investigación exhaustiva de los hechos denunciados; y hasta allí al menos, las cosas son como deben ser. ¿Podríamos decir lo mismo con lo que ocurre en el desgobierno con lo que sea que se denuncie? No solo difícilmente, sino más bien, que riesgo corre aquél que lo haga cuando se trate de tocar a los intocables. ¿Se investiga? Difícilmente y más bien podemos afirmar que se echa tierrita y se esconden las verdades en los más oscuros rincones.

Al menos hasta ahora y bajo beneficio de inventario, esperando que los resultados sean los esperados y que de verdad se llegue hasta el final, caiga quien caiga, lo que observamos es transparencia y un claro anuncio de mantenerse transparentes, con un contraste descomunal con lo que vemos del otro lado de la calle, que bien podemos denominar como una absoluta TRAMPARENCIA.


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