Realmente no se requiere de un desmesurado esfuerzo analítico para anticipar algunos de los más probables futuribles relacionados con las eventuales elecciones presidenciales que, de manera inconstitucional, se fijaron en Venezuela para el próximo mes de abril, a saber:

-Escenario electoral 1: la oposición, haciendo caso omiso de las recomendaciones de la comunidad democrática internacional –que ya ni se deja engañar ni hace la vista gorda ante las aberraciones del régimen–, decide participar en ese –por decir lo menos– irregular proceso comicial y Maduro es “reelecto” por obra y gracia del deus ex machina “arbitral”.

-Escenario electoral 2: las elecciones se llevan a cabo sin la participación de la auténtica oposición venezolana y una “aplastante” victoria de Maduro sobre sus “contendientes” –alguno seguramente escogido de entre los infiltrados del chavismo en el seno de aquella– es anunciada con inusitada premura por el mismo deus ex machina “arbitral”.

-Escenario electoral 3: la oposición decide competir en los mencionados comicios con un candidato unitario de enorme influencia y el tinglado del régimen es pulverizado por la abrumadora participación de ese grueso de la ciudadanía venezolana que hoy siente verdadera aversión hacia todo lo que este representa, por lo que al “árbitro” electoral no le queda más remedio que declarar la derrota de Maduro, aunque luego de semanas, o incluso meses –dado los niveles del sadismo dictatorial–, de inoportuna embriaguez colectiva por la “victoria” obtenida, el deus ex machina “constituyente” disuelve todos los poderes constituidos para dar paso a una “sexta” república a la medida de su perversidad y ambiciones.

A la luz de lo anterior queda claro que la ruta a la emancipación de la sociedad venezolana no es electoral; algo que no debería sorprender en virtud de que en sistemas totalitarios se va distorsionando el espíritu de tal mecanismo hasta que de modo disimulado –o descarado, como en este caso– se logra poner al servicio de los intereses de los opresores.

Por supuesto, no falta quien ante lo evidente, y por no querer asumir lo que subyace tras la respuesta al “¿y entonces qué hacer?”, sigue alimentando la peligrosa esperanza de que por un feliz milagro será barrida algún día la maldad del país sin que su ciudadanía se vea involucrada en tan espinosa cuestión, pero la verdad es que ya solo una cosa puede impedir que sea más bien esta barrida por esa maldad: su salida masiva, decidida, con la vocación pacífica que la caracteriza y con la razón y la legitimidad que le otorgan su propia soberanía y sus inalienables y universalmente reconocidos derechos humanos, a las calles de la capital de la nación, no para mendigar alguna concesión, sino con el único propósito de ponerle punto final a la historia de una infame dictadura como otrora lo hicieran sus padres y abuelos.

Esto, por cierto, justo cuando ellos entendieron que, en su contexto, la electoral no constituía la vía que los conduciría a la libertad; y desde entonces se celebra cada año su valeroso proceder.

Sea lo que fuere, no se trata, como podrían aducir algunos, de retomar iniciativas que “fracasaron”, por cuanto hasta ahora no se han emprendido acciones de semejante envergadura dado que las pacíficas protestas de los últimos años –reprimidas con suma crueldad–, aunque masivas en apariencia, solo contaron con la participación de un relativamente pequeño segmento de la ciudadanía del país; un segmento conformado sobre todo por heroicos jóvenes que acabaron por sentirse –y de hecho fueron– defraudados por un más amplio sector que jamás abandonó la “seguridad” de sus reducidos espacios.

Cierto es que, de materializarse esa acción mancomunada de una inmensa mayoría –verbigracia, de 10 millones o más, como tantas veces ha sugerido quien esta columna escribe–, la respuesta del régimen podría ser de una ferocidad sin precedentes, pero antes de dejarse vencer por el temor que esta idea es capaz de suscitar, hay que considerar la fuerza que esa miríada de venezolanos unidos supondría y lo que de seguro terminaría por ganar.

Para empezar, como ya lo expresó este servidor en un artículo publicado el 3 de junio de 2016 en El Nacional, tales acciones “le pondrían fin a la mortandad que este régimen ha propiciado en los últimos […] años mediante su solapada connivencia con el hampa y su empeño de mantener un modelo que solo ha servido para hambrear a la sociedad venezolana y desproveerla hasta de lo más esencial”.

Nada más eso hace que valga la pena sobreponerse al temor.


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