Hasta hace pocos años, quizás una década, hablar de “calles completas” era un término que pocos entendían del todo y lo asociaban más a la infraestructura en sí y al alineamiento vial, siendo que no fuera una vialidad cortada sino que tuviera continuidad para su interconexión con el resto de la red. Había que aclarar mucho de qué se trataba e ir incorporando otros términos colaborativos como “movilidad amable”, “movilidad sustentable”, “modos no motorizados”, “peatón”, “ciclista”, “boulevard” y “humanizar”, para que se entendiera que lo que se pretendía era recuperar las calles para la gente.

Ha transcurrido el tiempo, pero de igual manera sigue siendo muy difícil hacer entender a técnicos, políticos y al común de la gente, que es como retornar a los orígenes. Que la práctica de pacificar el tránsito en vialidades urbanas es necesaria por seguridad de todos, sobre todo en aquellas zonas de alta concentración de usos (mayoritariamente de servicios y corporativos) que implica que personas quieran desplazarse de un lugar a otro frecuentemente sin disponer de un vehículo automotor y, aún más en aquellas zonas pobladas mayoritariamente residenciales, que generalmente están servidas por vialidades colectoras secundarias o con vocación netamente local.

Tomando como referencia la definición que hace WRI México, las calles completas son aquellas facilidades viales que “ofrecen la mayor cantidad de opciones de movilidad para los ciudadanos. Están diseñadas para conectar personas y lugares con la mayor eficiencia, seguridad y conveniencia, promoviendo la movilidad no motorizada y el uso del transporte público”. En general, las calles completas “mejoran la seguridad vial, promueven el caminar y el andar en bici por la ciudad, fomentan una mejor calidad de vida, apoyan la economía local y por ende, elevan la imagen urbana”.

Hay muchas cosas que podemos destacar al impulsar calles completas como política urbana en nuestras ciudades: primeramente, se reducen notablemente los accidentes y es algo que estadísticamente ha sido demostrado en los distintos casos que se han documentado a nivel global, incluso entendiendo el beneficio de la famosa vialidad que conforma la famosa “zona 30”, que no es más que las calles en las que la velocidad máxima permitida es 30 km/h. Así mismo, se favorece la inclusión social porque se convierte en un buen artificio para priorizar la accesibilidad, atando esto a un diseño acorde que propicie la reducción de velocidad, el acceso en esquinas o adyacente a ellas mediante rampas de uso universal, la preferencia del peatón en la planeación de los tiempos de los semáforos y la ampliación de aceras con al menos los anchos efectivos indispensables para una caminata confortable (incluidos aquellos viandantes en sillas de rueda, con coches para bebés, carreteros que trasladen mercancía a pie, entre otros) y el alineamiento del mobiliario urbano para evitar los obstáculos que imposibilitan un desplazamiento continuo y seguro (libre de caídas o derramamientos atribuidos al mal estado de la superficie o a la presencia de elementos no deseados). Y como broche de oro, se añade la seguridad pública o ciudadana, que se favorece porque se revitaliza el tejido urbano y se puede lograr que ganen vida sectores de la ciudad, en los que la gente utilice las áreas comunes de circulación no motorizada a manera de espacio público y de convivencia, lo cual debe prevalecer hasta en los períodos nocturnos, siempre apelando a una adecuada iluminación y vigilancia de parte de los cuerpos que disponga la autoridad, ya sea de forma presencial o aprovechando la tecnología para el monitoreo remoto ininterrumpido.

Al mismo tiempo, todo esto conlleva al deber de mezclar este concepto con el de “intermodalidad”, asumiéndolo como algo matriz y no complementario, pues regularmente se utiliza como estrategia para aumentar la atracción de usuarios al transporte público, por la ventaja que ello representa para el conjunto de ciudadanos, dadas las externalidades asociadas: disminución de los tiempos de viaje, mitigación de la contaminación atmosférica y acústica, minimización de consumo energético asociado a la transportación, aminoración de gastos de operación, abaratamiento del pasaje, facilidades de trasbordo, potencial baja en la ocurrencia de accidentes de tránsito, entre otros. Todo ello al final, confluye en la necesidad de beneficiar los modos que mayor sustentabilidad le agregan a las soluciones que se contemplen para intervenir el espacio urbano, en favor de la mayoría.

Subsecuentemente, el hecho de peatonalizar, incluir las bicis como parte de la gama extensa de movilización y planear para modos de transporte público más limpios –que generen la menor cantidad de efectos contaminantes posibles, producto de la operación misma, como: los tranvías, los metros ligeros, los trolebuses, los autobuses eléctricos o a gas natural, entre otros-, debe ser el objetivo de los proyectos que emprendamos para transformar nuestras ciudades. Debe partirse del hecho de que además se trata de un requerimiento sobresaliente: convertir puntos de intercambio natural en espacios acondicionados para dicha actividad, en el que se sume la mayor cantidad de modalidades posibles, de una forma organizada y controlada, y que por ende, revitalice el espacio público e introduzca una imagen de orden y modernidad a las ciudades.

En Venezuela hemos tenido experiencias exitosas en lo que a esto se refiere y particularmente en Caracas podemos citar algunos: Boulevard de Sabana Grande, la peatonalización de algunas calles del Casco Histórico del Centro, la Candelaria, el Paseo Vargas, el Boulevard Amador Bendayán, la avenida Francisco de Miranda, la avenida Arturo Uslar Pietri (antes San Ignacio de Loyola y Mis Encantos), el Casco Histórico de Chacao (9 manzanas fundacionales), entre otros.

Todas estas tendencias en el diseño urbano están de moda, pero no son más que tomar lo mejor del pasado con la certeza de que tendremos un mejor futuro con la visión clara de la evolución; ¿cuándo fue que dejamos de hacer ciudades para la gente y empezamos a diseñarlas a la medida de los automotores?, una pregunta que retumba en la cabeza de muchos a la que debemos encontrarle respuesta y solución en el corto plazo. Es momento del cambio, aprovechemos el impulso. Todo esto será posible siempre que se cuente con voluntad política y en este momento es lo que se percibe. Debemos eliminar de nuestro vocabulario los “nunca” y los “jamases”, y sustituirlos por los “posibles” y los “siempre”; sí podemos transformar nuestras ciudades a conciencia y por el colectivo.

 Twitter: @juzcategui29 


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