El episodio de la llamada toma de Puerto Cabello es harto conocido. En ella se coronó de glorias el general José Antonio Páez, al lograr la capitulación del general Sebastián de la Calzada, jefe militar de la plaza, que tras ser perdida por el entonces coronel Simón Bolívar, en julio de 1812, había permanecido en manos españolas por espacio de once años. El evento marcó, como lo han señalado muchos historiadores, el fin del dominio hispano en tierra patria, pues esta pequeña, pero a la vez importante plaza por su ubicación estratégica y relevancia militar, continuaría en manos españolas tras las victorias de Carabobo (1821) y la batalla naval del lago de Maracaibo (julio de 1823).

Y es que el asalto a la ciudad amurallada aquel noviembre de 1823 ha sido siempre edulcorado por un extraordinario relato narrado por el mismo actor de los hechos en su Autobiografía.

Difícil resultaba para los sitiadores acceder a la plaza por sus inexpugnables murallas, hasta que una patrulla patriota descubre huellas en la playa, camino de Borburata, que más tarde resultan ser las del negro Julián, esclavo de los Istueta, quien entraba y salía de la plaza con gran astucia. Detenido e interrogado el negro Julián, su confianza es ganada por el general Páez –al menos eso es lo que cuenta el centauro de los llanos– explicándole aquel que era posible salir y entrar de la plaza fuerte vadeando los manglares, al punto de que accede a mostrarle la forma de hacerlo, lo que permitirá el sorpresivo asalto a la ciudadela en la madrugada del 7 de noviembre, y así la inmediata derrota de los realistas.

Siempre resulta importante, sin embargo, revisar los hechos a la luz de las fuentes contemporáneas con los eventos, lo que ayuda a visualizar nuevas aristas y comprender los hechos de mejor manera, más allá de las acartonadas formas que pretenden imponernos ciertos relatos históricos y testimoniales.

La lectura de un suelto aparecido en El Colombiano, edición del 8-10-1823, por ejemplo, arroja nuevos elementos sobre el evento que en particular nos ocupa: “Remitió Calzada ayer de Puerto Cabello –podemos leer en ese periódico caraqueño– diez prisioneros de buques mercantes y dos mujeres de Barcelona. Por estos sabemos que tanto el pueblo como la tropa son por la opinión de capitular; que Istueta es de igual sentimiento, y que solo Carrera, Picayo, Britapaja, Juan Villalonga, Burguera, Arismendi, Corujo y Mieles en contra; que tiene carne y menestra para 18 días, y que harina sí hay mucho más de 400 barriles, que ayer salieron tres pailebotes cargados de familias para Curazao, y el de Trasmales (sic) lo aguardan con víveres; que en fin no ha quedado gente alguna, y que solo el obstinado Carrera sostiene aquella máquina; que éste ha ofrecido que en caso de que no les venga auxilio de la Habana, mandarán a Martinica en busca de la escuadra francesa para que los acompañe y nos bata, y que esto se hace diciendo ‘viva el rey y muera la constitución’; que es tan malo el trato que da a nuestros prisioneros ingleses cuyo número es de 30 que el palo sumba sobre ellos; que todos los víveres, granadas y balas los trasladan al castillo y que de la artillería de la trinchera la tercera parte son violentos”.

El suelto transcrito en extenso da clara cuenta de lo que se vivía dentro de la ciudad amurallada, en aquellos momentos en que era sitiada. No es difícil advertir, además, que un mes antes de producirse dicha acción la capitulación era prácticamente vox populi fuera de los asediados muros, y que el comerciante Istueta estaba detrás de ella o, al menos, activamente promoviéndola. Lo anterior arroja serias dudas sobre el relato del general Páez, e invita así a la revisión de los hechos.

 

[email protected]

@PepeSabatino


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!