Las cosas insólitas no son patrimonio exclusivo de Miraflores y la “revolución bolivariana”. En la mismísima Casa Blanca donde se supone debiera existir alguna dosis de predictibilidad, ello no ha sido así desde que su actual inquilino reina allí. Lo que tanto se le criticaba al Comandante Galáctico sucede también en los altos círculos de Washington, donde esta misma semana el funcionario de mayor jerarquía del Gabinete Ejecutivo –el secretario de Estado Tillerson– se enteró de su destitución vía Twitter, aun cuando el tema se venía barajando en los medios desde hacía algún tiempo.

Rex Tillerson, ex capo mayor nada menos que de Exxon, había venido aguantando sucesivas desautorizaciones por parte del venático Trump, lo cual permitía anticipar la ruptura en algún momento. Lo que no era anticipable es la manera. Solo faltó el histórico pito para que el bochorno fuera igualito al que producía Chávez. La reacción fue claramente observable en el discurso de despedida en el cual se evidenció una vez más lo que desde esta columna opinamos cuando Mr. Tillerson fue propuesto y confirmado como jefe de la diplomacia norteamericana: la diplomacia no es para ejecutivos de negocios como tampoco lo es la jefatura del Estado.

En efecto, durante la guardia del hoy defenestrado secretario de Estado, el Departamento respectivo experimentó el más grande descenso en la calidad de su labor, la mayor deserción de profesionales, el ninguneo de la experiencia con la consecuente pérdida de la brújula que debe guiar una política de Estado. Lo mismo pasa en la Casa Blanca, donde su jefe cree que sigue al mando de su imperio inmobiliario sin llegar a comprender que en política existen otros tiempos, otros estilos y la necesidad de consensos.

En su discurso de despedida Mr., Tillerson hizo referencia a las crisis con las que le tocó lidiar durante el año que permaneció en el cargo: Siria, Medio Oriente, Corea del Norte, etc. No hizo la menor referencia ni directa ni indirecta a Venezuela. Sirva ese dato para ser tenido en cuenta por quienes creen que en Washington tiemblan por la falta de democracia y/o la crisis humanitaria en nuestro país. Eso estará allí pero en alguna gaveta de mucho menor rango, aun cuando el actual encargado de negocios en Venezuela –Mr. Robinson– esté desplegando una política de llamar las cosas por su nombre sin temor a las consecuencias.

Ido el que se fue, llega el que viene: Mike Pompeo, quien fuera hasta ayer jefe nada menos que de la CIA y quien es descrito como ultraconservador, miembro de la fracción más reaccionaria del Partido Republicano (Tea Party), quien compartiría la visión aislacionista del presidente Trump.

Aparte de lo inusual de elevar al jefe de una agencia de espionaje al timón de la diplomacia norteamericana, un análisis inicial nos pudiera conducir a la conclusión de que el Departamento de Estado seguramente seguirá en crisis, el talento seguirá arrinconado y a lo mejor el ala ultraconservadora pueda llegar a poner el tema Venezuela en la gaveta de los asuntos más prioritarios. Veremos si Trump va a la Cumbre de las Américas de Lima a mediados de abril, veremos cómo se porta, qué dice y qué hace antes de formular una opinión algo más informada.


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