Cuántas cosas hemos perdido en estos años de pandemia y cuantas más se perderán por el uso inadecuado de la tecnología. Las cicatrices psicológicas en cada persona y en las culturas sociales son significativas, cicatrices que se muestran como un cuarto oscuro en nuestros pensamientos y su opacidad limita la claridad y estimula la incertidumbre social. Pero hay algo que sobresale dentro de todo este mal, la pérdida de lo háptico o en otras palabras, la pérdida del contacto físico entre las personas.

Por una parte, asistimos en nuestras sociedades actual a un cambio de comportamientos, a un replanteamiento de las formas de vincularnos entre nosotros mismos, de ciertos comportamientos impuestos, y nos permitan vivir en los cambios que están ocurriendo y que afectan directamente el contacto físico de los seres humanos, a sus modos de interrelacionarse con otras personas y con grupos sociales. Esto conlleva un cambio de modelos ontológicos y antropológicos en los que, querámoslo o no, están implicadas además las nuevas tecnologías. Por otra parte, los últimos acontecimientos mundiales, que se origina del desarrollo de las medidas de protección contra el coronavirus, están creando, o intensificando, una serie de efectos negativos en la psicología y en el comportamiento social, a los que, por una parte, se les adjudica con insistencia un «riesgo social» y, por otra, se les reconocen unas motivaciones que podemos llamar «ciencia». La aparente contradicción que esto supone, y que obedece a la tendencia de plantear cualquier situación social en términos hápticos, quedaría diluida si, entre otras cosas, mirásemos a las sociedades como seres humanos, y no sólo como productos experimentales que deben limitar sus aspectos más elementales como es el contacto físico entre personas.

La constante presencia de los efectos psicológicos de uno u otro hecho en las personas, y su repercusión en el desenvolvimiento de los procesos sociales, culturales y políticos, hace que no podamos desentendernos de ellos ni siquiera desde posiciones de rechazo o desobediencia, porque los efectos psicológicos por la pérdida de lo háptico trasciende lo individual y nos afecta a todos de una u otra forma. Dicho de otro modo, lo háptico no incumbe sólo al contacto físico, sino también a la necesidad individual del desarrollo físico, cognitivo y emocional en una sociedad. Estrictamente hablando de lo háptico se refiere a todo aquello donde el contacto es usado activamente en la comunicación entre las personas. Los griegos usaban la palabra háptico para referirse al “tacto o tocar”. Lo háptico es alusivo exclusivamente a todo tipo de sensaciones que experimenta un individuo no visuales y no auditivas.

Esta aclaratoria nos lleva a plantearnos de manera recurrente las siguientes preguntas: la pérdida de lo háptico ¿está deteriorando nuestra salud mental? o ¿nos estamos cambiando a una sociedad más egoísta?, preguntas que nos llevan sobre todo a hacer un ejercicio de reinterpretación sobre el significado de lo háptico, que nos permita entender cuáles son las consecuencias del distanciamiento social, ya sea por el coronavirus o por el uso inadecuado de la tecnología, cuál es alcance y las repercusiones pueden tener en las actuales circunstancias de transformación cultural. Una de las observaciones que justifican la necesidad de este artículo es el carácter humano que el hecho háptico ha tenido a lo largo de nuestras vidas, y en la actualidad no es diferente solo que desconocemos el impacto a largo plazo del distanciamiento social. Por otra parte, si lo háptico es un hecho global presente en todas las sociedades y en todas las culturas, podemos considerarlo como un fenómeno de impacto supraregional.

Actualmente, es acertado pensar que la definición háptica se asocia, en un primer momento, a cuestiones relacionadas con el distanciamiento físico obligatorio. Pero actualmente también es asociado con los aspectos tecnológicos, sin embargo, este último como veremos, se trata de un distanciamiento estimulado, no obligatorio y ello se debe a que algunas tecnologías están hechas para sumergir o atrapar al usuario en el mundo digital, como, por ejemplo: las redes sociales, la realidad virtual, la realidad aumentada, los videojuegos, la robótica, el metaverso, etc.

Los dispositivos hápticos buscan ampliar el sentido del tacto a la interacción humana con sistemas informáticos o robóticos. Por lo general, mediante un dispositivo de entrada-salida, como una palanca de mando, guante, traje o robot, se transmite la movilidad al cuerpo del usuario, creando una ilusión del contacto físico. Un estudio realizado por la National Reserarch Group en 2021 concluye que 1 de cada 2 encuestados desearía que hubiera una manera de sentir o tocar cosas físicamente utilizando la tecnología de la misma manera que podemos hacerlo en la vida real. 60% dice que le gustaría usar el contacto físico para mejorar su bienestar.

National Reserarch Group también señala que “la ausencia de contacto físico es un punto clave en las experiencias digitales actuales. 78% de los encuestados dice que cuando interactúo con personas virtualmente, extraño la capacidad de tocarlos e interactuar físicamente con ellos. 74% dice que leer el lenguaje corporal es más fácil en persona y 71% dice que la comunicación a través de la tecnología no es lo mismo que en persona».

Estas expectativas sociales sobre los dispositivos hápticos, como forma de vida, cuentan con mecanismos para estimularnos tanto en la realidad como en la fantasía, pues realidad y fantasía para los dispositivos hápticos no son excluyentes, sino que ambas coexistirán en la psicología del usuario, de manera que puede decirse que las sociedades y grupos humanos, en todas sus expresiones de contacto físico son ambivalentes en la medida en que lo irreal reemplaza en una proporción mayor a lo real, al contacto directo, ya que en este punto lo que se pone en juego es la psicología del usuario donde la dependencia de lo virtual es mayor a lo real.


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