Vienen tiempos de incertidumbre. Está terminando 2018, un año trágico para el pueblo venezolano. Si 2017 lo califiqué como el año catastrófico, este es el de la tragedia. La catástrofe no podía producir otra cosa que tragedia. La gente muriéndose de mengua en hospitales y en sus hogares por la total ausencia de servicios de salud. El socialismo del siglo XXI no solo superprivatizó la salud pública, sino que la dolarizó. Hoy en día, quien no tenga dólares constantes y sonantes se muere a las puertas de una clínica o un hospital. No hay seguro que atienda una situación de salud. La inmensa mayoría de nuestros ciudadanos han quedado totalmente desprotegidos. Toda la propaganda engañosa del chavismo, explicando una supuesta inversión social en salud, ha quedado desmentida por la terrible realidad que se vive en cada rincón de Venezuela.

Mientras esto ocurre en salud, en alimentación, que es otro componente de una salud pública de calidad, la tragedia es aún mayor. Más de 90% de los ciudadanos no tienen cómo adquirir los alimentos fundamentales de una dieta sana. Muchos están pasando hambre.

A Maduro, y su entorno, nada le importa esta tragedia. Solo les interesa cómo maquillar su decisión de robarse el poder del pueblo, para perpetuarse en la conducción del Estado.

El 10 de enero, cuando formalmente se inicia un nuevo período constitucional de gobierno, quieren hacerlo ver como el inicio de un período legítimo y legal de gobierno. Ya está claro para nosotros los venezolanos, y para la comunidad internacional, que no es así. Que estamos frente a una usurpación, solo sostenida por el uso de la fuerza.

La emboscada electoral del 20 de mayo no fue una elección legítima, mucho menos lo fue legal. Este asalto al poder explica el afán de la camarilla gobernante en exhibir fuerza militar. De ahí la presencia de bombarderos rusos, en abierta violación del artículo 230 de la Constitución.

También a eso obedece la exhibición de una supuesta milicia dizque preparadas para defender “la patria”. Todo ese teatro bufo solo tiene como objetivo intimidar a la sociedad democrática. Desmovilizarla, desmoralizarla, promover un mito de invencibilidad, para de esa forma mineralizar el militarismo abusivo que conduce hoy la vida de nuestra sociedad.

Esa fuerza de que alardea el chavismo es efectiva para atacar a la sociedad civil desarmada, pero es incapaz de garantizar la seguridad de los ciudadanos, de preservar los activos naturales de la República, y dominar a los grupos criminales que tienen tomadas diversas regiones del país.

La fuerza que exhibe la revolución intimida y reprime, pero no garantiza gobernabilidad. No podrá Maduro, y su camarilla, garantizar alimentos, medicinas y servicios públicos con la milicia, los colectivos y con los desmoralizados y vacíos cuarteles. Ellos pueden, hasta cierto límite, agredir a los ciudadanos que protesten y reclamen sus derechos, pero nunca podrán garantizarlos.

No hay forma de recuperar la calidad de vida, mientras la barbarie roja gobierne.

Por eso los tiempos que vienen son de incertidumbre. Nadie tiene una bola de cristal, para precisar los acontecimientos por venir.

La camarilla roja busca cada día ganar tiempo, reprimiendo, persiguiendo, generando propaganda mentirosa y engañosa, creando dinero digital inorgánico, generando expectativas, cada vez menos creíbles, como la engañosa oferta de los perniles navideños. Mientras sus voceros se inventan a cada momento cualquier justificación, algunas tan absurdas e irracionales, que provocan ira o risa, el drama crece. La bomba social se fermenta, la estampida humanitaria avanza, hasta el punto de existir ya pueblos fantasmas, donde buena parte de sus pobladores han migrado.

La dictadura vive con el síndrome de la traición. A cada rato Maduro exige “máxima lealtad”, y denuncia la existencia de recursos millonarios para comprar militares. Algo pasa en los cuarteles que el jefe de la camarilla se refiere a cada rato a este asunto. Ese discurso eleva la incertidumbre. Algo está pasando en los cuarteles.

Por el lado de la oposición, no hay fuerza “armada” capaz de enfrentar, la decisión de la camarilla de perpetuarse en el poder. Las armas están en manos de la banda criminal que gobierna. Y es allá donde se está hablando de la traición. La fuerza política democrática está, en este momento, diluida en la dispersión, la autosuficiencia de algunos y las miserias de otros.

Es una obligación moral y política reagrupar la fuerza política de la sociedad democrática para articular un dique que contenga la voracidad de poder abusivo que tienen Maduro y su nociva camarilla. Es menester restaurar la democracia.

La incertidumbre en el seno de la dictadura, su incapacidad manifiesta para afrontar la tragedia, sus contradicciones y la presión de la comunidad internacional van a producir situaciones políticas que exigen un entendimiento patriótico de quienes repudiamos el comunismo madurista y anhelamos la democracia.

Es menester actuar con realismo político. No es tiempo de malabarismos, o decisiones inaplicables en la vida del país. Es hora de impulsar el proceso de descomposición que la dictadura vive en sus entrañas. Es además menester tener las ideas claras a la hora en que la misma naturaleza de un sistema inviable implote. La incertidumbre está en la cúpula del poder, en la sociedad, en cada ciudadano. El socialismo del siglo XXI está colapsado.


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