El coronel Oswaldo García Palomo y su esposa, Sorbay Padilla, tienen su casa en Carrizal, estado Miranda. Es una vivienda clase media, modesta, donde habitaban con familiares y dos perritos, uno macho y la otra hembra de nombre Thor y Alpha que, como es normal, se integraron y forman parte de la familia. Todos los días, mañana y tarde, se les veía pasear ladrando alegremente por aquellas calles llevados con sus respectivos amarres por los dueños, todos muy queridos por los vecinos.

Un buen día, el pasado 5 de junio, la vecindad vio alarmada un gran despliegue de patrullas, vehículos militares de todo tipo tomando las calles de la urbanización, hombres uniformados y armados como para una guerra se apostaron en calles y avenidas. La casa del coronel era el centro de la actividad, allí entraron a las patadas, los perros ladraron y de una vez comenzaron a sentir lo peligroso que era tratar de discutir con estos DGCIM. A culatazos los arrinconaron y casi les dispararon, solo los gritos desesperados de los primos del coronel, que eran quienes allí se encontraban, pararon aquella masacre; pero esos gritos les implicaron severos castigos: los vecinos vieron cómo los sacaban a empujones y patadas para meterlos esposados en furgonetas blindadas.

“¡Permiso para hablarle mi comandante!”, dijo un esmirriado soldado al tipo mal encarado que dirigía el atropello.

—¡Diga!

—¿Nos llevamos también a los perros o los matamos aquí mismo?

—Hummm, déjeme pensar. ¡No, dejémoslos aquí encerrados, eso sí, custódienme la casa, que nadie se pueda acercar a ellos, nada de que les den comida ni agua. ¿Entendido?

—¡Entendido mi comandante!

Desde entonces los pobres perritos inocentes de lo que pasa no han comido ni bebido, languidecen y ya ni ladran, no tienen fuerzas, están esqueléticos, exánimes mirando a los guardianes con sus ojos inocentes que transmiten la pregunta ¿por qué? Pero no hay respuesta, no hay Misión Nevado que se atreva ni juez que les dicte un amparo, y si su caso se llevara ante la Corte Penal Internacional, allá tropezarán con una fiscal a la que no le duele la gente, y los perros, ni se diga.

Es que en Venezuela no hay ley que valga, estamos en manos de Boves redivivo. Solo se espera por su dueño, el coronel fugitivo que desde la clandestinidad llama a la esperanza de una rebelión que anuncia, única posibilidad de Arpa y de Thor –entre otros muchos– si es que no se tarda tanto.


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