Terminé mi columna anterior sobre China diciendo que una colonización velada y más propia del siglo XXI está en marcha en América Latina. No hay que rechazarla. Hay que conseguir adaptarla a las necesidades de progreso de nuestras naciones.

Lo que hemos logrado constatar hasta el presente es que no es en el terreno del comercio en donde encontraremos, en la relación con China, el mejor beneficio para los países latinoamericanos. Ello es así en buena parte, porque la región no dispone –sino en muy contados países– con capacidades exportadoras industriales del calibre necesario, y suficientemente competitivas, como para ser oferente de productos a Asia. Lo que sí somos y seguiremos siendo es grandes importadores de mercancías baratas de ese origen. Esta situación debe cambiar.

Un examen detallado del comercio intrarregional que presentó la Cepal con ocasión del foro bilateral de Celac celebrado en Chile, es elocuente sobre ese desequilibrio. Dice este estudio que en 2017 China fue el destino de 10% de las exportaciones de bienes de la región al mundo y el origen de 18% de sus importaciones. Con ello estaría muy cerca de desplazar a la Unión Europea como el segundo principal destino de los envíos regionales, detrás de Estados Unidos. A ello habría que agregar que ya China, desde 2010, es el segundo principal origen de las importaciones de la región. Los chinos, mientras tanto, apenas importaron en el año 2016 (que es de cuando se disponen cifras) 6,4% de sus necesidades desde nuestros puertos.

Pero el contenido detallado de nuestras exportaciones a esa región es bastante más diciente que las verdades gruesas que aborda Cepal y que se refieren a los intercambios globales que crecen y no pintan mal entre las dos regiones. Las materias primas, bienes primarios y manufacturas basadas en recursos naturales, siguen siendo la parte gorda de nuestras ventas externas a los chinos. Al menos ese es el caso en América del Sur y por ello el saldo comercial del hemisferio sur termina siendo cercano al equilibrio, mientras que el del hemisferio norte –México incluido– es ampliamente deficitario. ¿Cómo les parece que en Centroamérica y el Caribe tal desequilibro ha aumentado de forma continua y acelerada durante este siglo, pasando de 3.000 millones de dólares en 2000 a 78.000 millones de dólares en 2016? ¿Es de alguna manera justificable que en un país como México solo 1,4% de sus exportaciones se dirijan a las costas chinas mientras que una sexta parte de sus importaciones vienen de allí?

Esta estructura singular del comercio es la que explica que igualmente el financiamiento chino a la región se concentre en el sur del continente. En los últimos 10 años los beneficiarios de 93% de los prestamos chinos –que superaron los 140.000 millones de dólares– fueron Venezuela, Brasil, Ecuador y Argentina, debido al componente petrolero de sus exportaciones y al establecimiento del programa Loan for Oil (Préstamos por Petróleo) establecido en torno a ello.

Total, que sí existe una tentacularidad del lado chino bien orquestada que tiende a parecerse mucho a la situación tan objetada en la segunda mitad del siglo XX, cuando se apuntaba un dedo acusador hacia Estados Unidos por mantener al sur del río Grande un indeseable “patio trasero”.

Es tarea nuestra la de asegurar que los 500.000 millones de dólares que aspiramos ambos lados que sean transados entre las dos regiones en 2025 estén estructurados de una manera equilibrada y, si se quiere, más justa.


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