No se trata de una mera hipótesis: el 1° de enero de 2016, en Dinamarca entró en vigencia la medida que permite a comercios y negocios de distinto rubro, negarse a recibir efectivo de sus clientes. La campaña del Estado danés está dando rápidos resultados: solo alrededor de 20% de los intercambios ocurren en efectivo. El 80% mayoritario se produce con tarjetas o aplicaciones de teléfonos móviles. A esta velocidad, es altamente probable que mucho antes de 2030, el año previsto en ese país para la erradicación total del dinero, su uso haya desaparecido.

Lo sorprendente, cuando se investiga sobre este fascinante tema, es percatarse de que procesos semejantes, que apuntan a dejar el dinero atrás, se están produciendo en los países más diversos. En Suecia, la tasa de uso de transacciones electrónicas supera 95% del total. Paradójicamente, en países con bajos porcentajes de bancarización, en América Latina y en África, esta limitación se ha convertido en una oportunidad: la penetración del teléfono móvil, que por lo general alcanza a la mitad de la población o más, ha facilitado que, en los últimos cinco años, el número de transacciones realizadas con los teléfonos crezca de forma geométrica.

En los países donde el promedio de la población adulta es alto o muy alto –tal es el caso de España–, el dinero en efectivo sigue siendo un medio considerable de transacciones. En los que hay un predominio de población joven, como en buena parte de América Latina, la tendencia a la adopción de herramientas digitales de pago es relativamente más rápida.

Más allá de las causas de índole socio-económica o demográfica, hay una realidad: son numerosos los factores en el planeta que están impulsando vías para la desaparición del dinero efectivo. En primer lugar, entidades como el banco central o su correspondiente en decenas de países, son los primeros interesados en reducir o eliminar el efectivo, que es costoso de fabricar y muy complejo de distribuir, recoger, almacenar y proteger.

A lo anterior hay que agregar el apoyo de los despachos dedicados a la recaudación de impuestos, adversarios históricos de las transacciones en efectivo, que son siempre más difíciles de rastrear: mientras más numerosas sean las transacciones digitales, más eficiente serán los sistemas de recaudación. Las estimaciones al respecto son muy diversas, pero hay expertos que señalan que si el 100% de las transacciones  fuesen digitales, la recaudación fiscal se triplicaría.

Lo mismo proyectan las unidades policiales especializadas en el crimen organizado: sin el recurso del dinero en efectivo, el potencial de captura de las bandas dedicadas al tráfico de drogas y personas; a la compra y venta de armas; al robo y posterior venta de joyas, obras de arte y objetos antiguos; las dedicadas a las industrias del secuestro, el robo de vehículos y el tráfico de órganos, crecerá de forma significativa. El dinero digital deja más pistas que el dinero físico. Asociado a lo anterior, se estima que atracos y robos con violencia, tenderán a cero.

Pero además de los medios electrónicos o digitales de pago que conocemos, con el uso de tarjetas o de teléfonos celulares, se agrega ahora el surgimiento del bitcoin. En todas las demás transacciones electrónicas o digitales trabajamos con una moneda de curso legal como unidad de cuenta. La variante en el caso del botcoin es que la transacción se registra en una unidad de cuenta que no es dinero de curso legal en ningún país y, por tanto, no existen referencias oficiales o de mercados reconocidos por los bancos centrales para su conversión. Existen, por supuesto, «mercados negros o grises» que reconocen que 1 bitcoin equivale a 1.821,36 dólares, pero esto sin respaldo alguno, salvo la confianza de un universo creciente de usuarios de esta moneda.

Muchas son las interrogantes que el bitcoin está generando. ¿Es sostenible? ¿Quién está detrás? ¿Cómo enfrentar el uso de esta forma de pago por parte del crimen organizado o el comercio ilícito en la llamada Internet profunda? ¿El éxito de bitcoin podría originar nuevas iniciativas que compitan con este medio? Por ahora hay detalles interesantes: en países con profunda crisis económica y controles de cambio, o conversión de sus monedas en moneda extranjera, muchos ciudadanos han recurrido al bitcoin como mercado para operar en la prestación de servicios o en la compra-venta de productos, venciendo las regulaciones oficiales y las dificultades de los mercados negros que no ofrecen garantías o ventajas comparables a las que ofrece bitcoin.

Pero las cuestiones relativas al posible fin del dinero no acaban aquí.

Las preocupaciones son numerosas: en los cinco continentes, las alarmas por el crecimiento exponencial de la delincuencia electrónica, están encendidas. Las modalidades de la criminalidad cibernética tienen una inesperada e insaciable capacidad de mutación. Las inversiones que la banca y las grandes empresas están haciendo para proteger sus finanzas digitales son inmensas, sin que hasta ahora se hayan encontrado soluciones realmente duraderas. La protección que resulta eficiente hoy, deja de serlo mañana. La delincuencia digital no conoce la diferencia entre el día y la noche, no tiene fronteras y está protagonizada por verdaderos expertos en vulnerar los sistemas informáticos. Estas amenazas constituyen nuevos desafíos, pero no podrán impedir que la desaparición del dinero se consuma en los próximos años.

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