Recuerdo como si hubiese sido ayer cuando, entre 1995 y 1996, al finalizar mi actividad como académico visitante en Harvard, y al comienzo de mis estudios de postgrado en la Universidad de Princeton, empezábamos a usar comunicaciones electrónicas por el intranet de la universidad. De forma tímida, asomaba el Internet y el uso del correo electrónico y ya entonces prometía convertirse en una realidad creciente y envolvente. El ordenador o computador ya incorporaba más aplicaciones que cambiaban la forma de hacer las cosas. Fascinado por estos avances, leí dos libros que resultaron fundamentales: Being Digital (Ser digital) de Nicholas Negroponte, y The Road Ahead (El camino por venir) de Bill Gates.

Negroponte, profesor e investigador de MIT, pionero y promotor de las ventajas de la digitalización, explicaba en qué consistía este proceso y cómo sería la tendencia que transformaría nuestras vidas y las comunicaciones. En su libro decía que todas las formas de comunicación –que hasta la fecha se transmitían por cable (por ejemplo, el teléfono) – irían por aire, y las que usualmente lo hacían por aire (radio y televisión, entre otras) comenzarían a transmitirse por cable. Advertía, además, el advenimiento de una nueva manera de almacenar y procesar contenidos, información y documentos, así como hacer transacciones.

Bill Gates se concentraba en las repercusiones. Anticipaba cómo se irían integrando procesos, tecnologías y aplicaciones gracias a la digitalización, el Internet, la informática y la robótica, y describía cómo serían nuestros hogares y hábitos en muy poco tiempo. Fue la primera vez que leí que alguien decía que veríamos contenidos de televisión por demanda directa sin apegarnos a un canal o a su horario de programación, y cómo mucho de lo que hacíamos sentados en nuestros hogares o a través de un computador, lo haríamos desde los teléfonos. Y que nuestras conversaciones telefónicas incluirían la videoconferencia. Gates anunciaba que nos acercábamos a un tipo de vida que me recordaba a los Jetsons. Y, salvo por los automóviles voladores –que aunque existen no se han masificado–, ya estamos inmersos en una cotidianidad similar a la de aquella fabulosa familia de los dibujos animados de Hanna-Barbera.

Desde entonces, los avances del proceso de digitalización son incalculables. Millones de toneladas de archivos de documentación están hoy almacenadas en espacios virtuales. Las bibliotecas han cambiado al empuje del libro digitalizado. En decenas de países se avanza, ahora mismo, en un sistema para crear bibliotecas digitales que permita al docente que dicta clases en una escuela remota acceder a contenidos primordiales en la pantalla de una computadora o tableta.

Hace unos días, reunido con colegas abogados, recordábamos el espacio que ocupaba la biblioteca en todo escritorio jurídico. Cargada de textos y estudios de leyes, compilaciones de jurisprudencia, libros de casos, textos de la historia del Derecho, gacetas, revistas especializadas y diversos materiales de consulta. Y comparábamos aquellas vetustas e imponentes estanterías atiborradas de papel con la experiencia de disponer de esos mismos contenidos en un espacio no mayor a la palma de la mano, gracias a esa conjunción que son los motores de búsqueda como Google, y aplicaciones especializadas a las que se accede por los teléfonos.

La actividad profesional de los servicios legales –como la de muchas otras profesiones– está transformándose también. Son cada vez más frecuentes las plataformas online que ofrecen consultas, modelos de contratos, gestión de transacciones o registros oficiales, intercambios comerciales y hasta operaciones de negocios de relativa complejidad. Estos servicios, argumentan con orgullo, facilitan la culminación exitosa de diligencias, sin que los clientes hayan tenido que movilizarse de sus casas, sin gastos de papel y a una velocidad que, hasta hace poco, era inimaginable.

Ese es, justamente, otro de los factores sustantivos que ha sido impactado por la digitalización: la velocidad con que hoy se concretan negocios, realizan transacciones o resuelven financiamientos. No me refiero solo al comercio electrónico, que tiene en la celeridad y perfeccionamiento logístico una de sus máximas ventajas. La documentación de las transacciones más complejas se realiza hoy de forma colaborativa y con una inmediatez sin precedentes. No solo se han reducido los lapsos de espera, sino que, en al menos unos 70 países, los ciudadanos realizan diligencias ante sus respectivos Estados, obtienen certificados, declaran sus rentas y cumplen otros requisitos, en solo minutos ante sus ordenadores.

Otro aspecto comentado con frecuencia entre profesionales del Derecho es la complejidad que han adquirido las prácticas probatorias documentales en los procesos judiciales, dado el crecimiento exponencial de documentos, correos electrónicos y comunicaciones digitales de diverso tipo –SMS, whatsApp y muchas otras–, que pueden ser habilitadas como pruebas en cualquier investigación o litigio, incluso después de haber sido “borradas” o “destruidas”. Un ejemplo es inequívoco: la controversia originada en la investigación de los emails que persiguió a Hillary Clinton durante toda su campaña electoral.

Pero, más allá de estos emblemáticos ejemplos, la digitalización sigue avanzando y transformando también el ámbito político –por ejemplo, en el papel que las redes sociales han adquirido como manipuladoras de la opinión–, el educativo –que ha comenzado a cambiar la experiencia de enseñar y aprender–, el médico –con los nuevos instrumentos de diagnóstico que parecen calcados de la ciencia ficción–, el periodístico –que ha convertido la información en tiempo real en expediente acostumbrado–, los servicios financieros y medios de pago –con el desarrollado de prácticas que evitan que los clientes se movilicen hasta las agencias e incluso prescindan de cheques o efectivo–, el militar –al incorporar el ciberespacio como uno de sus campos estratégicos– o la ingeniería, que comentaré a renglón seguido.

La digitalización ha dotado a la ingeniería de prácticas extraordinarias, como la del escaneo de instalaciones o activos complejos de plantas industriales, refinerías o embarcaciones. El escáner de espacios físicos y los softwares para procesar sus capturas producen réplicas virtuales que, a través de la realidad aumentada y las llamadas nubes de información (cloud systems) permiten a las personas en distintos lugares interactuar como si compartieran el espacio físico de la planta industrial y, a través de esa realidad virtual, pueden programar actividades de ingeniería, mantenimiento, prevención, seguridad, reparación o entrenamiento como si fueran vecinos de escritorio.

Los aportes de estas planimetrías multidimensionales o réplicas digitales –que crean realidades virtuales idénticas al espacio original–, cobrarán cada vez mayor relevancia en la construcción de nuevas edificaciones complejas, pues es probable que este recurso llegue a ser mandatorio para toda instalación o activo complejo, incluso en aquellas en las que, con los años, y debido a sucesivas modificaciones, bienhechurías y anexos, se ha perdido capacidad de mantenerlas, modificarlas o conocerlas para planificar u operar sobre los mismos, ya que los planos tradicionales no muestran la realidad. Las soluciones digitales ofrecen una potente capacidad de hacer “visibles” y comprensibles los enigmas que pueden encerrar las construcciones.

En los últimos dos o tres años, el impacto de la transformación digital quedó evidenciado en el valor de capitalización de las empresas más importantes del planeta. Atrás quedó el registro de ExxonMobil como la corporación de mayor valor o el deslumbramiento ante el potencial de valoración de los grandes bancos u otras industrias. La llamada “economía real” ha perdido la batalla en este tema frente a Google, Amazon y Apple, y superado con creces, incluso, al fenómeno que fue Microsoft hace una década. Jeff Bezos pasó a ser el hombre más rico del mundo después de varias jornadas de transacciones en la Bolsa de Valores de Nueva York, y comenzó la carrera entre Amazon y Apple para alcanzar el trillón de dólares de valor de capitalización de mercado. Como se sabe, Apple ganó y marcó un hito en la historia financiera del planeta, luego de dos semanas en las que el valor de su acción logró consolidar su trillonaria tasación.

Los cambios no se detienen. Y nos obligan a preguntarnos hasta dónde nos llevará este proceso cuando le agregamos el alcance y aplicaciones de la tecnología blockchain, desde las criptomonedas hasta cuestiones como la gobernanza y participación ciudadana en las decisiones públicas.

Pero también cabe destacar cómo, en medio de ese vertiginoso proceso, y gracias a la posibilidad de acceder a información de comunidades de opinión virtuales, hay en consecuencia un resurgimiento de las actividades primarias de la economía real en el ámbito agropecuario y los mercados locales de alimentos orgánicos, motivados por la conciencia ambientalista, nutricional y de salud pública. Tendencia que, entre otras cosas, hace que, junto a la globalización se fortalezca lo local o urbano, la ciudad, la comunidad y se incrementen los espacios peatonales.

Como la sístole y la diástole, ambos procesos marcan paso y ritmo de nuestras vidas. Falta agregarle a esas pulsaciones el latido social, un marco de libertades e inclusión para que el prodigio digital toque a todos los habitantes de la Tierra y los incluya en el novísimo paradigma de oportunidades cuya promisión apenas avizoramos.


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